La esperanza como tema de un relato teológico significativo. Una primera provocación

La esperanza es la imaginación de que las cosas pueden tener otro relato y que desde la esperanza es posible leer y escribir de nuevo.

Quisiera proponer en este artículo la siguiente tesis: se hace necesario construir un relato teológico que sea significativo para nuestro tiempo, es decir, provocar una reflexión creyente que asuma los desafíos de nuestra cultura y, desde allí, permitir el despliegue de condiciones que caminen por las vías de la humanización. Dentro de los muchos temas que podría poseer este relato, creo que la esperanza es uno de esos puntos axiales que ofrecen espacios de pensamiento, profundización y comunicación, sobre todo en un tiempo de crisis y cambios como el nuestro.

La esperanza es esa puerta y esa visión que nos abre y nos permite ver un cambio, un nuevo inicio, una nueva configuración narrativa y de pensamiento, de actuación y vida. Así lo indica el poeta y ensayista argentino Hugo Mujica en su obra sobre el poeta en Heidegger: “Así, algo como esa sensación (la sensación de ver un valle amplio y sin límites), es el sentimiento que suele despertar en nosotros la palabra nuevo, la palabra inicio; la novedad, el nuevo inicio, que nos libre del laberinto de espejos de lo repetido, del monótono latido de lo ya vivido… Inicio que se despliega hacia lo nuevo, hacia lo aún no imaginado, lo aún no dado a luz; lo que debemos dar a luz iluminándolo con una palabra inicial, con la palabra que lo encienda” (1).

¿Cómo la teología en cuanto relato significativo puede asumir lo nuevo o esta visión de novedad propuesta por Mujica? Pienso que, si la teología se manifiesta como literatura, es decir, como escritura de un relato, ella debe aprender a ubicarse en lo que Paul Ricoeur denomina las “zonas no descriptivas del discurso” y, por tanto, estar más vinculada con el discurso poético que, al decir del mismo Ricoeur, “es la suspensión de la función descriptiva”(2). Por lo tanto, podríamos indicar que la teología, en nuestro tiempo, debe transitar desde una descripción de quién es Dios, casi como fórmula matemática o científica, al decir de Karl Rahner, y moverse más bien por la experiencia humana. Es decir, pensar cómo la teología en cuanto aspiración de relato significativo camina a través de lo lingüístico para desde allí permitir que el ser humano experimente en su vida el misterio de Dios. El misterio hace que nos preguntemos, y al preguntarnos comienza a desplegarse la imaginación ante el sentido de las cosas. Si la teología es poética es que ella debe estar en permanente construcción.

En esta perspectiva podríamos indicar que la esperanza es un misterio porque no la poseemos de manera total, pero sí es algo que nos llama, que nos moviliza, nos desplaza y nos “impulsa”, al decir del filósofo francés Francois Jullien. El impulso es lo contrario al “estancamiento”, indica Jullien, es decir, a lo que nos priva de pensamiento e imaginación. Por ello la esperanza es la imaginación de que las cosas pueden tener otro relato y que desde la esperanza es posible leer y escribir de nuevo. Por lo tanto, si la teología busca constituirse en y como un relato significativo que posee a la esperanza como tema de su mismo relato, hemos de aprender a articular nuestro lenguaje y nuestras imágenes a partir de la novedad condensada en la misma esperanza. Si la esperanza es el corazón de la fe cristiana en cuanto creemos que Dios es siempre novedad, nuestra teología, como intento de materialización de un lenguaje sobre esa experiencia, debe caminar escuchando el cuerpo humano herido anhelante de esperanza y de novedad. De este modo nuestra teología podrá continuar comunicando la esperanza, corazón de la fe, a todos y todas y, desde allí, ofrecerse de modo humilde como un relato significativo que mire en perspectiva de proyecto nuestros desafíos cotidianos.

(1) Hugo Mujica, La palabra inicial. La mitología del poeta en la obra de Heidegger (Editorial UV, Valparaíso 2015), 19.
(2) Paul Ricoeur, Fe y filosofía: problemas del lenguaje religioso (Prometeo, Argentina 2008), 92.

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