¿A qué huele el mundo?

Todo está contenido en “nuestro mundo”, ambivalente a más no poder. Por un lado huele gratamente y, por el otro, apesta.

El reclamo era irresistible. En el estante del supermercado, una de las fragancias de los ambientadores de hogar exhibía en el embalaje, tan tentador como sugerente, un aroma bajo ese nombre: “Mundo”. Lo compré, más que nada, intrigado con los olores que podía esconder semejante variedad comercial. ¿A qué huele el mundo? El mundo, nada menos. Uno de los tres enemigos clásicos del alma en la antigua formulación de la moral.

No hace falta ningún salto en el vacío para identificar a qué huele el demonio. Es fácil identificar el azufre como el hedor característico del Enemigo de naturaleza humana. Y la carne, bueno, la carne huele a eso: las feromonas que liberan nuestros cuerpos encuentran receptores disponibles en la pituitaria de los demás. Por eso hay personas cuyo olor nos atrae y otras que, haciendo uso del mismo perfume, nos repelen. La ciencia tiene la explicación.

Hay personas cuyo olor nos atrae y otras que, haciendo uso del mismo perfume, nos repelen.

Pero el misterio del ambientador con olor a mundo seguía incólume. ¿Olería a yerba fresca, a tierra mojada por la llovizna, a florecillas silvestres o, por el contrario, encerraría el pestilente humo de los tubos de escape, el empalagoso y penetrante ambientador del centro comercial o la embriagadora fetidez de los hidrocarburos aromáticos (se llaman así, no es invención mía) de la gasolinera? Porque todo eso está contenido en “nuestro mundo”, ambivalente a más no poder. Por un lado huele gratamente y, por el otro, apesta.

En la aplicación de los sentidos, san Ignacio invita a orar haciéndose consciente de lo que percibimos por el gusto, el oído, la vista, el tacto y, cómo no, el olfato. Integrando tanto las fragancias favorables como los olores desagradables. Porque ese es el mundo al que nos dirige la misión que cada uno tiene encomendada: con sus pestes insufribles y sus aromas delicados. Todo a la vez, sin posibilidad de dedicarse solo a lo que huele bien y dar de lado lo hediondo. Así es el mundo en que nos movemos.

Por cierto, cuando finalmente enchufé el ambientador en casa, la fragancia, ni fu ni fa. ¡Como el olor del mundo! ¡En eso lo había calcado!


Fuente: https://pastoralsj.org / Imagen: Pexels.

ARTÍCULOS RELACIONADOS

logo

Suscríbete a Revista Mensaje y accede a todos nuestros contenidos

Shopping cart0
Aún no agregaste productos.
Seguir viendo
0