Tantas situaciones en las que la dignidad humana es herida por una humanidad que mira hacia otro lado y se pregunta, como Caín: «¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?».
El mundo occidental sigue con el corazón encogido por lo que ocurre en Tierra Santa y por la deriva de los acontecimientos, llámese genocidio, guerra o masacre. Una ola de sensibilidad que, más allá de algunos histrionismos ideológicos, habla bien de una humanidad que clama ante las heridas del mundo, y que no se mantiene ajena a la violencia, la injusticia y el dolor.
Sin embargo, no podemos caer en la tentación de dejar que nuestro corazón lata y se conmueva al ritmo de los medios de comunicación, de los políticos de turno o de los intereses del momento. Aunque no se pueden abrazar todas las causas ni denunciar todas las injusticias, perderíamos la batalla si nuestra sensibilidad se quedara solo en Tierra Santa. Estamos llamados a abrazar el dolor del mundo entero, más allá de ideologías, sexos, religiones o colores de piel.
Porque es Gaza, pero también es Ucrania, Sudán del Sur y tantos otros conflictos silenciados por los medios. Es el terrorismo que se cobra vidas inocentes y cristianos asesinados por su fe en África. Son jóvenes —y no tan jóvenes— atrapados por las adicciones, y otros condenados a la pobreza extrema en lugares cuyos nombres ni siquiera sabemos pronunciar. Son inmigrantes olvidados en el mar, y vidas humanas abortadas en hospitales públicos y privados del próspero Occidente.
Porque es Gaza, pero también es Ucrania, Sudán del Sur y tantos otros conflictos silenciados por los medios.
Y así, tantas situaciones en las que la dignidad humana es herida por una humanidad que mira hacia otro lado y se pregunta, como Caín: «¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?».
Fuente: https://pastoralsj.org / Imagen: Pexels.