Huxley enfrenta la idea de los que sostienen que “la guerra es una ley de la naturaleza”, de la que no podemos librarnos.
En un artículo anterior (Revista Criterio N° 2453) recordamos la preocupación de Victoria Ocampo sobre la violencia en el mundo contemporáneo. En línea con su inquietud, la escritora pidió a Aldous Huxley una reflexión que publicó en Sur (1936). El escritor inglés se refiere a cómo lograr una paz constructiva, en el difícil periodo de entre guerras. Huxley vivía en el centro de un mundo complejo, con el nazismo alemán, el fascismo italiano, el comunismo soviético y otras tensiones que dificultaban construir la paz. Buscaba justificar a quienes creen que la guerra es una abominación y quieren terminar con ella, indicándoles que sus sentimientos y deseos son esencialmente razonables y que el pacifismo no es un sueño utópico sino el único camino práctico y realista.
Huxley enfrenta la idea de los que sostienen que “la guerra es una ley de la naturaleza”, de la que no podemos librarnos. Muestra que, en la naturaleza, los animales de una misma especie no guerrean entre sí; solo para alimentarse o en defensa de sus territorios matan a animales, pero de otra especie. “El hombre —dice Huxley— es probablemente el único que guerrea contra su misma especie, por lo que la guerra no es ley de la naturaleza”. Concluye que así como el duelo —práctica otrora legitimada— fue abolido, no hay razón para que la guerra no sea abolida.
Huxley responde a quienes sostienen que la historia da razón a la guerra, pues romanos, griegos, egipcios, babilonios y sumerios la emplearon. Sostiene que la investigación arqueológica demuestra que la correlación entre civilización y guerra es evitable: la civilización del valle del Indo fue tan rica como la egipcia o sumeria y nada supo de la guerra; no se encontraron armas ni fortificaciones en sus ciudades sepultas, prueba de que esos hombres vivieron sin necesidad de asesinar en masa. De los hombres, concluye, depende entonces emplear la guerra u otro método para resolver los conflictos.
Huxley critica “la guerra justa” pues, por justa que parezca, comete grandes injusticias: despierta resentimientos y odio en el vencido, que lo conduce a vengarse de una derrota militar por medio de una victoria también militar, por lo cual la guerra no logra la paz sino más guerra.
Cuando se valoran como virtudes las del militar subordinado, Huxley expresa: “El soldado eficaz debe odiar y no tener sensibilidad por el enemigo; el soldado entrega así su razón y conciencia, características esencialmente humanas; el mando de un ejército es el que más destruye el alma”.
El pacifismo para Huxley es preventivo. Dice que el mejor modo de atacar la fiebre tifoidea no es curarla sino impedir que aparezca. El pacifismo, así, es a la guerra lo que el agua limpia y la leche pasteurizada a la fiebre tifoidea: hace imposible que la guerra estalle. El pacifismo resiste la violencia, sin violencia. La paciencia y los sentimientos bondadosos contagian, tarde o temprano, a los más violentos; cuando no hay dos que pelean, no hay pelea; al violento le resulta así muy difícil persistir en la violencia. Siendo generosos, aunque sea a costa nuestra, obtendremos generosidad, concluye Huxley.
Finalmente responde a quienes dicen que la Iglesia no condena la guerra: “La Iglesia —afirma— no condenará la guerra, pero Jesús la condenó”. Cita cómo los cristianos de los primeros siglos la reprobaron, aunque reconoce que desde el siglo IV, cuando el cristianismo se convirtió en religión del Imperio Romano, “el manso y pacífico Jesús se había convertido en dios de las batallas”.
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Fuente: www.revistacriterio.com.ar