Algunas notas (a final de semestre) sobre la pedagogía teológica

Por medio de la pedagogía teológica o de la comunicación de los contenidos de la experiencia cristiana y teológica, vamos encontrando en una experiencia del conocimiento, de una determinada sapiencialidad respecto del mundo.

Quisiera escribir sobre la pedagogía teológica. Entenderé por esta categoría el quehacer que los teólogos y teólogas realizamos sobre todo en la sala de clases o en los espacios formativos. En mi caso particular, el lugar es la sala de clases de la universidad, espacio que, a mi entender, constituye un auténtico lugar revolucionario, artesanal y de futuro. La experiencia pedagógica, el encuentro de un nosotros pedagógico, abre un camino con varios cauces y entre-cauces que ameritarían una lectura más detenida. Por ahora, y con permiso de los amables lectores, esta columna será más un ejercicio estomacal que una cuestión más reposada.

La pedagogía teológica se funda en el nosotros pedagógico. Escribe Marina Garcés (2011): «Una vida humana no se basta a sí misma. Es imposible ser solo un individuo (…) el ser humano no puede decir yo sin decir al mismo tiempo nosotros». En este sentido, la pedagogía se constituye como un modo de ejercer el acompañamiento en donde el yo-pedagogo se reconoce y reconoce cómo otras vidas, las de los estudiantes, acompañan sus propios procesos, mis propios procesos. Con ello, el proceso pedagógico de la enseñanza se va constituyendo en una práctica artesanal en donde la dinámica y estructura del hacer-con-otros, viene a potenciar la dimensión teórica del proceso, a la vez que anima el poner atención en los detalles más particulares de la vida de los educandos.

En el caso de la pedagogía teológica, ella se muestra como un proceso mediante el cual la pregunta por Dios se muestra como un ejercicio tanto especulativo como existencial. En palabras de Edward Schillebeeckx (1968): «La teología es la fe cristiana vivida en una reflexión humana. Todo consiste en eso». Establecer la pregunta por Dios o por las condiciones de posibilidad de la experiencia creyente representa un intenso proceso o itinerario en donde tanto el teólogo-docente, así como los educandos, van poniendo la vida en cuestión. La vida, con ello, aparece como el espacio de las preguntas en general y de la pregunta por Dios en particular. De este modo ya no es solo lo teórico lo que mueve la totalidad del proceso pedagógico-teológico, sino que es la toma de conciencia de la dimensión encarnada del acto mismo de la creencia, dimensión histórico-encarnada que comienza en Dios mismo al darse a conocer. Por tanto, la pregunta vital y en el campo teológico, aparece como una mediación fundamental para entender como la teología no es sino un acto practicado en la trama vital misma.

En el caso de la pedagogía teológica, ella se muestra como un proceso mediante el cual la pregunta por Dios se muestra como un ejercicio tanto especulativo como existencial.

Por medio de la pedagogía teológica o de la comunicación de los contenidos de la experiencia cristiana y teológica, vamos encontrando en una experiencia del conocimiento, de una determinada sapiencialidad respecto del mundo. E. Schilebeeckx (1968), a propósito de la fe como modo de conocimiento, escribe: «La fe es, pues ciertamente una forma de conocimiento, pero que posee un carácter propio: conocemos porque Dios nos habla, porque nos ha hecho misericordiosamente una confidencia». En este sentido procurar unos determinados puntos de anclaje para pensar el cómo de la pedagogía teológica implica que el teólogo, que ante todo es un creyente que vive en comunión de otros y otras, creyentes y no creyentes, va intentando ofrecer esquemas de comprensión para el Misterio, vivencia siempre vivida al interior de la comunidad del nosotros. En palabras de E. Schillebeeckx (1965): «La teología constituye realmente una valorización consciente y reflexiva, la expresión científica y refleja de la experiencia eclesial de la fe. Es la ‘fides in statu scientiae’».

A partir de ello, promover una pedagogía teológica en contextos universitarios es abrir el espacio del estatuto científico de la misma disciplina. A mí entender dicha racionalidad científica no pretende caer en lo que Verónica Edwards (1991) llama la «racionalidad instrumental», que es un discurso propiamente productivo y uniforme. Para la misma V. Edwards (1991), lo que la racionalidad instrumental reprime es la diferencia del otro, cuya existencia «se vuelve una provocación». La alteridad del otro y de sus experiencias no tiene lugar en la razón instrumental, productiva y programada. En cambio, en la educación teológica la diferencia representa un constitutivo de su propia formulación: Dios y hombre, razón y fe, búsqueda y sentido fundacional. Con ello la teología vendría a representar una inteligencia (dimensión científica) que es capaz de vincular lo teórico y lo emotivo.

La razón teológica, con ello, se transforma en una experiencia lúdica, que danza y que está en permanente movimiento de imaginación.


Imagen: Pexels.

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