Sr. Director:
Habiéndose cumplido ya más de un año de la publicación de la exhortación apostólica Amoris Laetitia, su lectura parece haber dejado poca huella en la Iglesia de nuestro país. La Conferencia Episcopal chilena no ha formulado propuestas en relación con el documento. ¿Por qué? ¿El miedo a los cambios la ha paralizado? ¿Dónde está la escucha atenta del “gozo y la esperanza, las tristezas y angustias del hombre —y la mujer— de nuestros días” (GS 1)? El papa Francisco escuchó ese clamor y propuso un itinerario muy claro de acogida a las personas divorciadas y en segunda unión, que se sienten y están en las fronteras de la Iglesia. Sin embargo, nuestros obispos no parecen acusar recibo de la solicitud papal de que los episcopados expresen criterios para llevar a la práctica un camino de búsqueda y conversión. Y si lo hacen, no nos enteramos.
El Santo Padre quiere reformar la Iglesia, pero para ello necesita de las conferencias episcopales locales. Requiere que los obispos se “tomen el Evangelio” y lo hagan suyo, que lo hagan carne en sus manos para ser capaces de trazar líneas de acuerdo a la realidad de cada país. Nada de eso se observa en Chile.
Como teóloga, he recibido muchas preguntas de personas que ansían hablar para regularizar sus situaciones matrimoniales, atendiendo a lo que plantea Amoris Laetitia. Se han sentido atraídas por el llamado del Papa, pero también relegadas por sus propios pastores. No están buscando una respuesta teológica, ¡buscan acogida pastoral! Y no la encuentran. Esto es grave. Muy grave.
Llevamos años con una Jerarquía focalizada en el “ideal” de familia. Hoy, cuando el papa Francisco habla de diversas familias, “de un interpelante ‘collage’ formado por tantas realidades diferentes, colmadas de gozos, dramas y sueños” (AL 57), nuestros pastores no lideran una pastoral del reencuentro y acogida a esas realidades. ¿Dónde está la “pastoral positiva, acogedora, que posibilita una profundización gradual de las exigencias del Evangelio”? (AL 38).
Doy gracias a Dios “porque muchas familias, que están lejos de considerarse perfectas, viven en el amor, realizan su vocación y siguen adelante, aunque caigan muchas veces a lo largo del camino” (AL 57). Gracias a Dios, hay algunos pastores —unos pocos— y laicos y laicas comprometidos con el Evangelio de Jesucristo que han comprendido que no pueden seguir esperando las orientaciones de la Jerarquía —aunque agradecerían tenerlas— para avanzar en el trabajo con los divorciados vueltos a casar. Después de un año de publicada Amoris Laetitia, ese será el camino, sin duda, y se abre un campo inexplorado de creatividad que puede dar mucho fruto.
Carolina del Río Mena — Teóloga