Balance de Asamblea Eclesial Latinoamericama

Sr. Director:

En el pasado número de Mensaje, Austen Ivereigh y Carmen Gloria Donoso plantean bien las luces y sombras de la Asamblea Eclesial de Latinoamérica y El Caribe. Habiendo participado como delegado, mi balance es que la Asamblea ha sido un aporte, pero que no hay que sobredimensionar.

La participación en el proceso de escucha ha sido baja. Cuatro países (Brasil, Perú, Argentina y Chile) concentraron el 62% de esa poca participación, distribuyéndose el 38% restante entre 18 países/iglesias. Hay países que sorprenden por su paupérrima participación: 1.761 personas en Colombia, 1.327 en Paraguay, 1.166 en México, 264 en Venezuela, 209 en Bolivia. Muchas iglesias locales simplemente no se involucraron en este proceso, lo que plantea un interrogante de si podemos hablar, en verdad, de un acontecimiento eclesial continental.

En cuanto Asamblea, el acontecimiento principal era el trabajo de los cincuenta grupos que se constituyeron por vía telemática. Partimos con una pregunta demasiado general: «los desafíos pastorales más urgentes para nuestra Iglesia continental», lo que abrió a un abanico amplísimo de respuestas, sin que ese diálogo grupal se conectara de verdad con el proceso de escucha previo. Llegaron a establecerse cuarenta desafíos, dentro de los cuales se eligieron doce prioritarios, pero son retos que no pasan de enunciados generales. Son cosas verdaderas, pero no dan para iluminar un camino. Es verdad que hubo buenas exposiciones y testimonios, pero el fruto principal del trabajo compartido está muy lejos de las orientaciones y de la riqueza pastoral que han aportado otros acontecimientos eclesiales en América Latina.

Faltó también una incorporación de las iglesias locales en el diseño y en la organización previa de la Asamblea. Quizás por la estrechez de tiempo, quizás por la pandemia, la Asamblea «nos llegó de fuera», y nos «subimos al carro» como pudimos, y muchos no se subieron. Los episcopados nacionales fuimos solo un poco más que un canal para transmitir información. Faltó practicar más una dimensión propia de la Iglesia latinoamericana: sentir y comprender que estamos haciendo algo juntos.

La sinodalidad no es solo juntarse, actores diversos, a compartir y a discernir, sino que requiere de ciertas estructuras y procesos que la hagan posible. Me parece que el actual proceso sinodal está atendiendo mejor a este aspecto.

Sergio Pérez De Arce A.
Obispo de Chillán

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