Beethoven: Trayectoria espiritual

De la desesperación de Heiligenstadt a la esperanza de la Novena Sinfonía.

El origen de la sordera de Beethoven ha sido siempre motivo de discusión. Hay bibliografía especializada que expone diversas hipótesis, pero, en realidad, lo relevante en este caso es la consecuencia, no la patología que le dio origen. Beethoven mantuvo oculto lo que le estaba ocurriendo hasta que el 29 de junio de 1801, en una carta a su amigo médico Franz Wegeler, reveló por primera vez que su oído no funcionaba bien, y que la merma en su capacidad auditiva había comenzado tres años antes. El deterioro fue lento, constante, irreversible, hasta llegar a la sordera total en 1818.

TESTAMENTO DE HEILIGENSTADT

El 6 de octubre de 1802, encontrándose en Heiligenstadt, en las afueras de Viena, Beethoven escribió a sus hermanos un documento que es conocido como “el testamento de Heiligenstadt” y que fue encontrado entre otros papeles poco después de su muerte. Allí les comunicó que estaba padeciendo una sordera progresiva y los estragos que ello estaba produciendo en su vida personal y social: “Ustedes, que piensan que soy un ser odioso, obstinado, misántropo, o que me hacen pasar por tal, ¡qué injustos son! Ignoran la secreta razón de lo que así les parece. […] para mí se acabaron los incentivos en la sociedad de los hombres, las conversaciones inteligentes y las mutuas expansiones. […] qué humillación cuando alguien a mi lado oye el sonido de una flauta a lo lejos y yo no oigo nada, o cuando alguien oye cantar a un pastor y yo tampoco oigo nada. Tales situaciones me empujan a la desesperación, y poco ha faltado para poner yo mismo fin a mi vida […] Es el arte y solo él, el que me ha salvado […] me parece imposible dejar el mundo antes de haber dado todo lo que siento germinar en mí, y así prolongo esta vida miserable, verdaderamente miserable”.

La conjunción de las fuerzas vitales del arte con la potencia de lo que sentía “germinar en sí” produjo de inmediato frutos asombrosos. En los cinco años que mediaron entre la fecha del documento y finales de 1807, Beethoven compuso la 3ª Sinfonía (“Heroica”), la ópera “Fidelio”, las sonatas para piano “Waldstein” y “Appassionata”, el Triple Concierto para piano, violín y violonchelo, el 4° Concierto para piano, los 3 Cuartetos “Razumovsky”, la 4ª Sinfonía, el Concierto para violín y la obertura “Coriolano”. Extraordinaria resiliencia, manifestada por un torrente de obras maestras.

LITIGIOS ECONÓMICOS Y FAMILIARES

Beethoven obtuvo inmediato reconocimiento en Viena cuando llegó en 1792. La ciudad en la que Mozart había muerto un año antes y en la que todavía residía Haydn tenía un oído muy sensible para reconocer a un auténtico genio, continuador de la obra de aquellos gigantes del Clasicismo.

Su vida no fue fácil. Además de la sordera, padeció numerosas enfermedades —algunas crónicas— cuyo detalle puede encontrarse en muchas publicaciones. También enfrentó arduos procesos judiciales, batallas jurídicas que, luego de años de litigio tuvieron sentencias favorables para él, a la vez que revelaron facetas oscuras de su personalidad.

La primera de dichas batallas fue por motivos económicos. En 1808 Jerónimo Bonaparte, Rey de Westfalia, tentó a Beethoven con un atractivo contrato como primer Kapellmeister de su corte en Kassel. Cuando trascendió la noticia, los amigos vieneses pidieron conocer sus condiciones para permanecer en Viena. Beethoven solicitó un ingreso anual de 4.000 florines-papel convertibles en monedas de plata. El 1º de marzo de 1809 fue protocolizado un contrato entre él y los mecenas aportantes, Archiduque Rodolfo, príncipes Kinsky y Lobkowitz. A poco, la guerra napoleónica provocó una devaluación tras otra: en pocos meses la convertibilidad se redujo a una cuarta parte de lo pactado. Beethoven pidió a sus benefactores una actualización, que solo fue otorgada inmediatamente por el Archiduque. Litigó judicialmente contra Lobkowitz y la sucesión de Kinsky, que había muerto en un accidente ecuestre. Ganó los casos en segunda instancia, en 1812.

La segunda batalla fue por la tutoría de su sobrino Karl van Beethoven, hijo de su hermano menor Caspar y Johanna Reiss. En un documento protocolizado y firmado también por Ludwig, Caspar estableció que, en caso de morir él antes de que su hijo estuviera emancipado, su hermano mayor sería el único guardián del niño. Al morir Caspar apareció una enmienda por la que Johanna compartía la tutoría. Ludwig logró la nulidad de la enmienda, Johanna apeló y consiguió la tutoría exclusiva para ella. Una última apelación de Ludwig ante el máximo tribunal revirtió al fallo y ganó definitivamente la tutoría en 1820. El litigio duró cinco años, entre los 9 y los 14 de edad de Karl, a quien su tío prohibió ver a su madre, restricción que el adolescente violó reiteradamente y que llegó a motivar una intervención policial por denuncia de Ludwig. En julio de 1826 Karl escenificó un intento de suicidio que resultó anímicamente devastador para su tío.

RECONCILIACIÓN Y HERMANDAD

La 9ª Sinfonía, compuesta entre 1822 y 1824, fue una obra pionera: la primera del género “sinfonía” que incorporó un texto, solistas vocales y coro. Hay textos canónicos, como el ordinario de la Misa, el Magníficat o el Réquiem que, puestos en música a lo largo de la historia, resultaron en obras de inmenso valor artístico. Se trata de textos fijos, dados, invariables. Pero la libre elección de un texto para una obra musical de género mayor, como la 9ª Sinfonía, responde a motivaciones personales del compositor como, por ejemplo, el deseo de comunicar un cierto mensaje. En este caso particular, el deseo fue explicitado por el propio Beethoven, quien no solo eligió como texto algunos fragmentos de la “Oda a la Alegría” de Schiller, sino que los presentó con un texto propio. En efecto, en el 4º movimiento después de una fuerte disonancia y una fanfarria, la voz humana irrumpe en la obra y el barítono solista exclama el texto beethoveniano: Oh, amigos, no estos sonidos. En cambio, entonemos cantos más placenteros y llenos de alegría. ¡Alegría! ¡Alegría!

Acto seguido, el mismo barítono canta el célebre “tema de la Alegría”, cuyo texto —ahora sí de Schiller— nos dice: ¡Alegría, bella chispa de los dioses, / hija del Elíseo! / Ebrios de ardor penetramos, / diosa celeste, en tu santuario. / Tu magia reúne / lo que la costumbre separó; / todos los hombres sean hermanos / allí donde tu suave ala se posa. Observemos que la alegría es vinculada al mito griego de los Campos Elíseos, el lugar sagrado donde las almas inmortales de mujeres y hombres virtuosos, y guerreros heroicos, pasarían la eternidad en una existencia dichosa y feliz; que la entrada o el tránsito hacia ese lugar están manifiestos por las palabras penetramos en tu santuario; que hay un llamado a la unidad y una invocación a la fraternidad humana, allí donde reine la alegría.

El texto de la siguiente estrofa expresa: Quien haya alcanzado la fortuna / de ser amigo de un amigo; / quien haya conquistado a una mujer encantadora, / ¡una su júbilo al nuestro! / ¡Sí, quien pueda llamar suya aunque solo sea a un alma / sobre la redondez de la tierra! / Y quien no pueda hacerlo, / ¡que se aleje llorando de esta hermandad! La amistad es presentada como una fortuna, un tesoro, lo mismo que la conquista amorosa de una mujer encantadora; el júbilo es producto tanto de la amistad como del amor y quienes no hayan logrado amistad y amor no pueden pertenecer a la hermandad ejemplar que Beethoven propone a través de Schiller.

La tercera estrofa dice: Todos beben la alegría / en el seno de la naturaleza. / Los buenos, los malos, / siguen su camino de rosas. / Nos dio besos y pámpanos, y un amigo fiel hasta la muerte; / lujuria le fue concedida al gusano / y el querubín está de pie ante Dios. Aparece la naturaleza como fuente de alegría, se reitera la apelación a la amistad y surge la oposición entre la lujuria del gusano y la visión beatífica del querubín, estableciendo una especie de analogía entre el Elíseo y el Cielo. Por primera vez aparece en el texto el nombre “Dios” (Gott) y Beethoven lo enfatiza compositivamente mediante repeticiones, y la última vez lo destaca por un sorpresivo cambio armónico, la intensidad dinámica y la duración molto tenuto según pide explícitamente el autor en la partitura.

La siguiente cuarteta completa la referencia al Tema de la Alegría: Gozosos como vuelan sus soles / a través del formidable espacio celeste, / corred así, hermanos, por vuestro camino, / alegres como el héroe hacia la victoria. Observamos aquí la trayectoria de los astros, como metáfora del camino hacia el Elíseo, en tanto que la música es una marcha, y representa a la Humanidad que se encamina alegremente, como un héroe a la victoria.

La última estrofa es Abrácense, millones. / Este beso es para el mundo entero. / Hermanos, sobre la bóveda estrellada / tiene que habitar un Padre amoroso. / ¿Os prosternáis, millones? / ¿Presientes al Creador, oh mundo? / Búscalo sobre la bóveda estrellada. / Sobre las estrellas debe habitar. Aparece un nuevo tema musical, no utilizado antes y que puede ser interpretado como un llamamiento a la fraternidad. Propone un abrazo y un beso para todo el mundo, suscitando la esperanza en la existencia de un Padre amoroso que mora sobre la bóveda estrellada e impulsando a la Humanidad entera hacia la búsqueda de ese Padre. La culminación simbólica es una fuga con los dos temas indisolublemente superpuestos: el de la alegría y el de la fraternidad.

Hemos visto en el testamento de Heiligenstadt el mensaje de un joven genio musical de 31 años abrumado por el avance de la sordera, renunciando al suicidio y dispuesto a llevar adelante una vida miserable sostenido por el arte y la conciencia de su capacidad creadora. En el otro extremo, la 9ª Sinfonía es el mensaje de un hombre maduro de 53 años que se dirige al mundo proponiendo entonar cánticos más placenteros y llenos de alegría, promoviendo la fraternidad entre los hombres y la esperanza en la existencia de un Padre amoroso. Después de más de 20 años, el largo y tormentoso viaje espiritual beethoveniano ha llegado a consolador destino.

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Fuente: www.revistacriterio.com.ar

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