La Pascua abraza las heridas. La Pascua es en las heridas. La resurrección no actúa fuera de la muerte, sino que dentro de la misma muerte (*).
Una de las cosas que a mi entender son más sugerentes de la Resurrección de Jesús es que el Viviente se muestra con sus llagas. Esto nos indica una primera cuestión central: la resurrección no omite la presencia de las heridas ni la de la cruz. Hay resurrección porque hay un crucificado, porque hay una muerte histórica y concreta, una muerte con unas coordenadas específicas, con un marco de comprensión particular. Tanto en la narrativa de Lucas (24,38-40) así como en la del cuarto evangelio (Jn 20,27), la trama narrativa se acerca a la experiencia de las heridas de Jesús, a sus manos, a sus pies y a su costado. La identidad del Crucificado-Resucitado es un elemento central al querer acercarse a la Pascua.
Jon Sobrino (1982) profundiza en esta vinculación cruz-resurrección en los siguientes términos: “El resucitado es el crucificado, por la sencilla razón de que es verdad y de que así —y no de otra manera— se presenta la resurrección de Jesús en el NT. Esta verdad no es además solo una verdad fáctica de la cual hubiera que tener noticia, como un dato más del misterio pascual, sino una verdad fundamental, en el sentido de que fundamenta la realidad de la resurrección y, de ahí, cualquier interpretación teológica de ella”. Jon Sobrino coloca estos acentos por la razón de que su propuesta teológica es comprender la cruz y la resurrección de Jesús desde los crucificados de la historia y desde los pobres de las comunidades del continente. En particular Jon Sobrino y la teología de la liberación latinoamericana vuelven a la cuestión de que si el Crucificado ha sido Resucitado por Dios, los crucificados y los pobres de la historia tienen esperanza en la justicia de Dios.
Jon Sobrino coloca estos acentos por la razón de que su propuesta teológica es comprender la cruz y la resurrección de Jesús desde los crucificados de la historia y desde los pobres de las comunidades del continente.
Con ello podemos dibujar la cuestión de que las llagas del resucitado, las heridas y las marcas de la cruz que permanecen en el Cristo de la Pascua constituyen un espacio a través del cual nuestra condición herida, vulnerable, dolida pero también profundamente esperanzada puede comprenderse teológicamente. Las llagas del resucitado pueden inaugurar algo así como una vulnerable teología pascual. Al decir esta expresión estoy entendiendo el que la Pascua no es un triunfalismo a la carta ni menos un exitismo a ejemplo de los pretendidos exitismos de nuestra época del “tú puedes todo”, como lo llama el filósofo Byung-Chul Han. La vulnerable teología pascual es la profundización en cómo la resurrección plenifica las heridas y da sentido nuevo a nuestra vulnerabilidad en cuanto a que Cristo mismo resucita con sus heridas. La Pascua abraza las heridas. La Pascua es en las heridas. La resurrección no actúa fuera de la muerte, sino que dentro de la misma muerte.
Acercarnos a la Resurrección de Jesús desde sus llagas puede ser una forma sugerente de encontrar otro sentido a su pascua y a cómo es Él quien sigue pasando por nuestras historias, acercándose a nuestras llagas, transformándolas y haciendo que las miremos como posibilidad de ser brújulas de la Pascua.
(*) Durante el tiempo de pascua ofreceré un conjunto de reflexiones tituladas “Brújulas pascuales” las cuales intentan decir y narrar diversas cuestiones relativas a la resurrección de Jesús.
Imagen: Pexels.