Camino al Cónclave: Discernimiento, conversación y Espíritu

Esperemos que el nuevo Obispo de Roma continúe y renueve constante y permanentemente la misión evangélica de la Iglesia: ser servidores.

Hace una semana las tres escrituras de esta columna nos poníamos a conversar sobre qué significaba la muerte de Francisco. Hoy, una semana después, nos ponemos a conversar acerca de cuáles son nuestros sentires sobre el Cónclave, cuyo inicio ya fue programado para el miércoles 7 de mayo. Desde nuestra labor y ministerio teológico vivido en comunidad y conversado en comunidad, ofrecemos algunas ideas para continuar pensando y rezando este tiempo que nos mueve hacia la elección del próximo sucesor de Pedro. Y, desde ya, esperamos ofrecer una tercera columna luego de la elección papal.

JUAN PABLO ESPINOSA

En 2021 comenzaba el Sínodo sobre la Sinodalidad convocado por el Papa Francisco, momento de conversación y discernimiento eclesial que finalizó en 2024. Este momento de encuentro en las diferencias tuvo como centro la escucha, la puesta en común de elementos, así como el disenso, propio de una conversación razonada. Para Francisco y el Sínodo, así como para la gran tradición de la Iglesia, el espíritu de la escucha y la conversación son elementos que enriquecen la vida de toda la comunidad. El filósofo Byung-Chul Han propuso que el oído es un órgano hospitalario por donde puede entrar la voz de los otros, la voz diferente, la voz que me abre las perspectivas. Escuchar, con ello, es un gesto de madurez hospitalaria.

El Cónclave, ese momento colegiado de toma de decisiones, tiene la misión de ser un espacio de hospitalidad conversada en donde, bajo las mociones del Espíritu, se pueda reconocer cuál es liderazgo para los caminos que Iglesia deberá seguir caminando. El Espíritu suscita impulsos en el corazón de la historia, en la cotidianidad de las comunidades, en los amasijos de la humanidad. Y es al Espíritu a lo que los cardenales pedirán auxilio en la misa que inaugurará las votaciones del Cónclave. De este modo, el Cónclave se manifiesta como un tiempo rico en conversación en el Espíritu, esa idea tan querida para el último Sínodo.

El Espíritu suscita impulsos en el corazón de la historia, en la cotidianidad de las comunidades, en los amasijos de la humanidad.

La Iglesia que discierne, lo realiza encarnada en la historia. La perspectiva concreta, cultural o contextual es un elemento relevante en la comunidad cristiana que conversa. Es necesario leer «los signos de los tiempos a la luz del Evangelio» (GS 4.11.44), y realizarlo desde una lectura creyente, mediada y meditada en vistas a proponer las palabras y gestos que dan forma a la evangelización. La tarea eclesial de la escucha y la deliberación —en la perspectiva del Espíritu y del discernimiento— se abre como un caudal en este tiempo de congregaciones generales previas al Cónclave y en el momento mismo del Cónclave. Por ello hablo de tarea eclesial, porque mientras el colegio cardenalicio conversa en la Sixtina a puertas cerradas todo el pueblo santo y fiel de Dios, usando la expresión de Francisco, está y deberá estar pidiendo por sus hermanos pastores, por el buen discernimiento y por el compromiso de seguir la huella de Cristo, el buen pastor resucitado.

AILEEN ALDAY RETAMALES

La muerte de un Papa siempre es un momento que conmueve el corazón de la Iglesia. No solo por la pérdida de un hombre que ha calado en lo hondo de los corazones y ha llevado sobre sus hombros el primado petrino, sino también porque nos enfrenta, como comunidad creyente, al misterio de la Iglesia que, aun herida, sigue viva y confiada en su Señor en este tiempo pascual.

Entre la partida del Santo Padre y el inicio del Cónclave, vivimos días que no son de simple vacío o espera ansiosa: son un tiempo de profunda oración, luto y esperanza. La Iglesia, nos enseña a vivir estos días —los llamados novemdiales— con el ritmo sereno de quien sabe que todo está en manos de Dios y que bajo la asistencia del Espíritu Santo será escogido el próximo «Siervo de los siervos de Dios».

El mundo, muchas veces, se agita. Analistas, periodistas, virales en las redes sociales o corrientes de opinión empiezan a trazar perfiles, pronosticar elecciones y proponer candidatos, haciendo de la elección papal un espectáculo más que solo llena de incertidumbres y nos desenfoca de lo realmente importante: la elección papal no es sino otra manifestación del Espíritu Santo presente en la Iglesia. Por esto, los fieles católicos estamos llamados a una actitud distinta. No a la especulación, sino a la oración que confía.

La elección papal no es sino otra manifestación del Espíritu Santo presente en la Iglesia.

Durante estos días, la Iglesia ora por el alma del Papa Francisco —pastor que, con sus luces y sus límites humanos, ha entregado su vida al servicio del Evangelio— y reza también por los cardenales electores, para que sean dóciles a la voz del Espíritu Santo. La Iglesia no se precipita. La Iglesia no se desespera. La Iglesia sabe que su verdadero Pastor es Cristo, y que el nuevo Sucesor de Pedro será elegido bajo Su mirada amorosa.

Este tiempo entre la muerte del Papa y el Cónclave es, por tanto, una oportunidad de renovar nuestra fe. Nos recuerda que nuestra esperanza no descansa en personas concretas, sino en el Señor que conduce su Iglesia a través de los tiempos por el Paráclito prometido (Jn 15,26).

No es un mero «interludio» entre dos pontificados. Es un tiempo de gracia, en el que toda la Iglesia se hace oración; esperando confiadamente en que el próximo Obispo de Roma responda con el mismo amor que Pedro ante la pregunta del Maestro, «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero» (Jn 21,17), y apaciente el rebaño del Señor.

Que este tiempo lo vivamos así: en oración, en esperanza, en comunión.

FRANCO ROJAS CONTRERAS

El Cónclave ha sido, en estos momentos, tema de conversación y controversia desde que murió el Papa Francisco. Sin duda, ambos sucesos son acontecimientos que marcan un antes y un después en la historia de la Iglesia, no solo por la elección de un nuevo Obispo de Roma (o Papa), sino sobre todo por la directriz que tomará el nuevo Pontífice para la Iglesia católica. Cada Pontífice ha abordado su ministerio petrino con algún enfoque teológico y/o pastoral, presente en sus escritos, al menos desde los inicios del Concilio Vaticano II.

En estos días se ha especulado un sinfín de cosas: la posible elección de un «Papa Negro» con tendencias apocalípticas, en base a lecturas proféticas antojadizas; se hacen apuestas sobre quién saldrá como nuevo Pontífice, se habla de la posibilidad de un Papa asiático, entre otras.

Sin embargo, a mi entender, el tiempo entre la muerte del Papa Francisco y el inicio del Cónclave (que será este 7 de mayo), no ha de ser un tiempo de especulaciones que, de todos modos, no tienen algún fundamento o razón concreta. Puesto que la muerte del Papa y el Cónclave son acontecimientos irruptores de la cotidianidad (no solo para los creyentes católicos, sino para todo el mundo aun, sorpresivamente), el enfoque que ha de tomarse de este tiempo de vacancia del ministerio petrino es, justamente, la vivencia del duelo por el Obispo de Roma. Los ritos realizados antes e incluso después de la Misa de Exequias invitan a hacer memoria agradecida por la labor que Francisco ha hecho en su pontificado. Pero no solo eso: su testimonio evangélico ha marcado al mundo con hondura y radicalidad, a tal punto que buena parte del mundo le llora, lamenta su partida y reconoce en él un «catolicismo» más cristiano, más humano y, a mi parecer, más cercano al Dios de Jesucristo.

Este tiempo es de luto, es de silencio, en el cual el legado de Francisco tiene que impregnarse hoy, más que nunca. Es un tiempo de enriquecerse con la relectura de sus escritos, sus homilías, sus dichos en público. De evitar el rápido olvido del paso de Francisco por esa premura de saber quién será su sucesor, el cual será eventualmente elegido por los cardenales electores con el auxilio del Espíritu santo. En ellos cae la gran responsabilidad de discernir la voz del Espíritu divino, de identificar los signos de los tiempos y de las necesidades urgentes que amerita la misión de la Iglesia.

Este tiempo es de luto, es de silencio, en el cual el legado de Francisco tiene que impregnarse hoy, más que nunca.

Solo al hacer el ejercicio de una memoria agradecida y honda del legado de Francisco en estos días, podría impedir el rápido olvido en las comunidades eclesiales de siempre buscar, en base al Evangelio, una «Iglesia en salida», «una Iglesia pobre para los pobres», que busca el cuidado de la casa común y la fraternidad entre los pueblos como esperanza del mundo.

Este tiempo de luto es de espera, de confianza en la acción del Espíritu divino, que soplará en medio de los cardenales para la elección de un sucesor del ministerio petrino. Esperemos, me incluyo, que el nuevo Obispo de Roma continúe y renueve constante y permanentemente la misión evangélica de la Iglesia: ser servidores.


Imagen: Pexels.

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