Entrevista con el obispo emérito de San Cristóbal de las Casas en México y miembro de la Comisión de Asesores para la Teología India del Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño.
Los criterios teológicos y las metodologías sinodales que facilitan el discernimiento compartido sobre algunas cuestiones doctrinales, pastorales y éticas que pueden despertar controversias, hacen parte de esos diez temas que el Papa Francisco considera prioritarios en la agenda de la segunda sesión de la Asamblea del Sínodo y que por su importancia ameritan un análisis más profundo.
Se trata de un encargo fundamental para quienes lideran los procesos de divulgación y formación previos, los que participarán en el Sínodo y quienes animan la experiencia de la sinodalidad en su misión diaria.
No se trata de una petición aislada, la temática está descrita en uno de los apartados del documento síntesis de la primera sesión del Sínodo. Con el título “Una Iglesia de toda raza, lengua, pueblo y Nación”, recoge el sentir de madres y padres sinodales respecto de las prioridades misioneras de la Iglesia, las preocupaciones y los dones que las diferentes experiencias de fe pueden aportan al diálogo o la pluralidad a través de las diversas manifestaciones del ser Iglesia.
“Quitarse las sandalias” es una imagen recurrente para referirse a la necesidad de despojarse de los preconceptos y descubrir la riqueza que habita en ese otro que es diferente y tiene mucho por aportar a la construcción de la Iglesia.
Opción que algunos hicieron desde hace tiempo, lo que les permite compartir con cierta autoridad su visión sobre la realidad del momento que vive la Iglesia. Es el caso del Card. Felipe Arizmendi, obispo emérito de San Cristóbal de las Casas en México y miembro de la Comisión de Asesores para la Teología India del Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (CELAM).
— ¿Cómo lograr que la propuesta del documento síntesis del Sínodo sobre el uso de un lenguaje accesible para la gente, incluidas las minorías étnicas, sea una realidad al interior de la Iglesia?
Jesucristo nos enseñó el camino para ello: convivir con la gente. Antes de empezar a predicar, estuvo con sus paisanos unos treinta años, conociendo la realidad, asumiendo la cultura nazaretana, para después ser, no solo usar, un lenguaje accesible. Nosotros no podemos llegar a imponer nuestra cultura, sino conocer —con amor— la cultura de los pueblos originarios, para valorar sus formas de vida y encarnar la Iglesia allí.
— El documento síntesis del Sínodo se refiere a la carga histórica de la palabra “misión”. Los padres y madres sinodales afirman que puede obstaculizar la comunión. ¿Cómo hacer un acompañamiento efectivo para forjar una identidad cristiana más allá del colonialismo? ¿Cuál es su experiencia al respecto?
Cuando fui párroco de una comunidad indígena otomí, de 1967 a 1970, llegué con una actitud colonialista, menospreciando sus formas de vida. Dios me concedió la gracia de cambiar, de aprender a valorar y respetar su idioma y sus tradiciones, siempre a la luz del Evangelio y el Magisterio de la Iglesia. Cuando serví como obispo en San Cristóbal de Las Casas, con un 75% de indígenas de cinco etnias, mis primeros años los dediqué a recorrer todas las regiones de la diócesis, a escuchar, ver, preguntar, analizar su cultura, ofrecer el Evangelio. Solo así alentamos una inculturación acorde con la Palabra de Dios y el Magisterio, siempre en diálogo con ellos y con los agentes de pastoral. Procuré hacer eso durante mis casi 18 años en esa Iglesia local, que sigue esforzándose por ser una Iglesia autóctona, como indica el Concilio Vaticano II en su Decreto Ad gentes, 6.
— Una inquietud que surgió del Sínodo es la necesidad de descentralizar el poder en la Iglesia, esto implica nuevas formas de ejercer la autoridad. ¿Qué nos pueden enseñar los pueblos originarios sobre este tema? ¿Cómo contribuir desde la práctica a la descentralización de la Iglesia?
En los pueblos originarios que aún conservan su cultura, donde no han entrado los partidos políticos y otro tipo de organizaciones más individualistas, la asamblea comunitaria es parte vital de su cultura. Los acuerdos se toman después de analizar distintas opiniones, escuchando incluso a quienes no están de acuerdo, para llegar, en la medida de lo posible, a consensos. Estas asambleas duran largas horas, pero se procura conservar la unidad. Esto les da identidad. La misma autoridad civil no se consigue por medio de campañas y ofrecimientos para lograr votos, sino por designación de la misma comunidad, que se fija en las cualidades de las personas y en los cargos que han desempeñado, para confiarle una nueva responsabilidad en el pueblo. Algunos se resisten a ocupar esos cargos, porque sienten que no son capaces, pero la asamblea incluso los presiona para que acepten. Y como de ordinario son servicios gratuitos, no son políticamente apetecidos, pero a ellos les da identidad. Por ejemplo, son ellos los que presentan a los candidatos al diaconado permanente, aunque es el obispo quien toma la última decisión, y ellos lo aceptan de buena fe. Ejercer la autoridad es un servicio, no una promoción personal para enriquecerse y tener poder; es escuchar mucho a la comunidad, sin renunciar a la responsabilidad de tomar la última decisión, como hicieron los apóstoles en Hechos 15.
“En los pueblos originarios que aún conservan su cultura, donde no han entrado los partidos políticos y otro tipo de organizaciones más individualistas, la asamblea comunitaria es parte vital de su cultura”.
— ¿Cuáles señalaría como los pasos necesarios para liderar procesos de sanación y reconciliación entre pueblos indígenas y colonizadores para superar el racismo y la estigmatización? ¿Conoce alguna experiencia?
Lamentablemente, a veces somos los mismos obispos, sacerdotes y otros agentes de pastoral no indígenas, quienes seguimos menospreciado las culturas originarias, por no conocerlas de corazón. ¿Cómo superar esto? Ante todo, pidiendo al Espíritu Santo que nos abra la mente y el corazón, para descubrir no solo las “semillas del Verbo”, sino sus frutos y riquezas sembradas en esos pueblos. Luego, conviviendo más con ellos, sin perder nuestra identidad. Preguntando el porqué de sus costumbres, y no condenando todo como si fuera signo de atraso. Ellos tienen otra forma de ser y de vivir, con sus limitaciones como en cualquier cultura, pero también con sus valores.
Como experiencia, en el Seminario de la diócesis de San Cristóbal de Las Casas, al terminar el primer año de Teología, todos interrumpen su estancia en el Seminario y deben ir a vivir en una comunidad indígena, no en la casa parroquial, para que conozcan la cultura, vayan aprendiendo el idioma y empiecen a ver la forma de inculturar el Evangelio y la Iglesia. Esto es indispensable para los no indígenas; pero los seminaristas indígenas a veces van a otra cultura indígena, o mestiza, para abrir más su mente y su corazón.
— ¿Cómo favorecer la unidad de la Iglesia superando el riesgo de homogenizar las prácticas y ahogar la diversidad?
Dándose oportunidad de conocer otras culturas, de aprender idiomas también indígenas, de estudiar los fundamentos teológicos de la inculturación, a la luz del Magisterio de la Iglesia, de valorar otras tradiciones y no imponer la propia. Y esto no solo con los pueblos originarios, sino también apreciando la variedad de las culturas urbanas y campesinas.
— ¿Qué opina sobre el respeto por las tradiciones litúrgicas y las prácticas religiosas de los migrantes durante los procesos de acogida?
Ante todo, acogiéndoles con el corazón en sus necesidades más inmediatas, como darles alimento, abrigo, hospedaje y protección legal. Cuando es posible, ayudarles a integrarse a la nueva cultura a la que llegan, y luego que ellos ofrezcan sus propias culturas, también sus formas propias de orar, de celebrar y de organizarse, no para imponerlas en la nueva sociedad a la que llegan, sino como una aportación a la catolicidad de la Iglesia.
El respeto por las tradiciones litúrgicas y las prácticas religiosas de los migrantes es parte integrante de una auténtica acogida.
Fuente: https://adn.celam.org / Imagen: ADN CELAM.