Caridad

Las dudas de fe no se resuelven solo orando. El sentido de la vida se encuentra amando.

Contaban los griegos que Prometeo, al robar el fuego, dio la vida a la humanidad. Los cristianos sabemos que ese fuego nos lo dio Dios y que ese fuego es el amor, la caridad. Porque el amor a la humanidad de Prometeo no se sostiene dando la espalda a lo sagrado. El amor es relación y es fuego: quema todo lo que nos separa de Dios, del prójimo, incluso del justo amor a ti mismo.

Por eso el amor es más que un sentimiento. Si solo fuera algo del corazón no tendría más realidad que lo que ese sentimiento dure. Y además ya sabemos que no pocas veces existe el amor no correspondido. El amor que viene de Dios es una virtud. Junto a la fe y la esperanza es inmune a la decepción.

Porque el fuego prende y quema cuanto toca. Por eso el amor de Dios, cuando te toca, te quema y ya amas. Poca fuerza más poderosa que el saberse y sentirse amado. Nada más noble que aspirar a retornar lo que te han dado, nada más revolucionario que el querer devolver amando tanto haber sido amado. Lo que te parece imposible con la cabeza, lo que no soporta el corazón, lo puede el amor, que rompe toda barrera que te impone el mundo, que te impones tú. El amor lo eleva todo a una nueva dimensión.

El fuego prende y quema cuanto toca. Por eso el amor de Dios, cuando te toca, te quema y ya amas.

Por eso el amor, como virtud, necesita ser obligación. Solo cuando el amor es un deber queda por siempre asegurado, contra todo cambio, por toda la eternidad. Es muy duro que te digan que te quieren cuando no te aman. Por eso el amor es mandamiento: amarás a Dios sobre todas las cosas. Porque solo queriendo querer se puede seguir enamorado. Porque las dudas de fe no se resuelven solo orando. El sentido de la vida se encuentra amando.

Sigue el mandamiento: y al prójimo como a ti mismo. Porque al extraño, al pobre, al alejado se le encuentra más fácil que al Amado. Y porque en ningún sitio se dice que, como a un amigo, le tengas que admirar: simplemente le tienes que amar. En eso el amor vuelve a ser como el fuego: hay que alimentarlo. Hay que poner en la hoguera del servicio, del cariño, de la simpatía, de la amistad aquello que te frena e impide salir de ti. Lo que retienes para sacrificarte, literalmente, para hacer sagrado lo que te une, lo que pervive, por el bien del Otro, para siempre.

Con un límite y un reto: amar, pero como a ti mismo. No te olvides que no hay amor verdadero si no te amas también a ti. Y si te olvidas, tenlo en cuenta: Él te ama con un fuego eterno. Él te amó a ti primero. Le costó la vida. Lo dio todo, hasta el extremo.


Fuente: https://pastoralsj.org / Imagen: Pexels.

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