Carlos Schickendantz: “Parece que el Papa es el principal impulsor de las reformas y de la renovación”

“Son necesarios muchos cambios en esta estructura —la curia romana— para que resuene otra música”.

El Sínodo llega a su fin. Se inicia el tiempo de las evaluaciones del proceso vivido y las previsiones del camino próximo a recorrer. Comparto aquí algunas reflexiones provisorias solo sobre algunos aspectos como observador de esta asamblea eclesial.

1. Varios participantes, entre ellos el cardenal Hummes, al celebrar el pacto en las catacumbas de Domitila, ha puesto de relieve la estrecha vinculación entre esta asamblea sinodal y el Concilio Vaticano II. Esta relación podría ser evidenciada desde distintas perspectivas. Una de ellas me parece esencial. En la que es, sin duda, una de las mejores interpretaciones del Vaticano II como acontecimiento epocal, Karl Rahner refería en 1979 que el impulso misionero de la Iglesia en el pasado estuvo caracterizado, en buena medida, como una “exportación” cultural: “era un cristianismo occidental y quiso establecerse como tal, sin aventurar un nuevo inicio real interrumpiendo ciertas continuidades para nosotros obvias”. Hoy, por el contrario, conforme a la conciencia de nuestra época y a las diferencias culturales de las distintas regiones, la situación se plantea de otra manera. “Las cosas están por tanto así: o la Iglesia ve y reconoce estas diferencias esenciales de las otras culturas, en el seno de las cuales debe llegar a ser Iglesia mundial, y de ese reconocimiento saca las consecuencias necesarias con audacia paulina, o bien permanece como una Iglesia occidental, a fin de cuentas, traicionando de esta manera el sentido que ha tenido el Vaticano II”.

En estos días, en los más diversos asuntos y con diferentes argumentos, esta perspectiva de fondo ha estado en juego. De allí que el tema del colonialismo apareciera como central. Uno de los textos elaborados en la semana final del Sínodo contenía expresiones de una gran claridad, más o menos con estas palabras: “El colonialismo, al imponer la cultura de fuera sobre los pueblos, les niega su derecho a conservar su identidad cultural cuando entran en la Iglesia y su derecho a acoger el Evangelio de Jesús en sus culturas. Así mismo los obliga a vivir dentro de la Iglesia con una identidad que no es la suya. Este tipo de colonización religiosa, que trastoca el alma de los pueblos, contribuye en gran medida a la desaparición de las culturas de los pueblos”. Las propuestas realizadas en el Sínodo referidas a un posible rito litúrgico amazónico, por ejemplo, se mueven en esta dirección.

2. La muy buena bibliografía de estas décadas sobre el Concilio nos enseña a interpretar un acontecimiento eclesial de estas características. Tres puntos quiero destacar aquí. Primero, un texto solo se interpreta correctamente en el ámbito de un acontecimiento; si aquel es un instrumento clave, este es no menos decisivo. Por tanto, por ejemplo, si el documento final, por muchas razones, no es tan bueno como uno desearía, la perspectiva más holística ayuda a enriquecerlo. De allí la importancia de los testigos, no solo de los analistas rigurosos de lo publicado. Una lectura adecuada debe incluir momentos relevantes vividos aquí, como el mismo pacto de las catacumbas ya referido, la llamativa procesión del día inaugural, la presencia constante de pobladores venidos de la Amazonía, la diversa participación de muchas personas venidas a Roma para colaborar de diversas maneras.

Segundo, el evento solo se comprende en el marco de un proceso. Como en el caso del Concilio, el Sínodo sobre la Amazonía es solo un paso en una determinada dirección. Nada más, nada menos. En este Sínodo puede destacarse el relevante proceso de preparación llevado a cabo en la misma región; un proceso que, por su seriedad y amplitud, no tiene analogía con ningún Sínodo anterior.

Tercero, el proceso de recepción determinará el lugar histórico de esta asamblea. Al final, las comunidades cristianas tienen la palabra. Por ejemplo, son las iglesias en América Latina las que reconocieron que Medellín era su carta magna; esa decisión no la tomaron, ni podían tomarla los protagonistas de Medellín. El significado de un Concilio, de una asamblea eclesial, finalmente, no la otorgan sus líderes ni sus protagonistas, sino los complejos procesos de recepción, en los cuales las comunidades, de hecho, disciernen, escogen, dejan de lados unos aspectos y destacan otros.

3. El tema de la ordenación presbiteral de varones casados se convirtió de hecho en el tema símbolo de esta reunión. Parece una reducción, incluso clerical, de la amplia gama de asuntos que por su gravedad y urgencia merecían el foco de la atención. Incluso al mismo Papa podía parecerle que la excesiva consideración de esta temática podía comprometer la justa comprensión de las tareas a llevar a cabo. Pero aquí también la realidad manda, en otras palabras, las expectativas de muchas personas en la Iglesia y, por qué no, la demanda de los medios de comunicación internacionales. Que las posturas conservadoras, representadas en varios líderes de la curia romana, hayan concentrado también sus intervenciones en este tema, para oponerse, revela que él ocupa un papel destacado para propios y extraños.

En este debate un aspecto de este grupo conservador ha llamado la atención: tan afectos a la centralidad de la eucaristía en el plano doctrinal y en sus propuestas de espiritualidad, apenas sí mostraron sensibilidad por el argumento de que miles de comunidades carecen habitualmente de ella y que esa celebración comunitaria, con todo lo que implica como reunión de una asamblea en torno a la memoria de Jesús, es un elemento central en la constitución de una comunidad cristiana. Si la frase acerca de que aprecian más el celibato que la eucaristía puede resultar hasta cierto punto una caricatura, probablemente ella también esconde algunos vestigios de verdad. Una jerarquía de verdades mejor ordenada parece necesaria.

Es indudable que el tema de los viri probati favorece una flexibilización en la figura presbiteral, ante todo en la línea de una desacralización, y esto representa un asunto mayor en la eclesiología que tiene al ministerio ordenado —no al Pueblo de Dios— como su columna vertebral. De este modo, un tema aparentemente secundario, con una mirada más detenida revela diferencias más profundas.

4. El mundo al revés. Parece que el Papa es el principal impulsor de las reformas y de la renovación. Las intervenciones de varias mujeres indígenas en el aula han sido muy alabadas. Dirigiéndose directamente a Francisco han explicitado que, para ellas, él es el mejor intérprete de muchas de sus aspiraciones.

Por otra parte, ha quedado en la memoria de varios/as una expresión utilizada por él en una de las intervenciones libres. Pedía “desborde”. Se ha escuchado la pregunta acerca de cómo interpretar esta petición. Lo cierto es que en los varios textos posteriores de la asamblea esta palabra ha aparecido repetidamente, incluso buscando su adecuada traducción a las otras lenguas. En cualquier caso, desborde significa “rebasar el límite de lo fijado o previsto”; indica que algo se sale del cauce, en este caso por su sobre abundancia, yendo más allá de lo ya dicho y de lo ya homologado. Esta perspectiva exigente podría convertirse en un criterio para medir este Sínodo, también para valorar su documento final.

Ahora no es posible evaluar si la comparación con Juan XXIII es adecuada o más bien una exageración, pero es claro que está abierta una ventana de oportunidades impulsada por el mismo obispo de Roma para el desarrollo de una agenda más coherente con el Vaticano II.

5. La forma de comportamiento, no solo los discursos, de varios de los líderes de las congregaciones romanas merece una reflexión. Da qué pensar. Una enseñanza del evento conciliar puede iluminar. Como se hizo con la minoría conservadora en el Vaticano II, hay que escuchar respetuosamente sus tomas de posición, hay que procurar comprender no solo lo que dicen, sino también la preocupación que los mueve, hay que recoger sus inquietudes e incluirlas en la medida de lo posible, someter a crítica las propias opiniones también con la ayuda de sus argumentos, pero no hay que hacer lo que ellos piensan. Si en el Concilio se hubiera obrado de otra forma no existirían varias de las mejores páginas de Dei verbum y Lumen gentium; Gaudium et spes no hubiera sido publicada. Son necesarios muchos cambios en esta estructura —la curia romana— para que resuene otra música.

6. Sinodalidad. Lo vivido en estos días y los testimonios de varias personas próximas a él aseguran que la idea de sinodalidad constituye la preocupación central de Francisco. Destaca en ella los dos aspectos contenidos en el significado de la palabra. Por una parte, un proceso que necesita tiempo y se desarrolla en pasos continuos y coherentes. Por otra, un camino que incluye a todos/as las personas. “Caminar juntos”.

Al respecto, parece que, para una importante cantidad de pastores, agentes pastorales y también teólogos/as, esta categoría no obtiene la comprensión que se reclama. Y, sobre todo, se advierte una conducta renuente, lenta, carente de imaginación, audacia y creatividad para traducirla en estructuras y organismos renovados. Hay mucha dificultad para ir más allá de una nueva y mera repetición de frases generales, expresiones de deseo, que no se verifican en ninguna medida concreta.

En mi opinión, si no se afronta la vinculación, incluso jurídica, del ministerio ordenado (obispos, presbíteros, diáconos) a los procesos comunitarios de discernimiento y tomas de decisión, la sinodalidad no pasará de ser una bella idea que inspira un espíritu renovado, pero que no afecta a los procesos eclesiales en la medida en que la realidad lo requiere. Este es un punto neurálgico que exige generosidad de la jerarquía, porque deben ceder espacios de poder, es decir, deben compartir lo que, por ahora, una teología no renovada y un derecho canónico con mentalidad piramidal les adjudica de modo exclusivo. En este punto, el mismo Sínodo podría quedar en deuda. La pregunta acerca del lugar de las mujeres en la Iglesia, tan urgente y profunda, se juega también en este ámbito de cuestiones.

Por último, el asunto de si un Sínodo de obispos es, como organismo, la mejor expresión de la sinodalidad de toda la Iglesia, es una cuestión que aquí puede quedar abierta. Pienso que a medida que la idea de sinodalidad madure, esta estructura aparecerá como estrecha.

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Fuente: www.religiondigital.org

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