Yo sigo dudando y buscándote en los rostros. Y tú me sigues señalando el camino hacia la humildad, la ternura y la esperanza. En silencio y sin estridencias. Como siempre has hecho.
Querido Dios (se empieza así, ¿verdad?).
No sé muy bien cómo se hace esto. Los millennial no escribimos cartas. Supongo que es una manera de hablar contigo como cualquier otra. Tampoco tengo muy claro qué se le dice por carta a alguien con quien hablas casi a diario…
Tengo que confesarte algo: a veces dudo. A veces, no sé si muchas o pocas, no lo veo claro. Me da por pensar que eres un espejismo en el desierto. Que las cosas que dicen de ti son cuentos, o asustaviejas, o rutinas vacías. Dudo. Y dudo mucho.
Y no te creas que no busco. Busco siempre que puedo en libros, en cañas a media tarde, en el corazón de los amigos, en la conversación con mi pareja, en las jornadas de trabajo. Busco tanto que a veces la sensación es de no hacer otra cosa. Busco mucho. Y dudo.
Algunas veces —no son muchas, pero se dan— pienso que sería más fácil sin ti, ¿sabes? Sin más barómetro que el mío. Que yo decida dónde está mi presión perfecta. Que si me siento maltratado, esconda la mejilla y saque la palabra, hiriente como puñal. Que si me escuece la tormenta, no se acerque nadie a cubrirme con su paraguas, porque lo mismo le tiro yo al barro con mi indiferencia. Que si no hay un “otro” hermano —y un “Otro” Padre— solo me tengo que preocupar de mí y de lo(s) mío(s).
También dudo cuando veo a tanta gente sufriendo (porque sabes que la gente sufre, ¿no?). Y que unos sufren mucho y otros viven de espaldas. Y que hay quienes viven aplastados por la bota de la desesperanza. Y que no viven tan lejos de mí. Y que no vale la pena creerte ni seguirte, porque con tanto dolor y odio, ¿qué esperanza queda?
Yo no sé si a ti esto te hace gracia, te escandaliza o te enternece… aunque te concedo una cosa: siempre que dudo, sigues ahí. Y te encuentro entre las dudas. Y termino por reconocerte. En silencio, señalando y señalándome. Y se me cae la cara, no te creas. De vergüenza por no entender con claridad, y de miedo también, por si no estoy a la altura. Como si la justicia no dependiera en nada de mí. Como si no pidieras mis manos y mi boca para hablar a la esperanza de los hombres. Como si no supiera ya por experiencia que quien hace y dice eres tú si yo me dejo.
Igual debería mandarte un WhatsApp, aunque no sé bien a qué número. Si al de alguien que se siente solo; al de mi familia, que me espera con cariño; al del tipo que me pide cada día a la puerta del supermercado…
Bueno, pues para este año te ofrezco un trato: yo sigo dudando y buscándote en los rostros. Y tú me sigues señalando el camino hacia la humildad, la ternura y la esperanza. En silencio y sin estridencias. Como siempre has hecho.
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Fuente: https://pastoralsj.org