Apreciados/as lectores/as:
Consejeros y lectores de la nuestra revista me han pedido pronunciar una palabra sobre las denuncias que se han presentado contra varios jesuitas, en vista de que Mensaje pertenece a la Compañía de Jesús en Chile.
¿Qué decir? Ya se ha hablado y publicado mucho al respecto. Además, cada palabra que se dice suele ser interpretada, o mal interpretada, porque se considera como una defensa de la institución. En el actual contexto predomina la pasión, fruto de una justa indignación frente a los hechos, pero algunas veces con poca ponderación, lo que impide una mirada objetiva. Las denuncias contra algunos hermanos jesuitas duelen en el alma, porque contradicen nuestra vocación ignaciana (en todo amar y servir) y cristiana (amar al prójimo). ¿Cómo hemos llegado a esto? Ciertamente, en este panorama uno se siente miembro de lo que nuestro fundador, Ignacio de Loyola, llamó la «mínima» Compañía de Jesús.
Este dolor se torna vergüenza, no por la mala imagen (que es un aspecto secundario), sino muy especialmente porque se trata de conductas que simplemente no caben. Es un comportamiento delictual que provoca mucho daño a las víctimas. ¿Cómo se pudo llegar a estas situaciones sin percatarse? ¿Por qué no nos dimos cuenta? ¿Por qué fuimos tan soberbios al pensar que estos problemas pertenecían a otros grupos y no a nosotros?
El dolor y la vergüenza hacen brotar la palabra «perdón». Perdón a las víctimas cuyas vidas han sido remecidas, perdón a la Iglesia porque formamos parte de la causa de la crisis, perdón a la sociedad porque estas situaciones contradicen nuestra misión de promover la fe y la justicia en diálogo con las culturas y otras religiones.
Cada cosa tiene su tiempo y todas son igualmente necesarias: el reconocimiento de la verdad es el fundamento de la justicia. A su vez, la justicia exige una reparación con todos los medios posibles. Solo cumplidos estos pasos se puede abrir una ventana de esperanza y recuperar la confianza. Muchos católicos están cansados de las promesas y palabras: con razón, exigen gestos y acciones concretas.
A la vez, hemos ido lentamente aprendiendo de nuestros propios errores. Hemos pedido ayuda profesional para investigar las denuncias, acompañar a las víctimas y construir ambientes sanos en nuestros ambientes apostólicos. Sin embargo, estamos lejos aún de poder levantar la mirada y afirmar que hemos hecho todo lo necesario. Son pequeños avances frente a un largo camino que falta recorrer con humildad. Un desafío fundamental es la prevención de todo tipo de abusos y, en el caso de que estos lleguen a producirse, sancionarlos severamente, colocando a las víctimas en el centro de nuestra preocupación.
Esta última denuncia contra Renato Poblete Barth ha sido horrorosa e impensable porque rompe límites primarios y básicos. ¿Cómo no empatizar con las víctimas? A la vez, es preciso esperar el resultado de la investigación, porque la justicia y la reparación se cumplen en la verdad.
Una crisis puede convertirse en una oportunidad. Tal como nos dijo el Papa Francisco en su «Carta al Pueblo de Dios que peregrina en Chile» (31 de mayo de 2018), es preciso «mirar el presente sin evasiones, pero con valentía; con coraje, pero sabiamente; con tenacidad, pero sin violencia; con pasión, pero sin fanatismo; con constancia, pero sin ansiedad, y así cambiar todo aquello que hoy ponga en riesgo la integridad y la dignidad de cada persona».
Tony Mifsud S.J.
Director Revista Mensaje
23 de mayo de 2019