Chile y un “terremoto” que nos sacudió el alma

La crisis que vive el país es por la escasez de bien común, una verdadera carestía en medio de un importante vacío de representación. Es ya hora de reconstruir.

Una de las diferencias que, quien escribe, percibe entre la crisis que sacudió a la Argentina a fines de 2001 y la que vive Chile en esta hora, es que en ese entonces hubo una sociedad civil capaz de redes de contención social que intervinieron en última instancia para impedir el colapso definitivo y el caos. Parroquias, colegios, obras sociales se transformaron en comedores, espacios de contención y de consuelo en los que ver un rostro hermano y recobrar la esperanza. Lo que está sucediendo en Chile, más allá de la intervención de alguna “mano” organizativa desde los espacios más radicalizados y extremistas de la política —que, sin embargo, no llegan a ser determinantes—, es el colapso de un tejido social desgastado durante años.

Lo que no se ve es precisamente alguna red de contención, aunque sea de última instancia, capaz de contener el malestar y la angustia, de ayudar a recuperar el sentido común y no dejarse dominar por la rabia y el resentimiento.

El gobierno no da signos de estar a la altura de las circunstancias, a partir de la idea errada y apresurada de entregar el control de la situación a las fuerzas armadas. Una decisión que ha evocado los peores fantasmas y, por otro lado, ha demostrado mucha incompetencia y falta de empatía. Las palabras del Presidente, el domingo, cuando habló de una “guerra”, causaron más irritación todavía, manifestando su poca comprensión de lo que está efectivamente ocurriendo. Los saqueos ya han tomado como objetivo pequeños comercios y hasta casas particulares. Con frecuencias es la misma gente que sale a proteger el supermercado de la esquina, para poder tener un lugar donde abastecerse, o que se organiza con chalecos amarillos para mostrar que hay vigilancia y protección.

Pero tampoco los partidos políticos tienen la lucidez necesaria para intervenir, continuando un diálogo, aparentemente, entre sordos que ya nadie quiere oír. Y tampoco aparece la sociedad civil, penalizada en estos años por un individualismo creciente. No tiene una palabra autorizada la Iglesia, sacudida y desnorteada por los escándalos de abusos a menores conocidos y, en definitiva, encubiertos durante años. La pregunta es entonces quién podrá tener una palabra lúcida, hablar al corazón de la gente y abrir el espacio a la cordura y a la esperanza. Años de “arreglos” desde la cocina política, que han tolerado un sistema de desigualdad estructural y excluyente, han instalado una gran desconfianza acerca de los acuerdos políticos que en estas horas son invocados. La palabra más utilizada en estos días es “abuso”. Esta sociedad se siente abusada por un modelo de orden social que, lejos de estar a su servicio, primero incrementa las desigualdades y luego invisibiliza sus efectos.

Se paga el precio de años de desgaste en la construcción del bien común, negado y denostado reemplazado por la idea de que no somos una sociedad, sino una sumatoria de individuos.

Hay una diferencia importante —que pocas veces perciben incluso los economistas— entre bien común y bien total. El segundo es la sumatoria de los intereses individuales y sectoriales. Se alimenta de la negociación y en ella quien es más fuerte o más hábil lleva las de beneficiarse más. Es una suma aritmética, en la que si uno de los factores es cero, no impide que el valor final sea positivo. El bien común en cambio comienza por aquello que es bueno para todos, partiendo de la protección de los menos favorecidos. Es más bien un producto. Si uno de los factores es igual a la cero, el valor final será cero.

Quiere decir que no hay país posible sin bien común, no hay futuro posible sin cuidar y acrecentar los valores que lo generan. Es el gran desafío, a mi entender, para Chile hoy. De los terremotos y los tsunamis Chile ha salido airoso y solidario. Hoy la sacudida llegó a nuestras almas. Y ya es hora de reconstruir.

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Fuente: https://ciudadnueva.com.ar

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