Debemos aspirar a la conversación espiritual, donde Dios está presente y poco a poco van emergiendo mociones y también miedos y tensiones.
“Y ahora, dejamos unos minutos de silencio, encendemos una vela, ponemos un poco de Ludovico, y contamos cómo nos sentimos y cómo nos ha ido la semana…”. Esto tiene algo de caricatura, y por tanto bastante de exageración, y quizás algo de verdad. Y es que debemos reconocer con humildad que a veces quien más y quien menos hemos caído en esta trampa, y hemos propiciado sin querer que un grupo de fe se convirtiese así en un grupo de autoayuda, donde pesa más el cómo estamos que nuestra propia vida espiritual, pues aunque tienen algo que ver, no son necesariamente lo mismo.
No podemos olvidar que nuestra religión es la religión de la palabra, y que hay un alto componente narrativo —donde la Palabra se hace carne—, y aspiramos a buscar la verdad —el logos—. Sin embargo, hay una tentación que consiste en ponernos en el centro, y no bajar a lo profundo, y de esta forma no pasar de la emoción al sentimiento, y del sentimiento a la moción, que es donde nos habla Dios. En el fondo, es la tendencia de todo ser humano de ponerse en el centro, y por tanto hace que el grupo de fe se convierta en un fin en sí mismo, y no en un medio más para llegar a Dios y para ayudarnos a encontrarlo en todas las cosas, principalmente en nuestra vida y en nuestra realidad.
En cualquier caso, como cristianos, no podemos reducir nuestra fe a un sentimiento, porque eso ya lo hace cualquiera y Dios es mucho más grande. Lo nuestro es algo más profundo, que toca el afecto y el intelecto, y sobre todo nos saca de nosotros mismos y nos lanza hacia adelante.
Como cristianos, no podemos reducir nuestra fe a un sentimiento, porque eso ya lo hace cualquiera y Dios es mucho más grande.
Y no se trata de volvernos asépticos y no mostrar ningún tipo de emoción, tampoco de eliminar el verbo “sentir” de nuestras palabras. Más bien debemos aspirar a la conversación espiritual, donde Dios está presente y poco a poco van emergiendo mociones y también miedos y tensiones, como les pasaba a los primeros discípulos. Quizás, para movernos en esta ligera tensión debemos hacernos una pregunta: ¿Quién es el protagonista de la reunión, Dios o nosotros mismos?
Fuente: https://pastoralsj.org / Imagen: Pexels.