Como un río

Dios es como un río que nos cruza y nos llena de vida. A veces, cuando le encontramos (o mejor, cuando Él nos encuentra) tenemos la tentación de jugar a controlarlo y manejarlo a nuestro antojo. Se nos olvida que no podemos encerrarlo en nuestras conveniencias y esquemas.

Un hombre tenía una finca cruzada por un río. Cerca de la orilla había una cabaña donde pasaba la primavera. El cauce bajaba cargado de agua del deshielo de las montañas. Habitaba por aquellos alrededores toda clase de pajarillos que convertían la mañana en un agradable concierto. Al llegar el verano el río disminuía su caudal y el hombre marchaba a otro lugar donde poseía una casa más confortable.

Una primavera, al volver a la cabaña de la ribera, observó que el nivel del agua había aumentado considerablemente. El hombre aprovechó la oportunidad y construyó un canal para que el agua llenara un hermoso estanque. Podría permanecer más tiempo junto al río disfrutando de la paz y la frescura que se respiraba junto al estanque.

Un día al despertar comprobó que el nivel del agua subía y subía. Sin pensarlo mucho se puso manos a la obra y comenzó a construir un dique para que el río no lo invadiera todo. Quería conservar su tranquilidad. Pasaba los días y las noches vigilando el río. Aquel lugar de paz se convirtió en una carga. Necesitaba controlarlo.

Tantos días estuvo trabajando que, derrotado por el cansancio, cayó en un profundo sueño. Mientras dormía, el río aumentó tanto su caudal que rebasó por completo el dique. Todo quedó inundado. El sueño de aquel hombre por convertir su finca en un rico jardín parecía haberse roto.

Pasaron tres días y el agua comenzó a descender. Al volver el río a su cauce brotaron miles de flores. Ese verano los árboles dieron frutos más grandes y sabrosos que nunca.

El hombre comprendió que hay fuerzas contra las que no se puede luchar. Desde entonces vivió en la cabaña y miraba al río de otra manera. Comprendió que era imposible modificar su cauce. Nunca más intentaría controlarlo. Dejando al río ser río encontró la paz verdadera.

Hay fuerzas contra las que no se puede luchar.

Dios es como un río que nos cruza y nos llena de vida. A veces, cuando le encontramos (o mejor, cuando Él nos encuentra) tenemos la tentación de jugar a controlarlo y manejarlo a nuestro antojo. Se nos olvida que no podemos encerrarlo en nuestras conveniencias y esquemas. Cuando Él quiere y como Él quiere se salta los diques que construimos… y siempre para darnos vida.


Fuente: https://pastoralsj.org / Imagen: Pexels.

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