Que nuestro modo de proceder sea el modo de Jesús.
Domingo 18 de mayo de 2025
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 13, 31-33a. 34-35.
Durante la Última Cena, después que Judas salió, Jesús dijo: «Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado y Dios ha sido glorificado en Él. Si Dios ha sido glorificado en Él, también lo glorificará en sí mismo, y lo hará muy pronto.
Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con ustedes. Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como Yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros».
Hoy escuchamos el discurso de despedida en la cena pascual. Hoy, cinco domingos luego de la Pascua. ¿Por qué? Pues porque el mensaje no acaba en Jueves Santo ni se completa con la resurrección, sino que se actualiza día a día en el vivir con otros. Una vivencia que exige apostar por dar sentido a la propia existencia en el camino andado.
Jesús anuncia su vuelta al Padre, pero no nos abandona, no deja de lado, no pide imposibles, aunque a veces lo parece: «Ámense los unos a los otros como yo los he amado». No habla de merecimientos, ni de primeros lugares, felicitaciones o castigos; invita a donar la propia vida para que se multiplique.
El reconocimiento de la vida donada se juega en el amor que nos tengamos unos a otros, pero ¿cómo hacerlo en una sociedad que nos obliga a competir y no amarnos o amarnos de manera que no nos reconozcamos? Pareciera ser que las palabras de León XIV en su primer discurso son una pieza clave para entender esta lectura: Dios se da a todos y todas, nos invita a buscarle, sin distinción, y junto a este darse también nos entrega la paz que es «una paz desarmada y desarmante», esa que invita a rehacernos en el cotidiano, pero sobre todo en lo femenino; amor y amar que se juegan en la capacidad de hacernos-con-otros y construirnos en la medida que nos donamos para multiplicar nuestra plenitud de ser quienes somos.
El reconocimiento de la vida donada se juega en el amor que nos tengamos unos a otros, pero ¿cómo hacerlo en una sociedad que nos obliga a competir y no amarnos o amarnos de manera que no nos reconozcamos?
Este amor que excede los egoísmos y supera el individualismo surge del reconocimiento de un Dios-Madre que ama entrañablemente pero que, en la medida que ama, envía. Y en la medida que envía exige que amemos como único mandamiento, esa es nuestra misión hoy: hacer ver el rostro amoroso de Dios-Madre de quien nada ni nadie nos puede separar, siempre y cuando comprendamos que es preciso reconocer el valor de los otros para asemejarnos a esa bondad materno-filial; es necesario, imperiosamente, el diálogo y la caridad, en la acepción radical cristiana: agape-donación desde la cual (nos)descubrimos en el otro como auténtica, verdadera y ontológicamente más humanos. Que nuestro modo de proceder sea el modo de Jesús.
Fuente: Mujeres Iglesia Chile / Imagen: Pexels.