«Confieso que he estudiado»

A la memoria del P. Sergio Zañartu sj. Ex director de Revista Mensaje. Gran investigador y teólogo profundo cuyo legado nos ilumina hoy de muchas maneras.

Con afecto de viejo compañero jesuita y colega en la Facultad de Teología escribo estas notas sobre el P. Sergio Zañartu, fallecido hace dos años. Lo llamábamos “el Pollo”, hermano menor de Mario, también jesuita, de Jaime, laico casado, y de Marta, la hermana regalona. El sobrenombre refleja cómo lo veíamos: un ser grande de porte, querido, sencillo. No hacía esfuerzo por mostrar su valía y con humor se reía de sí mismo cuando recitaba el poema “La perrilla y el jabalí”. Los que fueran sus alumnos, reconociendo su profundidad y preparación, recordaban más bien sus clases monótonas y sus apuntes llenos de notas al pie de página.

Estas líneas quieren ser un homenaje y agradecimiento a este gran investigador y teólogo profundo cuyo legado nos ilumina hoy de muchas maneras. Hace ya años fue homenajeado por los círculos académicos de la Universidad Católica y recibió reconocimientos de la Santa Sede y del gobierno central de la Compañía. Pero viene bien volver a hacerlo porque su recuerdo nos impulsa a la fe y al trabajo riguroso, cosas vitales para el mundo de hoy.

PINCELADAS BIOGRÁFICAS

Sergio nació en Santiago, el tercer hijo de Marta y Mario. La familia vivía en La Florida en una pequeña parcela al pie de la cordillera. De su niñez él recordaba tres rasgos: los libros, la piedad y la educación espartana. Era un lector infatigable que leía todo lo que caía en sus manos. Navegaba junto con Sandokán por los mares de la Malasia y se arrullaba con los poemas de Adolfo Bécquer. La fe cristiana le provenía del hogar y del colegio de San Ignacio, donde estuvo varios años de interno. De este lo marcó el espíritu misionero, la piedad eucarística y el amor a la Virgen.

Lo espartano requiere párrafo aparte. La señora Marta era una mujer toda dulzura, moldeada en la tradición cristiana austera de las familias castellano-vascas. Don Mario era el hombre del esfuerzo, voluntad de hierro, caballero de acometer hazañas por amor a la patria. Fue abogado de profesión. Después del servicio militar se propuso seguir perfeccionándose en el ejército para lo cual siguió cursos en la Escuela Militar hasta obtener un grado muy alto.

Trasmitió a sus hijos el amor al esfuerzo. Sergio recordaba que su padre les pedía trabajar, en ojotas y pala en mano, regando los árboles de la parcela. En los veranos la familia entera partía en mula a Argentina, atravesando la cordillera a cuatro mil metros por el cajón del Maipo. Allá arriba era el lacear, ensillar, cocinar, dormir a la intemperie y disparar con carabina Winchester, ejercicios básicos de la vida en montaña. No se daban permiso a la fatiga.

La constancia y el método rigieron a Sergio en todas sus actividades, bien se tratase de un vocabulario griego tomado de Sófocles, de subir montañas o de nadar distancias kilométricas. En nuestras escaladas, una vez que él agarraba su paso, un paso lento y rítmico, ya no lo cambiaba y llegaba de los primeros. En los horarios de la vida comunitaria era sumamente regular.

Sergio sintió la vocación a la Compañía al escuchar las historias del padre Campitos sobre las misiones entre los mapuches. Típico del carácter heredado de su padre, cortó con todo y entró al noviciado poco antes de cumplir los 15 años. Amante de las letras en el juniorado y de la dialéctica en filosofía, su amor definitivo fue la teología. Primero en Argentina, marcado por el profesor Joaquín Aduriz; después en Francia, donde hizo estudios sobre el judeo-cristianismo bajo la dirección del P. Jean Danielou. Pero al no coincidir su investigación con las ideas de su profesor guía, en gesto muy suyo abandonó el doctorado y regresó a Chile a comenzar otro, esta vez sobre el concepto de “Vida” en Ignacio de Antioquía. Ocupado en otros deberes, tardó ocho años en sacarlo, lo que da cuenta de su constancia.

Al final de su vida, en vena nerudiana, pudo afirmar: “Confieso que he estudiado”. Fue un intelectual, pero a la vez desempeñó cargos administrativos importantes, como la dirección de la Revista Mensaje, superior de la residencia de San Ignacio y decano por dos periodos de la facultad de teología de la Universidad Católica. En tiempo de dictadura se jugó por entero por mantener la libertad de la Revista Mensaje y fue el primero en denunciar por escrito las torturas. Su alma de pastor lo llevó a tener siempre una labor pastoral en alguna capilla sencilla de la periferia. Así durante 16 años fue capellán de El Barrero, donde se daba por entero visitando las casas y haciendo amistades; y la gente lo quería. Participaba además semanalmente en la Renovación Carismática, según él para dar salida a los afectos. La Santa Sede lo nombró miembro de la Comisión Teológica Internacional, donde contribuyó, como veremos, a la elaboración de varios informes importantes.

SU SERVICIO A LA FACULTAD

Estuvo cuarenta años al servicio de la facultad de teología de la Universidad Católica, treinta y tres de ellos en la docencia e investigación. Para él la investigación era inseparable de la docencia, de la pastoral y de la vida espiritual. Al comenzar cada clase invitaba un momento a dar gracias a Dios por lo aprendido esos días con la mente y el corazón. Sus alumnos valoraban su rigor intelectual y la perseverancia en el trabajo. Era parco y exigente en poner notas en las pruebas durante el semestre, pero generoso y lleno de bondad en los exámenes finales, con lo que lograba que todos caminasen a buen paso.

El profesor Zañartu se dedicó al estudio y a la investigación de la teología de los Padres de la Iglesia con una importante base bíblica. Fue un erudito profundo, serio, que no dejaba un solo dato sin verificar. Enseñó a sus alumnos los pasos del método patrístico: conocer el contexto del autor y de la obra que se estudia, contacto personal prolongado con el texto elegido sin acudir a comentaristas, hacer fichas o apuntes de palabras que llaman la atención, ordenamiento que de allí se desprende, primera redacción, lectura y evaluación de fuentes secundarias, segunda y nuevas redacciones hasta lograr el texto definitivo. Instruía en el uso de la biblioteca, consultar bibliografías, empleo de diccionarios y de otros instrumentos necesarios. Trabajando en esta forma, los alumnos, en vez de ser meros lectores pasivos, adquirían el gusto de investigar personalmente, lo que ayuda al entusiasmo por el estudio teológico. Este método requería de mucha dedicación al alumno, cosa en la que Sergio fue sobresaliente y que constituye su aporte más significativo y duradero a la Facultad. Esto lo reconoció hace años el profesor Rodrigo Polanco, al hablar del significado de la presencia del Prof. Zañartu en la Facultad de Teología:

“El estudio de los Padres de la Iglesia, promovido por el Dr. Sergio Zañartu, ha aportado un mayor grado de profundidad investigativa y un desarrollo temático patrístico de mayor especificidad. Esto se ha logrado por dos vías: por medio de los seminarios especializados en patrología, que desde 1980 hasta 1999 alcanzan a catorce; y también por medio de las tesis de licencia, realizadas en temas patrísticos, que desde 1972 al presente llegan a las veinte tesis. Ciertamente ha sido la sabiduría de los Padres, que dimana del P. Sergio, la que ha fructificado en este concienzudo y enriquecedor estudio y aporte de los Padres de la Iglesia a la teología que cultiva nuestra Facultad. Sin la presencia e impulso del homenajeado en estos años, no se podría comprender el gran vigor alcanzado por los estudios patrísticos. Gracias a la contribución lograda por la dedicación del profesor Zañartu, con su interés y ciencia de los Padres, han surgido también discípulos que continúan con la proyección teológico-patrística. El grupo de los académicos de la Facultad con doctorado en temas o en la especialidad de patrología alcanzan a seis profesores. El P. Sergio fue el primero en abrir esta ruta, secundado por la profesora Anneliese Meis, quien —según expresión del propio homenajeado— se ha convertido en ‘la madre de los estudios patrológicos en nuestra Facultad’”.

En un recuento histórico, el propio Sergio, añade a esto un matiz importante: “Destaco que el grupo de patrólogos de la Facultad no es una suma de individuos, sino que, dentro de ciertos límites, es un equipo de trabajo. Como palabra final de este recuento histórico, quisiera decir que lo que ha sucedido en el desarrollo de la patrología en la Facultad, jamás lo soñamos”. Todo esto lo llevó a recibir reconocimientos internacionales. Además del nombramiento por parte de la Santa Sede como miembro de la Comisión Teológica Internacional para el periodo 1997-2002, fue destacado dos veces por la Asociación Internacional de Estudios Patrísticos con sede en París como miembro del Consejo de dicha institución (entre 1983 y 1987 y entre 1991 y 1995), con la misión especial de informar acerca de las publicaciones sobre los Padres de la Iglesia aparecidas en Chile.

Muy consciente del valor de lo interdisciplinar en una universidad, reúne académicos de las Facultades de Teología y Filosofía en el “Círculo Platónico Patrístico” para el estudio de Platón y de los Padres de la Iglesia.

Como decano de Teología en los periodos 1980-1982 y por segunda vez de 1992 a 1994 se preocupó por mejorar la calidad de los profesores de las Facultad y por privilegiar la investigación teológica, que para él fue siempre esencial en la teología.

Tenía un sueño, que nos lo revela el Profesor Polanco: “Mirando hacia el porvenir, su sueño de una Facultad de Teología organizada en torno a la investigación y que se valide por su calidad teológica no solo ante la Iglesia y la Universidad, sino también ante la intelectualidad y sociedad chilenas”.

ARTÍCULOS, NOTAS PERSONALES Y APUNTES DE CLASE

Quiero compartir algunas impresiones e ideas que me deja la lectura del profesor Zañartu. La primera es de admiración por lo voluminoso de su obra. Además de su tesis doctoral, tiene 86 escritos en 3.200 páginas de letra tamaño 11. En ellas hay artículos de revistas, notas personales, a veces muy extensas, y apuntes de clase. Entre ellas hay una diferencia notable de género literario, cosa que el propio Sergio hace notar al ponerlos en categorías apartes en el listado de sus escritos. Los artículos de revistas son claros, ordenados, gratos de leer. No abundan en notas al pie de página. Su lectura produce la sensación de estar en lo sólido, lo profundo, lo verdadero, expresado en términos simples y diáfanos. Diría, a veces hasta bellos. Las notas personales y los apuntes de clase, en cambio, aplican todo el rigor de una tesis doctoral: muchas divisiones y subdivisiones y una cantidad asombrosa de notas al pie de página. No es raro que estas ocupen casi la entera página. No están ahí por afán de erudición sino por fidelidad al rigor teológico. Con frecuencia son largas e iluminadoras porque en ellas el autor dialoga con los especialistas del tema, a veces matizándolos o corrigiéndolos. Son un aporte al crecimiento de la verdad teológica e histórica. Están redactadas en los idiomas originales y para quien no los maneja son un espacio cerrado. Pienso que Sergio las destinaba a los especialistas y no a los alumnos. Pero por otro lado sirven al propósito de mostrar a los alumnos que las cosas nunca son tan simples y que el estudio requiere rigor, esfuerzo y constancia.

El autor se juega por mantener en sus escritos un nivel de rigor postdoctoral. Con notable modestia ofrece sus reflexiones como “algunas consideraciones”, “ideas tentativas”. Conoce no solo los Padres sino también los autores actuales, los recientes, los que nos conectan con el hoy. Su método es el del “rumiante”, que gusta y penetra con la mente y el corazón verdades macizas, alimentos de vida, ríos refrescantes y fecundos. El lenguaje es sobrio. A veces, amoroso. Produce serenidad, nada de estridencias.

LOS GRANDES TEMAS

Para el Concilio la revelación divina consiste en “verdades saludables”, sanadoras, que nos plenifican (Dei Verbum), por oposición a meras abstracciones, falsa retórica, “divertimento intelettuale”. La teología de los Padres sobresalió en esto y Sergio lo hace muy suyo. Sus escritos ofrecen alimento sólido, rezuman amor pastoral y hacen gustar a Dios aún en medio de temas sutiles e intrincados. Su continuo “rumiar” es reflejo del “sentir y gustar” ignaciano (EE 1).

Como Orígenes, Agustín y muchos de los grandes teólogos, Sergio no desdeña hacer catequesis, cuyos temas van desde la creación hasta la Vida eterna. Es catequesis histórica y evolutiva porque Dios se revela en la historia por muchos pasos y de muchas maneras. Piensa desde la Escritura y los Padres, pero prolonga su especular hasta los contemporáneos suyos, tales como las reflexiones de Karl Rahner sobre el existencial sobrenatural, que explica en forma lúcida y transparente. No me resisto a traer como ejemplo esta cita que da cuenta de la más honda preocupación de nuestro autor:

¿Por qué este punto de partida antropológico? Porque somos hombres, porque así fue el camino de Dios con nosotros, porque la revelación bíblica se inserta en esta experiencia. Si no tuviéramos este concepto de Dios, no sabríamos de quién trata la Biblia, quién es el que se revela en esa historia. Así, la esplendorosa revelación del Dios trinitario, del corazón amoroso del Padre, se inserta en nuestra experiencia. Es decir, el que nosotros en nuestra experiencia llamamos Dios, es el que se revela como trinitario. Pero Dios, conforme a nuestra capacidad, se revela en lenguaje humano, por tanto analógico, como ira o amor de Dios, alianza, padre, hijo, espíritu, todos términos tomados del lenguaje humano. Pero es nuestra experiencia de teología negativa, junto con el Espíritu, la que nos ayuda a mantener la trascendentalidad de estos términos para que no se trivialicen, banalicen, lo que es más fácil en una humanidad en la que ha palidecido el sentido de Dios.

Este texto nos dice mucho de la teología de Sergio. Ante una sociedad descreída, parte de una preocupación pastoral: ¿Cómo enseñar hoy la fe cristiana? Su respuesta es profunda y convincente: Usemos la pedagogía de Dios, partamos del hombre. Del hombre plasmado de barro, pero a la vez transido por el deseo de conocer y amar al Infinito. Del hombre que en todo trabajo y sufrimiento, en toda alegría y pena afirma, muchas veces sin él notarlo, la presencia de un Otro mayor que lo invita a una fiesta eterna. Del hombre que en la densidad oscura de lo creado palpa la presencia del Increado.

El anhelo de Dios es hacerse hombre. Es decir, hacerse historia. Porque el hombre vive, crece y avanza no como mónada aérea y solitaria sino como comunidad inserta en el tiempo y el espacio. De aquí que al querer comunicarse Dios lo haga a una comunidad que Él elige, en contexto y palabras históricas. Su primer mensaje es el de la naturaleza que con tanta elocuencia nos habla de Dios: “Los cielos proclaman la gloria de Dios…” (Salmo 19, 1). Pero a la vez eligiéndose un Pueblo con jefes que lo conduzcan: Abraham, Moisés, David, los profetas, Jesús de Nazaret, los Doce, la Iglesia. Así hasta la Parusía y la entrega del Reino al Padre cuando este sea todo en todas las cosas (1 Cor 15, 28).

La Trinidad es el misterio primordial no solo de la fe sino de la existencia. Sergio lo estudia y profundiza con amor. Para él sin Trinidad, si Dios solo fuere unipersonal, no sería posible la creación. Es lo que dicen los Padres de la Iglesia y que hoy lo afirman diversos autores. Dentro de la Trinidad se destaca el Padre y su monarquía. Es el principio sin principio y a la vez el engendrador del Hijo desde siempre porque sin Hijo no hay Padre. Y lo mismo la inversa: sin Padre no hay Hijo. Esta afirmación proviene del tomar muy en serio la Palabra de Dios en lo que respecta al hombre creado a su imagen y semejanza y a Dios siempre como Padre de su Hijo Jesucristo.

Inspirándose en el gran Orígenes, tiene páginas brillantes sobre la función del Logos Jesucristo en la creación. Dios habla a su Palabra para traer el mundo a la existencia (Génesis 1, 26) y en cierta manera él es y sigue siendo el demiurgo de todo lo que acontece. Lo es en cuanto “Sabiduría” del Padre, puesto que en Él están los modelos o figuras de todas las cosas. La creación es de la nada porque, contra los filósofos de su tiempo, la materia no es increada. El universo refleja la acción creadora de la Trinidad y por esto los ríos y montañas, las aves y los animales alaban a su Creador. Pero en especial el hombre, creado varón y mujer, a imagen y semejanza de Dios. Tanto en esta vida como en la bienaventuranza eterna el camino para conocer a Dios es la humanidad de Jesucristo. Es un camino largo y de mucho ascender. En realidad, nuestro conocimiento de Dios se realiza a través de la humanidad transfigurada de Jesús resucitado, está siempre en crecimiento y no tiene término, idea que era común en la catequesis de aquella época.

En cuanto al Espíritu Santo Sergio acoge la enseñanza patrística de que el reconocimiento de su pertenencia a la Trinidad llegó después, ¿Después de qué? Después que el Concilio de Nicea (año 325) afianzó firmemente la divinidad del Hijo, el Concilio de Constantinopla (año 381) estableció que el Espíritu ha de ser adorado y glorificado junto con el Padre y el Hijo.

La fe trinitaria tiene consecuencias para la catequesis y nuestro trato con Dios. Para muchos cristianos, que tal vez se persignen en el nombre de la Trinidad, de hecho Dios es un Dios solitario, unipersonal, al estilo de la religión judía e islámica. Prevalece en ellos la unidad de la naturaleza divina, un monoteísmo no trinitario. Otros, en una reacción humanista, limitan su fe en Dios a creer en Jesús, hombre bueno, profeta carismático, dechado de amor al prójimo, pero que no es el Creador y Padre de todo lo que existe. El problema con estas maneras de pensar a Dios es que no son la fe cristiana. No hay fe recta de Cristo si no es como Hijo del Padre, si no es en un marco trinitario. Y lo mismo al revés: comprendemos bien la Trinidad solo a través del envío de Cristo y del Espíritu. Es en la Pascua de Cristo donde se nos revela la Trinidad: el Padre que envía al Hijo; el Hijo que en la cruz hace suyo el proyecto del Reino; el Espíritu que resucita a Jesús y lanza a la Iglesia en misión a todos los pueblos de la tierra para llevarlos a la Patria definitiva donde el Padre será todo en todas las cosas (1 Cor 15, 24).

El primado del Padre tiene repercusiones concretas en nuestro modo de orar, en tener o no una relación de amor vital con Él. Como en la liturgia y en los Ejercicios ignacianos, nuestra oración se dirige a Dios Padre para que él reciba nuestra alabanza y agradecimiento y nos otorgue lo que le pedimos. Pedimos al Padre por medio de Jesucristo en la fuerza del Espíritu Santo. Sergio lo afirma con brillo:

“En este siglo que termina con el año del Padre, el Concilio Vaticano II ha sido un concilio trinitario con lenguaje económico. En esta huella, es hora de volver al lenguaje y experiencia neotestamentarias y a insistir, por tanto, en la monarquía del Padre; es hora de aclarar que nuestra oración al Dios sin especificaciones es oración al Padre. Así se profundizará la vivencia de la Trinidad, al referirse esta más a nuestra salvación, y se acrecentará nuestra experiencia de la trascendencia de Dios, que el Nuevo Testamento ponía especialmente en relación al Padre” (Manuscrito, s/pg, año 1999).

Volver a la experiencia neotestamentaria del Padre, en su monarquía, renueva nuestra vida de oración al unirla a la de Jesús, dirigida siempre al Padre. Mantiene vivo y siempre nuevo el sentido de Dios. Al acercamos al Padre a través de la humanidad gloriosa del Resucitado, entramos en la corriente desbordada de su mutuo amor. Por mucho que se nos comunique en su Hijo, nunca agotaremos al Padre, es Siempre Mayor, Misterio insondable. Y por lo mismo, de fascinante novedad y bondad, ya que quiere siempre darnos más y más de sus riquezas, “gracia tras gracia” (Jn 1, 16). En la Trinidad el Padre es quien marca el sello de la teología negativa, del Misterio tremendo y fascinante de Dios. Por último, nuestra vida de oración se activa al poder contemplar en todas las cosas no a un dios solitario, abstracto y frío sino al Dios comunidad de diálogo, inserto totalmente en nuestra historia, derramando por todas partes vida, perdón y hermosura.

LOS 86 ARTÍCULOS

Los 86 artículos reflejan la amplitud y seriedad con que el autor asumía la docencia y la investigación teológica. La relevancia pastoral y espiritual está presente en ellos, mostrando que cuando se va a fondo lo intelectual, lo pastoral y lo espiritual no se excluyen, sino que se abrazan. Tratan temas muy diversos. Algunos desarrollan puntos de Magisterio, tales como el Concilio Vaticano II, la Asamblea de Puebla, encíclicas papales y documentos de la Comisión Teológica Internacional. Los más presentan estudios históricos y/o especulativos acerca de Padres de la Iglesia, en especial Ignacio de Antioquía, Atanasio, Basilio de Cesarea, Gregorio de Nacianzo, Gregorio de Nisa, Agustín, Máximo el Confesor. El tema ecuménico está presente en varios. Su amor y larga docencia lo movió a escribir notas muy interesantes sobre la Facultad de Teología, el desarrollo en ella de la patrística, sus vínculos interdisciplinares dentro y fuera de la Universidad y la importancia del método. Para ayudar a los estudiantes escribe cómo estudiar y cómo preparar el examen de grado.

PARA TERMINAR

Concluyo estas notas con un sentimiento de agradecimiento a Dios, a la Iglesia, a la Facultad de Teología, a la Compañía de Jesús y al propio Sergio por su persona, su trabajo teológico, su formación de personas, su testimonio de mística laboriosidad y su legado que continúa vivo y haciendo mucho bien. MSJ

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