Contra las elecciones

Los últimos procesos electorales, en muchos países del mundo, han confirmado el auge de los populismos basados en el miedo y una amplia desconfianza hacia las élites.

La democracia está en crisis y cada vez son más los indicadores que apuntan a ello. La abstención en las elecciones cada vez más alta; los resultados electorales cada vez más volátiles; la pérdida de afiliados a los partidos políticos; la incapacidad de la administración pública para resolver los problemas de la gente; la debilidad política; el temor de los gobernantes a las urnas; la desafección de los ciudadanos con la política; la dificultad para encontrar nuevos políticos que generen confianza; la fiebre por las campañas electorales; el afán compulsivo de protagonismo; el estrés de los medios de comunicación. Son solo algunos de los elementos que llevan a David Van Reybrouck, filósofo belga, a definir el término: “Síndrome de la fatiga democrática”.

La causa, según dice Van Reybrouck, en su libro Contra las elecciones. Cómo salvar la Democracia, es consecuencia normal de la santificación del sistema representativo electoral. En su opinión, después de dos siglos utilizando los comicios, empieza a advertirse un desgaste acelerado. ¿Podría haber otro tipo de democracia que no se basara en limitarse a votar cada cuatro, cinco años…? Se pregunta en su libro publicado en febrero de 2017, en donde expone sus ideas y siembra lo que defiende: «Las elecciones se han revelado como un proceso totalmente antidemocrático».

Para determinar las causas de la debilidad de la democracia, resultaría interesante profundizar en los cuatro diagnósticos que hace Van Reybrouck. Cuando la culpa es de los políticos: “El diagnóstico es el populismo, al que no deja de denominar como cursilería romántica”. Si la culpa es de la democracia: “El diagnóstico es la tecnocracia, personas no elegidas pero reconocidas como expertos, empresarios, organismos transnacionales, independientes”. Cuando la culpa es de la democracia representativa: “El diagnóstico es la democracia directa, bajo la fórmula: ¡Democracia Real Ya! Y no nos representan”.

El propio autor reconoce que ni el antiparlamentarismo ni el neo parlamentarismo conseguirán darle la vuelta a esta situación, y guarda para el final su propio diagnóstico, cuando la culpa es de un tipo determinado de democracia representativa, esto es, la electoral: “Nos hemos convertido en fundamentalistas electorales. Despreciamos a los elegidos, pero idolatramos las elecciones. La humanidad lleva casi tres mil años experimentado con la democracia y apenas doscientos sirviéndose de las elecciones”.

Contra las elecciones…, es una propuesta muy oportuna que ofrece un diagnóstico inesperado y un remedio muy antiguo para evitar que las elecciones destruyan la democracia. Los últimos procesos electorales, en muchos países del mundo, han confirmado el auge de los populismos basados en el miedo y una amplia desconfianza hacia las élites, y se han convertido en concursos de popularidad en lugar de ser un contraste razonado de propuestas.

Como explica en el libro, el objetivo inicial de las elecciones era excluir a la gente del poder mediante la selección de una élite que les gobernara. De hecho, durante la mayor parte de los casi 3 mil años de historia de la democracia, las elecciones no existían, y los cargos se repartían usando una combinación de sorteos y voluntarios que se ofrecían. A partir de estudios y ejemplos de todo el mundo, este influyente y radical manifiesto presenta una propuesta real para una democracia verdadera, una democracia que funcione de verdad en función del bien común y no del personalismo.

Ya en 1835, Alexis de Tocqueville, en su obra La democracia en América, decía: “El presidente está absorbido por su deseo de defenderse. No gobierna por interés del Estado sino por su reelección… A medida que la elección se aproxima, las intrigas se vuelven más activas y la agitación más viva y difundida… La nación entera cae en un estado febril”. Como epílogo de este artículo, cito al periodista español, Álvaro Soto, quien dice: “El mayor enemigo de la democracia son las elecciones, porque, al albur de las urnas, los representantes públicos dejan de pensar en el bien general para centrarse, únicamente, en tomar las decisiones que les faciliten su reelección en cada periodo”.

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Fuente: http://revistasic.gumilla.org

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