Decir creo en la Iglesia es decir que creemos, como parte de la revelación, que el Dios revelado en Jesús y venido en el Espíritu mostró que el camino para seguirle, para ser imagen suya, es la comunidad.
Mucha gente, al llegar a este punto del credo, puede ponerse nerviosa. ¿Cómo puedo creer en esta Iglesia, con todo lo que se ve en ella? ¿Cómo voy a creer en una institución que tiene algunas luces, pero también tantas sombras?
Pueden saltar inmediatamente a la mente noticias sobre los abusos, que tanto nos han golpeado en los últimos tiempos. Puede uno pensar en el terrible testimonio de comunidad que suponen las diatribas de unos católicos contra otros en la esfera pública, en redes, en prensa supuestamente religiosa. Puede uno enfrentarse con las que tantas veces se perciben como asignaturas pendientes. Lo que tiene o no tiene que cambiar. Si las estructuras han de adaptarse más o menos a los tiempos. Si la formulación del magisterio responde a la fidelidad al dogma o si hay cuestiones que hoy debemos expresar de otros modos porque entendemos el mundo de otro modo…
Hay mucha gente que no acepta a la Iglesia. Y no solo entre los no creyentes. Hay muchas personas que se dicen cristianas, que dicen aquello de que «yo creo a mi manera», «creo en Jesús, pero no en la Iglesia», y demás variaciones de esta fórmula.
Pero ¿qué afirmamos realmente cuando decimos creer en la Iglesia? No es un abrazo acrítico a todo lo que la institución conlleva. No es la falta de consciencia de las limitaciones de las personas que la integramos. Ni es una mistificación cargada de superioridad moral para imponer cargas a los que están fuera.
¿Qué afirmamos realmente cuando decimos creer en la Iglesia?
Decir creo en la Iglesia es decir que creemos, como parte de la revelación, que el Dios revelado en Jesús y venido en el Espíritu mostró que el camino para seguirle, para ser imagen suya, es la comunidad. Una comunidad fraterna, humana, universal. Una comunidad unida por la fe y por la conciencia de que Dios es nuestro origen, nuestro vínculo, nuestro horizonte y nuestro destino. Una comunidad limitada, imperfecta, como un recipiente de barro frágil, que sin embargo contiene un tesoro, que es el mismo Dios-con-nosotros. Una comunidad plural, donde hay diversidad de carismas, donde los más vulnerables han de tener especial lugar porque son los bienaventurados de Dios. Una comunidad que tiene en su corazón las enseñanzas del Maestro, la memoria viva de su presencia entre nosotros, y la acción libre y sorprendente de su Espíritu. En eso creemos.
Fuente: https://pastoralsj.org / Imagen: Pexels.