Cristianismo y nuevas izquierdas: ¿Es posible una yuxtaposición en el siglo XXI?

¿Existe espacio para un diálogo fructífero entre el catolicismo y las nuevas izquierdas en la lucha por el bien común y la justicia social?

En un contexto marcado por la crisis de representatividad debido a la corrupción política y económica, el aumento de la inseguridad y la proliferación del crimen organizado, consideramos necesario reflexionar sobre la viabilidad de una eventual convergencia entre el cristianismo y las nuevas izquierdas en la actualidad. A pesar de sus diferencias, ambas corrientes comparten puntos en común orientados hacia el bienestar de la comunidad. Contamos con antecedentes históricos significativos, como el movimiento de la teología de la liberación, que representó la corriente de izquierda dentro de la Iglesia católica y orientó a muchos sacerdotes y laicos hacia una opción preferencial por los pobres. Sin embargo, en la actualidad, al menos en nuestro país, el catolicismo parece haber adoptado una perspectiva más conservadora y enfocada en asuntos intraeclesiales, alejándose de posturas que propician el cambio y la transformación de nuestra sociedad. Es crucial reflexionar sobre estos cambios y evaluar si aún existe espacio para un diálogo fructífero entre el catolicismo y las nuevas izquierdas en la lucha por el bien común y la justicia social.

Las comunidades eclesiales de base representaron una manifestación tangible de la opción preferencial por los pobres, especialmente durante la dictadura civil-militar, desempeñando un papel crucial en la reconfiguración del tejido social en los sectores populares, asimismo en sectores medios progresistas. Sin embargo, con la llegada al arzobispado de Juan Francisco Fresno en 1986, estas comunidades comenzaron gradualmente a perder influencia y voz, lo que fue mermando su capacidad de instalación de temas relacionados a los derechos humanos, sociales y económicos. El avance hacia la normalización democrática de nuestro país implicó que las posiciones progresistas dentro de la Iglesia católica fueran relegadas a espacios secundarios, esto paralelamente al avance del discurso y prácticas fomentadas por los valores neoliberales, caracterizados por el individualismo, la atomización social y la falta de sentido de comunidad. Lo que vivimos hoy con el avance del crimen organizado es coherente con los valores de individualismo y competencia propugnados por el neoliberalismo. Por otra parte, en este sentido, es posible que existan puntos de convergencia entre el cristianismo popular y las nuevas corrientes de izquierda; ambos sectores podrían encontrar terreno común para abordar los desafíos actuales y promover un cambio social más inclusivo y solidario.

En consonancia con lo mencionado, observamos un panorama político, cultural, social y económico marcado por la creciente pauperización de las clases populares. En dichos espacios la disputa cultural y política está abiertamente desarrollada, constatándose un proceso de colonización favorable al crimen organizado, motivado por la búsqueda rápida de dinero y el aumento de la economía informal, así como la corrupción a niveles local, regional y nacional. Este proceso se instala sobre el detrimento progresivo del tejido social y la ausencia de medios de cohesión social en organizaciones locales que en el fragor de los años 60 y 70 habían sentado la presencia de las juntas de vecinos, centros de madres, sindicatos, clubes deportivos y diversas organizaciones culturales y políticas en los barrios de todo el país. Contrarrestar o resistir este proceso es una tarea titánica, pero que puede inaugurar una convergencia beneficiosa para grupos progresistas y la Iglesia católica, o al menos sectores de ella que expresan preocupación y sensibilidad por estos temas, y con ello propiciar un sentido de pertenencia e inclusión en los sectores populares a través de la recuperación del sentido de comunidad y liberación. La disputa cultural en el ámbito de las creencias es diversa, en ella se constata también la creciente oferta “salvífica” de importantes sectores pentecostales y neopentecostales, con una profunda vivencia comunitaria ad intra, sin mayor compromiso en la transformación social y el bien común, además, muchas veces conectadas con ofertas políticas conservadoras y tradicionalistas. Este es el gran desafío que enfrentamos en la actualidad, pero a la vez una gran oportunidad de recomposición del tejido social que ponga de relieve el bien común y la justicia social.

En este largo proceso de presencia de la Iglesia católica en los medios populares es crucial reconocer el papel fundamental que desempeñaron las Comunidades Eclesiales de Base en particular desde la década de 1960 en adelante. La presencia de liderazgos encarnados en sacerdotes, religiosas y laicos(as), tanto nacionales como extranjeros, en medio de los pobres promocionando las causas populares, especialmente el movimiento de pobladores, tuvo un impacto significativo en la creación de organizaciones de base que dieron visibilidad a las demandas y esperanzas de los sectores más marginados. En este largo devenir, el sentido sacrificial durante la dictadura militar también hubo religiosos y religiosas y laicos que sacrificaron sus vidas en defensa de la comunidad y las libertades públicas. Esta historia, que parece haber caído en el olvido en nuestro país, es esencial para la construcción de la memoria, el cuidado de los derechos civiles y la defensa de la democracia. En algún momento, el cristianismo y ciertas iglesias no solo desempeñaron un papel protagónico, sino que también defendieron causas que hoy parecen haber sido relegadas a un segundo plano en los discursos y documentos directrices de dichas instituciones.

En este largo proceso de presencia de la Iglesia católica en los medios populares es crucial reconocer el papel fundamental que desempeñaron las Comunidades Eclesiales de Base.

El cristianismo, enraizado en los cimientos de la figura mesiánica de Jesucristo y los cánones bíblicos, ha ejercido una influencia trascendental a lo largo de la historia occidental y mundial. Sus preceptos de amor al prójimo, justicia social y compasión han servido de motor para movimientos de cambio social y reforma en diversas épocas. No obstante, la interpretación del mensaje cristiano ha engendrado una pluralidad de enfoques teológicos y políticos, lo cual infunde una dinámica de diversidad en su relación con las corrientes ideológicas contemporáneas.

Por otro lado, las nuevas izquierdas, caracterizadas por su compromiso con la equidad, la justicia social y los derechos humanos, han emergido como una fuerza política de relevancia en el panorama del siglo XXI. Estas corrientes políticas, que abarcan desde el socialismo democrático hasta el eco-socialismo, abogan por transformaciones radicales en las estructuras económicas y sociales para confrontar la desigualdad, la explotación y la crisis ambiental.

A primera vista, la posibilidad de una yuxtaposición fructífera entre el cristianismo y las nuevas izquierdas podría parecer enrevesada, dada la heterogeneidad ideológica y doctrinal entre ambas corrientes. Sin embargo, al sumergirnos en un análisis más detenido, es posible divisar áreas de convergencia y potenciales puntos de encuentro.

Por ejemplo, hay un interés compartido en la justicia social y la dignidad humana. Tanto el cristianismo como las nuevas izquierdas subrayan la importancia de atender las necesidades de los marginados y desfavorecidos en la sociedad, así como de promover la equidad de oportunidades para todos los individuos, independientemente de su origen o condición social. Este aspecto general, promueve el encuentro de miradas en torno a las urgencias en nuestro país, un punto de partida que propone una discusión abierta sobre las condiciones suficientes para que los ciudadanos puedan asegurar sus trayectorias de vida con el apoyo del Estado como garante e impulsor de una sociedad más justa e igualitaria.

Además, ambas tradiciones valoran la ética de la responsabilidad y el cuidado del prójimo. Mientras que para los seguidores del cristianismo esto se refleja en el mandamiento de amar al prójimo como a uno mismo, para las nuevas izquierdas implica un compromiso con la solidaridad y la cooperación en la lucha por un mundo más justo y equitativo.

No obstante, persisten divergencias significativas que podrían obstaculizar la búsqueda de una yuxtaposición efectiva entre el cristianismo y las nuevas izquierdas. Cuestiones como el papel del Estado, la propiedad privada y la libertad religiosa pueden desatar tensiones y discrepancias entre ambas tradiciones, delineando así los límites de su posible convergencia, pero no cierran posibilidades de encuentro. A pesar de estas diferencias, sostenemos que es viable encontrar un terreno común entre el cristianismo y las nuevas izquierdas en el siglo XXI. Este terreno común puede cimentarse en valores compartidos de justicia, compasión y solidaridad, así como en un compromiso compartido con la construcción de un mundo más humano, igualitario y sostenible.

En conclusión, la posibilidad de una yuxtaposición fructífera entre el cristianismo y las nuevas izquierdas en el siglo XXI no está exenta de desafíos y complejidades. Sin embargo, mediante un diálogo abierto, reflexivo y constructivo, es posible explorar vías de entendimiento y colaboración entre estas dos fuerzas en la búsqueda de soluciones a los problemas contemporáneos más acuciantes. En última instancia, el potencial de una alianza entre el cristianismo y las nuevas izquierdas para promover el bien común y la justicia social en la era actual es innegable, siempre y cuando ambas partes estén dispuestas a comprometerse en un proceso de encuentro y comprensión mutua. Todo esto en medio del avance del descrédito de la política y de la acción política, el exacerbado individualismo, la privatización de las creencias y las prácticas rituales, la ampliación de las ofertas religiosas y el retorno de los conservadurismos y tradicionalismos que buscan en lo religioso un campo fructífero para la mantención del orden establecido.


Imagen: Spiz, FreeImages.

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