Juan presenta a Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Pero, ¿cómo explicarlo y vivirlo en nuestros días? II Domingo del Tiempo Ordinario.
Isaías 49, 3.5-6: “Te hago luz de las naciones para que todos vean mi salvación”.
Salmo 39: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.
Corintios 1, 1-3: “A todos ustedes Dios los santificó en Cristo Jesús y son su pueblo santo”.
San Juan 1, 29-34: “Este es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo”.
Baja el río de la montaña, saltando entre las peñas, corriendo en medio de la barranca y se introduce por en medio del pueblo. Su agua cristalina pronto se torna opaca pues va recogiendo la basura y desperdicios de toda la comunidad. Le llaman “Río Puerco”, a él que es tan limpio y que da tanta vida y belleza. A su paso barre con toda la porquería, pero parece que entre más purifica, más suciedad y desperdicios le arrojan las personas. ¿Se cansará un día el río de purificar y dar vida? Mi río es como esas personas buenas que solo saben dar amor y bondad, mi río es como Jesús que no espera agradecimientos, que siempre sigue liberando, purificando y perdonando.
Aunque desde el lunes pasado iniciamos el tiempo que llamamos ordinario, este es el primer domingo que retomamos la vida de cada día para enfrentarnos a los problemas diarios. Hemos dejado atrás las fiestas de Navidad y Año Nuevo y ahora estamos ya subiendo la cuesta de enero. Y la cuesta “cuesta”, porque hemos de enfrentar las situaciones ordinarias, pero de una manera extraordinaria y hemos de transformar el camino de cada día en un tiempo de construcción, de siembra y en un llamado a la esperanza. Y este año, por desgracia, tenemos que afrontar un ambiente de violencia, de injusticias, de dudas y de pobreza creciente. Parecería para desanimar. Pero el verdadero discípulo encuentra razones para sostener su lucha. Hoy San Juan Bautista nos indica la mejor manera de hacer este camino: acompañados de Jesús. Ya en los primeros domingos hemos ido descubriendo este rostro de Jesús, Emmanuel, Dios con nosotros, pero ahora el Bautista pretende que nos acerquemos a Él, que lo conozcamos más íntimamente, que nos dejemos tocar, limpiar y fortalecer por Jesús.
La imagen de Jesús que hoy nos ofrece este singular profeta, es la del Cordero de Dios. Para el pueblo de Israel esta imagen encierra un profundo significado que ojalá nosotros lográramos recuperar y transformar en una imagen actual y motivante. El pueblo que vivía en esclavitud se ve liberado por Dios, pero la señal de la liberación es la sangre de un cordero rociada en los dinteles de las casas.
Así, el Cordero aparece como liberador. Cuando el pueblo de Israel tenía sus fiestas anuales, debía purificarse de todos los pecados. En un rito ancestral, escogían un cabrito y, después de arrojar sobre él todas las culpas del pueblo, lo enviaban al desierto para que con él desapareciera toda la maldad del pueblo. Era un bello rito que implicaba el arrepentimiento y la conversión. La gran fiesta de la Pascua y liberación se celebraba participando todos de un mismo cordero en fiesta familiar y comunitaria. Liberación, purificación y sentido de comunidad, se unen en el recuerdo del pueblo. Todos estos signos, experimentados y vividos por los israelitas, deberían acudir a su memoria cuando Juan presenta a Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Pero, ¿cómo explicarlo y vivirlo en nuestros días? Tendremos que experimentar a Jesús como el gran liberador cuando sentimos que las injusticias nos superan; mirarlo como quien construye la unidad contra el individualismo y el egoísmo; y sabernos purificados y perdonados en un ambiente de corrupción y de pecado.
Con frecuencia los mismos cristianos hemos olvidado el significado del pecado. Lo hemos reducido a una especie de mancha o de impureza en los vestidos o en el “alma”, pero el pecado es algo mucho más grave porque rompe la relación del hombre con sus hermanos, destruye la comunidad, le atrofia los sentidos y le hace perder su propia identidad. Tomemos conciencia de que hay algo que nos impide vivir en plenitud y que, a toda esa realidad de injusticia, egoísmo, mentira y ambición, le llamamos pecado. Hay quien se asusta y no quiere llamar pecado a las cosas malas, pero, aunque no le llamemos pecado, estamos experimentando en nosotros, en las estructuras, en la sociedad, esa maldad que impide nuestra felicidad. Por eso cuando Juan nos presenta a Jesús no está indicando una acción moralizante o una limpieza de costumbres, sino que nos está anunciando que Dios está de nuestra parte en esta lucha contra todo mal e injusticia. En Jesús nos ofrece todo su amor, su apoyo y fortaleza, para librarnos del mal y poder vivir en armonía, felicidad y plenitud. No podemos quedarnos nosotros mirando de una manera pasiva. Cierto que Cristo quita el pecado y es el único que lo puede hacer, pero su dinamismo nos implica a todos en una lucha sincera, honesta y tenaz contra toda maldad.
Cristo es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, pero nosotros somos sus discípulos y también debemos entablar una lucha sin cuartel contra todo lo que sea pecado y no en el sentido escrupuloso de quien ve faltas en todos lados y se asusta, sino contra el verdadero pecado, el que mata y divide, el que provoca hambre y desigualdades, el que engaña y seduce, el que denigra y humilla. Jesús juzgó certeramente las mentiras sociales y las mentiras del mundo, y tomó partido por la verdad y por la vida. Empeñó su palabra y transformó la comunidad. Hoy nosotros no podemos ser cómplices silenciosos de tanta injusticia. Callar es un pecado cuando se está destruyendo la naturaleza, la fraternidad y convivencia. Hoy también nosotros nos debemos sentir impulsados por el Espíritu para formar este pueblo de santos que ha liberado Jesús. Hoy debemos sentir a Jesús que se ha metido en nuestra historia y carga con nuestros pecados, los borra. Hoy su fuerza y su gracia nos acompañan en una lucha sincera contra toda maldad personal y comunitaria. No podemos quedar indiferentes ante el pecado. ¿Qué estamos haciendo para superar el mal y la injusticia? ¿Callamos y convivimos con el verdadero pecado? ¿Cómo aceptamos en nuestra vida esta imagen bella de Jesús Cordero? ¿A qué nos impulsa en nuestra vida diaria?
Padre Bueno que en Jesús nos ofreces al Cordero que quita el pecado, concédenos la sabiduría para distinguir el mal y la fortaleza para sostenernos en una lucha por la vida y la comunidad. Amén.
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Fuente: https://es.zenit.org