Danos hoy nuestro pan de cada día

Cuando llega ese momento en la oración, no puedo evitar discretamente juntar mis manos en forma de petición.

Ocurrió de repente. Sin pensarlo mucho, la clásica oración desesperada antes de un examen. Un Padrenuestro rápido que me sacara de aquel apuro. Esa vez, sin embargo, al pronunciar interiormente «danos hoy nuestro pan de cada día» sonó diferente a todas las otras veces y me dio paz. Pero ¿tenía sentido mi petición? ¿Por qué esa paz? He vuelto tiempo después a esas palabras que resonaron con fuerza entre los nervios de ese examen.

Hay tres cosas que, cuando lo rezo ahora, no pasan desapercibidas:

Debería ser algo obvio, pero cuando digo «danos» me recuerda que no pido solo para mí. Es el plural que concuerda con el resto de la oración, que por si se me ha olvidado, subraya que soy hermano de otros muchos necesitados como yo. También de la persona que tengo a mi lado ahora mismo y que está rezando a la vez que yo.

También caigo en la cuenta de que no es mañana ni pasado mañana, sino «hoy». En este momento en el que me dirijo a Dios y entra toda mi vida en juego. Un hoy que está por desplegarse o que toca a su fin, pero que aterriza mi oración y relación con Dios al presente.

Por último, soy de los afortunados que tendrá pan encima de la mesa al llegar a casa. Sin embargo, «nuestro pan de cada día» hace que me plantee cuál es ese alimento que necesito. ¿Qué pan cotidiano me falta? ¿Con qué sacio mi hambre de cada día? ¿Viene de Dios o voy mendigando cada día migas de cosas que no me terminan de llenar?

Ahora, cuando llega ese momento en la oración, no puedo evitar discretamente juntar mis manos en forma de petición. Las miro y reconozco (aunque me cueste) que no tienen sentido mis sueños de autosuficiencia, que Dios sabrá llenar ese vacío.

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Fuente: https://pastoralsj.org

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