De datos y algoritmos somos hechos

¿Tenemos conciencia del poder que estamos entregando a partir de nuestra información, incluso la que es privada y publicamos sin filtrar?

Aunque la palabra algoritmo parece un concepto ajeno, lo cierto es que está presente de distintas maneras en nuestra vida. Las órdenes que recibimos de una persona para ejecutar una acción son un algoritmo, una receta de cocina, una ecuación matemática, así como una serie de órdenes encadenadas para transmitir una información lo son también.

La informática, internet y las aplicaciones móviles están mostrándonos hoy el poder visible que tiene el algoritmo, cuyos efectos en nuestra vida nos están trayendo resultados en distintos ámbitos.

Cuando utilizas un buscador para encontrar cierta información, aparecen en tu pantalla las búsquedas más importantes, las más trascendentes o las más visitadas. Cuando ocupas alguna red social te invaden avisos publicitarios de acuerdo a tu perfil e intereses. Estos ejemplos, incluso el diagnóstico de ciertos cánceres, son resultados de algún algoritmo.

Pero para que un algoritmo funcione necesita que existan los datos. Nuestros clics en sitios web, en aplicaciones y links generan muchos de ellos. Nuestros exámenes médicos también, así como nuestras preferencias, viajes, salidas, decisiones de compra, las deudas. Todo es dato.

Incluso se ha acuñado el concepto “minería de datos”, pensando en la vastedad que hemos producido para extraer y procesar aquellos que generan patrones y tendencias. Así con los datos útiles, esta minería puede detectar riesgos, dar recomendaciones, pronosticar ventas y muchos más resultados.

Lamentablemente el uso de nuestros datos, la generación de algoritmos y esta minería, tienen una caja negra, un área opaca que nos empuja a tomar decisiones que más bien son fruto de una estrategia pensada por otros.

El escándalo provocado por la empresa inglesa Cambridge Analytics, que extrajo información de Facebook para incidir en la elección del presidente Trump es el caso notorio más reciente de cómo esta minería está provocando una contaminación destructiva, en este caso, para la democracia.

¿Tenemos conciencia del poder que estamos entregando a partir de nuestra información, incluso la que es privada y publicamos sin filtrar?

Las grandes compañías tecnológicas trazan caminos desde sus algoritmos para provocar en nosotros comportamientos y preferencias; usan nuestros sentimientos, soledades y apetitos para devolvernos un producto que nos sacie. Las aplicaciones de citas son un paradigma de esto. Así también estamos recibiendo constantes órdenes a la acción desde la manipulación, gracias a todo el conocimiento que tienen de nuestra vida. Emerge así un importante grado de inconsciente dependencia cuando usamos los espacios virtuales.

En diversas publicaciones que podemos encontrar en internet se explica cómo controlar los datos que maneja Google sobre nosotros; también hay quienes desde posiciones más extremas promueven que eliminemos nuestros perfiles en Facebook. Incluso, están emergiendo movimientos de jóvenes para desligarse y desintoxicarse de internet, como los Desconectados.

Mientras la sociedad entera despierta frente a la presencia de los algoritmos y lo que se están haciendo con nuestros datos, propongo la posibilidad de tomar el camino del medio. Internet, las redes sociales y las aplicaciones nos ayudan de muchas maneras. Para mantenerlos a raya centrémonos en el uso que les damos y la cantidad de tiempo al que nos exponemos. ¿Les damos un uso positivo o nos dejamos seducir por sus algoritmos? ¿Es bueno publicar nuestra vida entera en ellos?

Si no hemos encontrado aún ese camino equilibrado, propongo estos útiles y sencillos algoritmos. Tómalos como una “orden” para un mejor vivir:

—¿Estás solo? -> Llama a un amigo(a) -> Comparte una comida con él o ella.
—¿Estás aburrido? -> Sal a dar un paseo -> Disfruta contemplando.
—¿Buscas un regalo especial? -> Visita varias tiendas -> Conversa con un vendedor y recibe sus consejos -> Elige así ese regalo especial. MSJ

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