Denles de comer ustedes…

El Evangelio que anunciamos las mujeres. Jesús no es indiferente a las necesidades del pueblo, se pone en el lugar de las personas que lo siguen, necesitadas de su Palabra.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 9, 11b-17.

Jesús habló a la multitud acerca del Reino de Dios y devolvió la salud a los que tenían necesidad de ser sanados. 

Al caer la tarde, se acercaron los Doce y le dijeron: Despide a la multitud, para que vayan a los pueblos y caseríos de los alrededores en busca de albergue y alimento, porque estamos en un lugar desierto. 

Él les respondió: Denles de comer ustedes mismos. Pero ellos dijeron: No tenemos más que cinco panes y dos pescados, a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente.

Porque eran alrededor de cinco mil hombres. 

Entonces Jesús les dijo a sus discípulos: Háganlos sentar en grupos de alrededor de cincuenta personas. Y ellos hicieron sentar a todos. 

Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que se los sirvieran a la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con lo que sobró se llenaron doce canastas.

La multiplicación de los panes debe ser uno de los milagros que generó más impacto en la comunidad de discípulos y discípulas, ya que aparece relatado en los cuatro evangelios. Y es que seguro tiene que haberles parecido imposible alimentar a cinco mil personas, por eso la aparente solución de los doce apóstoles fue realista y pragmática, al pedirle a Jesús que despidiera a la multitud. Pero Jesús no es indiferente a las necesidades del pueblo, se pone en el lugar de las personas que lo seguían, que estaban necesitados de su Palabra, que andaban como “ovejas sin pastor” (Mc.6,34), no los podía abandonar en medio del desierto.

El anuncio de Jesús, su predicación del reinado de Dios siempre va unido y es coherente con el gesto, que cala profundo en los corazones de quienes acogen su Palabra, transformando sus vidas, reconociendo la dignidad que habita en mujeres y en hombres. La acción de Jesús reconoce esa dignidad, reconoce la colaboración y participación de la comunidad. Su acción está lejos de ser una acción paternalista o asistencialista, Él necesita de nuestra colaboración, de nuestra iniciativa, de nuestra creatividad. No quiere personas pasivas. Imagino cómo tuvieron que organizarse los doce apóstoles, ayudados sin duda por tantos otros hombres y mujeres que seguían a Jesús, para poder organizar en grupos a la multitud. Intuyo también que, así como alguien transformado por la Palabra de Jesús ofreció sus panes y peces, quizás cuántos otros y otras más, ofrecieron lo poco que tenían, pero que confiaron que, en las manos del Maestro, su ofrenda sencilla se multiplicaría.

Así como Jesús pide la ayuda de la comunidad, también pide la bendición de Dios en el cielo, en un gesto de trascendencia, de “mirar más allá”, de pedir la bendición y agradecer por los dones compartidos, y sobre todo para hacernos sentir esa filiación, unidad con Dios que es Madre y Padre, que acoge y que no es indolente a las necesidades de la humanidad. Nos muestra a un Dios Madre Padre común, que camina al lado nuestro, que nos hace reconocernos hermanos y hermanas. Somos sus hijas e hijos amadas y amados, somos la familia de Dios, somos Común-Unidad en su Amor, todas y todos sin exclusión, invitadas e invitados a su Mesa.

Al contemplar este Evangelio, no puedo dejar de pensar en los desiertos que transitamos: una Iglesia herida por el clericalismo y el delito de los abusos, por la exclusión de la mujer en los espacios de decisión, por la falta de vivencia plena de nuestra dignidad y vocación de mujer en la iglesia y en la sociedad. También nos duele la crisis ambiental, la crisis a nivel mundial, la discriminación, la violencia en sus múltiples formas, la misma pandemia que estamos viviendo. Pero también —y con más fuerza y fe que nunca— contemplamos con esperanza los rostros de quienes nos inspiran e impulsan a “Ver” y actuar, y que han respondido a la petición de Jesús: “Denles ustedes de comer”. Son mujeres y hombres que, desde el dolor, pero también desde la esperanza, y de tan diversas formas: acompañando, consolando, formando, congregando, autoconvocando, organizando; trabajan para que otro Chile y otro modo de ser Iglesia sea posible. Son nuestros panes y peces que queremos ofrecer en tus manos Madre Padre Dios, para que, reconociéndonos hermanos y hermanas, no seamos nunca indiferentes a los dolores de nuestro país y de nuestra Iglesia-Pueblo de Dios, y sigamos trabajando sin descanso por tu reino, para que se haga siempre tu voluntad “en la tierra como en el cielo”. Tú no nos abandonas en nuestros desiertos, eres siempre alimento en abundancia.


Fuente: https://www.facebook.com/MujeresIglesiaChile

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