Abrazar a Jesús, envolverlo con lo poco que tenemos y somos, para dárselo a los demás.
En una de las capillas de la iglesia de la Santa Vera Cruz se conserva uno de los pasos más grandes, tanto por el número de piezas como por la calidad de las mismas, de la Semana Santa vallisoletana. Todas las tallas son obra del insigne escultor Gregorio Fernández, y representan la escena del Descendimiento del Señor tras su muerte. Es tan grande y pesada su carga, que también se le llama “El Reventón”, pues en 1721 aplastó a uno de los costaleros que lo llevaba. Esta idea de morir bajo la pesadez de la penitencia daría para otra reflexión, pero fijémonos de momento en el paso. Si lo miramos con detenimiento, vemos que las siete figuras forman dos escenas distintas pero complementarias: en la primera de ellas, en la parte superior, Jesús está siendo desclavado por un sayón y descendido de la Cruz por José de Arimatea y Nicodemo. En la escena inferior, la Virgen, san Juan y la Magdalena esperan recibir el sagrado Cuerpo para enterrarlo.
Las actitudes que el paso del Descendimiento nos muestra, hablan a nuestra vida de modo evidente. Si lo miramos con ojos críticos, puede resultar patético: Jesús, el gran profeta, muerto en una cruz; las multitudes que lo seguían en vida se han transformado en apenas cinco personas en el momento del dolor; la esperanza que proclamaba parece haberse colado por entre los agujeros de Su Cuerpo… Pero dos hombres, ninguno de ellos del grupo de los Doce, sino seguidores en secreto, que no se han dejado ver con Él por miedo al qué dirán, dan un paso al frente y, comprometiendo su reputación, suben a una escalera para desclavar a un «maldito de Dios». Es precisamente en este momento, y no antes (cuando habría podido ser más fácil seguirlo, pues contaba con el apoyo de la gente) cuando dan el paso definitivo, y ponen en riesgo su prestigio y su futuro entre el pueblo en la hora más difícil. Cuando vivimos en un mundo de la impaciencia, de los resultados inmediatos, de la exigencia, de puertas hacia afuera… estos dos, Nicodemo y José, nos ayudan a vivirnos con paciencia, descubrimos que la semilla da su fruto cuando es necesario, no cuando nosotros queremos. Y ellos eran necesarios, mucho, en ese momento de soledad y tristeza, y a lo mejor no tanto cuando había masas.
Pero si vamos más allá, descubrimos que el trabajo que hacen es un retrato de nuestra vida como cristianos: abrazar a Jesús, envolverlo con lo poco que tenemos y somos, para dárselo a los demás, que, figurados en esas dos mujeres y el joven discípulo, representan a toda una humanidad que busca y desea a Dios, al Dios de Jesús, al que se hace carne y no se baja de la Cruz para mostrarnos que le importamos, que sufre con y como nosotros, y podemos acudir a Él en el dolor porque Él también lo pasó. Nosotros puede que dudemos, que seamos cobardes muchas veces, pero dejémonos tocar por esta escena: lo importante no eres tú y tus dudas, sino que otros necesitan del Dios que da sentido a tu vida, otros necesitan que les aproximes a Jesús para que transforme su vida como Él transforma la tuya. Los otros necesitan que tus capacidades y dones, tu poca cosa, los extiendas como una sábana, y acerques Jesús a los que lo necesitan.
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Fuente: https://pastoralsj.org