Dios con nosotros

En esa cruz también están nuestros dolores, nuestras frustraciones y miserias.

No hay nada peor que la soledad. La soledad corroe por dentro. La soledad aplasta, apaga, hunde. En la soledad los peores fantasmas del pasado reviven con fuerza: todo lo malo que nos ha sucedido a lo largo de nuestra vida vuelve a nuestra memoria. Las heridas del pasado se abren mientras que los buenos recuerdos pasan a ser imágenes dolorosas. La soledad es un tumor que va pudriendo nuestra memoria. La soledad conoce la angustia y la ansiedad; juega con ellas, mezclándolas en una especie de veneno sucio y viscoso. La soledad sabe que cuanto más te hiera más difícil será escapar de ella. La soledad engancha, ciega. La soledad engaña y manipula. La soledad mata.

Él acaba de pasar. Solo. Por no parecer no parecía ni humano. Atrás quedaron las multitudes, los amigos, los seguidores, los admiradores. Atrás quedaron también los aduladores, los interesados, los curiosos, los pelotas. Atrás —quizás demasiado— quedó la familia, que no supo —o no quiso— entenderlo. Ahí va, cogiendo la cruz con fuerza, porque es lo único a lo que puede agarrarse. Resulta hasta paradójico: la Vida que se apoya en la muerte. Inclinada la cabeza, mirada dirigida al suelo. Ojos casi cerrados, boca entreabierta. Infinito cansancio.

El escultor Juan de Mesa talló en 1621 una imagen de Jesús nazareno para una hermandad de penitencia fundada allá por el siglo XV bajo el amparo de los Condes de Niebla. Mesa concibió la imagen de un Jesús con la cruz a cuestas camino al Calvario: la pierna derecha está atrasada y el talón del pié derecho levantado, representando una suerte de zancada. En ese movimiento está la humanidad entera.

Pero el Gran Poder tardará en llegar hasta la cima del Calvario. Antes quiere encontrarse con cada uno de nosotros. Sale a nuestro encuentro en la habitación de un hospital, en la cocina de una casa, en la clase de un colegio, en nuestro puesto de trabajo. Nos busca para decirnos que en esa cruz también están nuestros dolores, nuestras frustraciones y miserias. Que carga con todo eso porque quiere que seamos libres. Y para que sepamos que el camino de la vida no lo hacemos solos. Él estuvo con nosotros desde el principio y, pase lo que pase, seguirá a nuestro lado hasta el final. Hasta el reencuentro definitivo. En ese momento todos seremos uno en él y él será todo en nosotros.

Ahí entenderemos que de la cruz salió mucha vida. Y la soledad se transformó en tu infinita compañía.

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Fuente: https://pastoralsj.org

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