Los ataques a la educación y a las escuelas son desafortunadamente una crisis global, que pasa la mayoría de las veces desapercibida.
Hace una década atrás, el 14 de abril de 2014, 276 adolescentes en su último año de escuela fueron secuestradas por Boko Haram en Nigeria. El secuestro ocurrió el día en que las estudiantes del internado de niñas de Chibuk rendían el último examen del año.
Los testimonios de algunas de las ochenta adolescentes que fueron rescatadas tres años después hablan de cómo esa noche, al escuchar ruidos en las afueras del internado, siguieron el procedimiento de seguridad dispuesto para enfrentar posibles secuestros. Lo hicieron pues el actuar de Boko Haram priorizaba el secuestro de niñas, niños y adolescentes desde sus escuelas, y ellas lo sabían.
Boko Haram es un grupo terrorista radical islámico activo que nace en el noreste de Nigeria, en uno de sus 36 estados: el estado de Borno. Este tiene frontera con Níger, Chad y Camerún. Nigeria es el país más populoso de África (un cuarto de la población del continente) y el sexto con más habitantes en el mundo, solo detrás de India, China, Estados Unidos, Indonesia y Pakistán. Sus más de 230 millones de habitantes se distribuyen en más de 380 grupos étnicos con su propia lengua. El 50% son musulmanes y el 48% son cristianos. Esta división religiosa se expresa territorialmente: el norte es mayoritariamente musulmán; el sur, mayoritariamente cristiano.
Con su vuelta a la democracia en el año 2000, el país se tornó más y más permeable a los valores y estilos de vida de un occidente cristiano y secular. Boko Haram es una respuesta radical islámica que ha buscado detener ese avance contrario a la consolidación de un estado islámico. Hacia finales de la primera década de este siglo, quien deviniera su líder, Abubakar Shekau, escapa de la cárcel de Maiduguri, capital del estado, en medio de una revuelta, y al poco andar comienzan con ataques. En la práctica, su actuar ha provocado muerte, persecución y el desplazamiento de más de tres millones de personas en el interior del país. Hacia 2012 comienza a atacar escuelas.
Boko Haram busca expiar una sociedad que se ha vuelto pecaminosa, producto del colonialismo, especialmente del Boko, palabra que en idioma hausa refiere a una educación no basada en la enseñanza del Corán, especialmente a una inspirada por occidente en sus formas seculares y humanistas. Este Haram, que significa rechazo, es hacia la educación no coránica, en teoría, y se expresa en un ataque a las escuelas de inspiración mayoritariamente cristiana, tanto a los espacios que ocupan como a las personas que trabajan y estudian en ellas.
Poner el foco en las escuelas es atacar el corazón de la estabilidad. Las escuelas, particularmente las que en naciones en desarrollo funcionan como internado, son un espacio de paz en medio de la pobreza. En el caso de Nigeria, país con un ingreso promedio de 5 mil dólares anuales por habitante, la vulneración de la seguridad de niños y niñas en sus escuelas, sin duda, ha perturbado la paz nacional.
Las 276 adolescentes secuestradas desde su escuela son un número impresionante. Lamentablemente, no han sido las únicas. Según datos de La Cruz Roja, hay 22.000 niñas, niños y adolescentes reportados perdidos desde el inicio de la acción terrorista de Boko Haram en Nigeria. Esto ha ocurrido en un contexto de mucha violencia: el año 2023, según The Economist, ha sido el año con más secuestros en su historia (más de tres mil) y con cerca de nueve mil fallecidos.
El sentimiento de inseguridad en las escuelas ha hecho que niñas y niños las abandonen. De allí que una de las labores de las organizaciones humanitarias, con ayuda internacional y hasta cierto punto del Estado, sea destinar fondos a la construcción de millonarios muros alrededor de las escuelas. Las familias señalan que, antes que buenos docentes, infraestructura adecuada o materiales educativos, lo que necesitan es seguridad para sus hijos e hijas, y eso lo provee un muro.
Los ataques a la educación y a las escuelas son desafortunadamente una crisis global, que pasa la mayoría de las veces desapercibida. Al considerar una banda superior de más de 400 ataques a escuelas, una intermedia de entre 200 y 399, y una inferior de menos de 200, el panorama mundial entre los años 2020 y 2022 muestra que en la banda superior se encuentran Mali, Nigeria, República Democrática del Congo, Afganistán, India, Myanmar, Pakistán, Turquía y Palestina. En la banda intermedia están Burkina Faso, Camerún y el único país de Latinoamérica: Colombia. Entre quienes tuvieron menos de 200 ataques, están muchos otros países africanos, algunos más del sudeste asiático y otros de Medio Oriente (Reporte «Education Under Attack 2022»).
Si bien Latinoamérica como región no destaca a nivel mundial, no son pocos los ataques y la violencia que enfrentan las escuelas. Más allá del ataque directo a estudiantes y docentes, es violencia también lo que ocurre, por ejemplo, en la frontera colombo-venezolana. Allí, en estos días, el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y las ex Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) identifican su territorio pintando los muros exteriores de las escuelas con sus colores institucionales. En Chile, sin ir más lejos, entre los años 2018 y 2023, veinticinco escuelas han sido incendiadas a propósito del conflicto en la macrozona sur del país. En muchos casos, estas eran las únicas escuelas a las cuales las familias podían acceder.
Si bien Latinoamérica como región no destaca a nivel mundial, no son pocos los ataques y la violencia que enfrentan las escuelas.
La violencia contra la escuela termina por hipotecar el sueño de quienes ven en ella una de las —sino la única— oportunidad de un futuro mejor. El caso de las casi doscientas adolescentes cuyo paradero se desconoce aún luego de diez años en Nigeria, y de las otras miles anónimas, es en extremo dramático. Pero lo es también para quienes ven violado su derecho a la educación y la seguridad.
Este triste aniversario puede ser una oportunidad para renovar el compromiso con la protección de la escuela y de la educación de toda violencia, de manera que no deje de ser nunca, en ningún lugar y bajo ninguna circunstancia, un lugar de paz en que se eduque para la paz.