Acontecimientos musicales del mes

Comentario del mes a lo más destacado de la música.

Entre fines de agosto y comienzos de septiembre tuvieron lugar, en el mundo y en Chile, dos importantísimos acontecimientos musicales y me parece que no han tenido la repercusión que merecen. Vamos a ellos.

BRAD MEHLDAU. RIDE INTO THE SUN (2025)

En esta misma página he escrito ya, y no poco, sobre el gran pianista Brad Mehldau y también sobre el cantante y compositor Elliot Smith, fallecido trágicamente en 2003. Los lectores que conozcan algo de la obra de ambos concordarán conmigo en lo diferentes que fueron entre sí. Ambos, geniales; pero de mundos muy distintos. No sé detalles de la relación personal que tuvieron y que es conocida, pero tengo claro lo que en este disco está contenido: una fina y profunda síntesis musical, también afectiva, de la recepción de la música de Elliot Smith en el universo de Brad Mehldau. El pianista, sofisticado y culto, que últimamente hemos visto aventurarse en nuevas interpretaciones de G. Fauré y J. S. Bach, también es conocido por su curiosidad por la buena música que suele darse en el ámbito pop. Uno de sus grandes «descubrimientos» en esta veta de su sensibilidad musical fue, sin duda alguna, el caótico Elliot Smith. Pero hubo también reciprocidad. Recuerdo un video de la televisión estadounidense de una presentación de Elliot Smith, ya famoso, en que invitó a Brad Mehldau a acompañarlo en el piano. Mehldau, por su parte, hasta el día de hoy insiste en la genialidad musical de este joven indisciplinado y en más de una ocasión se ha dado el trabajo de precisar ante la prensa las cualidades técnicas de las composiciones de Smith. Este disco es una gran presentación de ese talento y quien emprende el esfuerzo lo logra con maestría, integrando a su propia musicalidad y a su propio genio el legado invaluable del músico y amigo que partió tan prematuramente.

PAT METHENY. DREAM BOX / MOONDIAL TOUR (SANTIAGO DE CHILE, TEATRO NESCAFÉ DE LAS ARTES, 4 AL 7 DE SEPTIEMBRE DE 2025)

A fines de 1987 supe de un concierto de un grupo estadounidense de «jazz fusión» (sic) llamado Pat Metheny Group, para la presentación de su reciente álbum Still Life (Talking). No conocía a este músico, ni había escuchado ningún tema suyo en mi modesta (pero no menos preciada) radiocassette. No fui al concierto ni conocí el mentado álbum en ese momento, pero todavía recuerdo los comentarios de Rodolfo Olea, gran guitarrista chileno, sobre la belleza del espectáculo y la calidad musical del líder y su grupo. Mi siguiente contacto con el artista y su agrupación ocurrió en septiembre de 1990, en Tübingen, Alemania, en los comienzos de mi doctorado. Esta vez se inauguró para mí un fuerte vínculo con la obra de Pat Metheny, que ha perdurado hasta hoy. Otro cassette del grupo, Letter From Home (1989), llegó a mis manos, gracias a la generosidad de un codoctorando argentino, que solía resaltar la participación de su compatriota Pedro Aznar en el disco. Ese álbum, con cada uno de sus temas, caló tan hondo en mí, acompañó con tanta intensidad esos tiempos de cambios y descubrimientos decisivos, que no solo no he dejado de escucharlo en todos estos años, sino que además fue y ha sido permanentemente para mí un incentivo para conocer toda la obra de Metheny. Un propósito difícil de cumplir, porque, aunque él no lo ha confirmado, se calcula que, desde su primer disco, Bright Size Life, de 1976 (con Jaco Pastorius en el bajo, nada menos), hasta la fecha ha acumulado 53 producciones (y probablemente son más) como solista, en colaboración con otros músicos destacados, bandas sonoras para cine y con el Pat Metheny Group y otras agrupaciones. He escuchado muchas de estas producciones y debo decir que algunas de ellas han llegado a ser una parte esencial de momentos fundantes de mi vida. La reciente visita del guitarrista había sido organizada originalmente como dos conciertos, en los que Me­theny presentaría sus dos últimas producciones: Dream Box (2023) en la sesión del 5 de septiembre y MoonDial (2024) en la del día siguiente. Pero la gran demanda de entradas llevó a la programación de dos funciones adicionales y, finalmente, lo que el artista ofreció a su público fue, más allá de la presentación de ambas producciones recientes, un recorrido por grandes momentos de toda su obra. Lo hizo solo, claro. O casi: con la colaboración invaluable de su anónimo asistente, con la presencia de varias de sus icónicas guitarras (incluida la insólita «Pikasso») y de las percusiones robóticas de su «Orchestrion Projekt». Para mí, todo esto ha sido muy especial, pero también algo extraño: estar a escasos metros de alguien que toca en su guitarra melodías tan familiares; alguien que no te conoce, pero que es, no obstante ello, entrañable para ti, como un viejo amigo que, paradójicamente, se encuentra contigo por primera vez.

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