La trama de esta miniserie de Netflix no permite explicaciones fáciles, como la existencia de una disfunción o una patología individual, para la tragedia que relata. Nos invita a observar fuerzas sociales y culturales que pueden amenazar la vida de un joven, incubadas en Internet o en las relaciones sociales adolescentes.
La miniserie británica Adolescencia, presentada en Netflix desde principios de 2025, se instaló rápidamente como un fenómeno de audiencia y debate. Su premisa es tan simple como brutal: Jamie Miller, un joven de 13 años aparentemente normal, es arrestado por el asesinato de su compañera de clase, Katie. Filmada íntegramente en planos secuencia —una toma continua por episodio—, lo que contribuye a reforzar la inmersión narrativa, la producción nos sumerge en la tensión previa y posterior al crimen con una inmediatez brutal. Más allá del thriller judicial, Adolescencia funciona como un potente, aunque perturbador, espejo sociológico que nos obliga a mirar de frente algunas de las realidades más oscuras que enfrentan los jóvenes en la era digital.
La serie desafía las explicaciones fáciles. La aparente normalidad de Jamie y su entorno familiar no lleva a atribuir la tragedia únicamente a una patología individual o a una disfunción evidente. La trama exige, en cambio, una indagación más profunda sobre las fuerzas sociales y culturales que pueden torcer una vida joven: la radicalización en las sombras de Internet, las presiones de una masculinidad distorsionada y el complejo entramado de las relaciones sociales adolescentes, tanto online como offline.
En este artículo ofrecemos una reflexión sobre la miniserie Adolescencia, tomándola como referencia para comentar algunas dinámicas complejas relacionadas con los jóvenes y el entorno digital.
A partir de la historia de violencia juvenil que muestra la serie, abordamos ciertos fenómenos sociológicos que pueden influir en los adolescentes: la exposición a discursos misóginos en espacios online, como la manosfera o los grupos incel, el impacto de determinados modelos de masculinidad y las particularidades de las relaciones entre pares en la era de Internet.
Nuestra intención es ofrecer una mirada de conjunto sobre estas realidades sociales y señalar posibles preguntas que emergen sobre los desafíos del mundo virtual para las nuevas generaciones.
Uno de los ejes centrales de la serie es la inmersión de Jamie en los rincones tóxicos de Internet. Según se nos relata —aunque no lo vemos directamente— el protagonista se adentra en la llamada «manosfera», término que engloba una difusa red de espacios online (blogs, foros, grupos en redes sociales) centrados en temáticas masculinas desde una perspectiva frecuentemente antifeminista y misógina. Aunque diversa, esta esfera a menudo comparte un discurso de agravio masculino y hostilidad hacia el feminismo y las mujeres en general.
Dentro de este universo, o en espacios adyacentes, Jamie entra en contacto con la subcultura «incel». El término deriva de «involuntary celibate» (célibe involuntario) y originalmente describía a personas que deseaban tener relaciones sexoafectivas, pero no lo conseguían. Sin embargo, la subcultura que ha crecido bajo esta etiqueta se caracteriza a menudo por un profundo resentimiento hacia las mujeres —a quienes culpan de su situación—, autocompasión, misoginia exacerbada y, en sus vertientes más extremas, la justificación o incluso glorificación de la violencia.
Estos entornos digitales, a menudo invisibles para padres y educadores, pueden convertirse en caldos de cultivo para ideologías extremistas. Adolescencia ilustra cómo narrativas como la «regla del 80/20» —que postula que el 80% de las mujeres desean solo al 20% superior de los hombres— alimentan el resentimiento en jóvenes varones que se sienten rechazados.
La serie dramatiza las consecuencias devastadoras de esta radicalización silenciosa, mostrando cómo las interacciones y consumos online de Jamie influyen directamente en su visión del mundo y, finalmente, en su acto de violencia. Evidencia la porosidad entre el mundo virtual y el real, donde las identidades y los agravios forjados en línea pueden tener manifestaciones trágicas fuera de la pantalla.
Además, se pone de relieve la peligrosa brecha generacional: los adultos a menudo carecen de la alfabetización digital para comprender el lenguaje codificado (emojis incluidos) y las dinámicas de estas subculturas, dificultando la detección de señales de alerta. La serie expone así la paradoja de las redes sociales: plataformas diseñadas para conectar aunque, sin embargo, pueden amplificar sentimientos de aislamiento, fomentar comparaciones dañinas y servir de vehículo para influencias nocivas, a veces impulsadas por los propios algoritmos.
Vinculado a lo anterior, Adolescencia invita a una reflexión sobre los modelos de masculinidad. El concepto de «masculinidad tóxica» ofrece un marco para interpretar las presiones que enfrenta Jamie: la expectativa social de dureza, la supresión emocional, la dificultad para gestionar el rechazo y la frustración. La serie muestra cómo la adhesión a estos ideales restrictivos, a menudo reforzados por figuras misóginas encontradas online, puede generar ira y conducir a la violencia como una forma distorsionada de reafirmación.
La narrativa subraya la importancia crucial de los modelos masculinos positivos, especialmente los padres, capaces de enseñar una expresión emocional saludable y desafiar estos estereotipos dañinos. No obstante, la propia complejidad de la representación advierte contra una simplificación excesiva; la masculinidad problemática que vemos en Jamie bien podría ser tanto causa de sus acciones como síntoma de problemas sociales y frustraciones más amplias, ahora canalizadas y amplificadas a través de discursos misóginos disponibles en Internet.
La narrativa subraya la importancia crucial de los modelos masculinos positivos, especialmente los padres, capaces de enseñar una expresión emocional saludable y desafiar estereotipos dañinos.
La serie no aísla a Jamie en su deriva digital; lo sitúa en un contexto social más amplio. El acoso escolar (bullying y ciberbullying) y el consecuente aislamiento social emergen como factores significativos que contribuyen a su vulnerabilidad. La trama evidencia cómo sentirse marginado en el mundo offline puede impulsar la búsqueda de pertenencia y validación en comunidades online, incluso en aquellas que promueven ideologías extremistas. La falta de herramientas para procesar emocionalmente estas experiencias difíciles también parece jugar un rol.
Esto abre interrogantes sobre las dinámicas familiares y la capacidad de los padres para acompañar a sus hijos en un mundo digital complejo y, a menudo, opaco. Pero la responsabilidad, como la propia serie parece sugerir (y como refleja el intenso debate público que ha generado), trasciende el hogar.
El impacto de Adolescencia ha sido tal que en el Reino Unido se ha considerado su proyección en escuelas, como herramienta educativa para fomentar el debate sobre la cultura online tóxica y la seguridad digital. Esto subraya que estamos ante un desafío social que requiere respuestas multifacéticas, involucrando a familias, instituciones educativas, empresas tecnológicas y gobiernos.
Estamos ante un desafío social que requiere respuestas multifacéticas, involucrando a familias, instituciones educativas, empresas tecnológicas y gobiernos.
Como toda obra cultural potente, Adolescencia genera interpretaciones diversas y puede suscitar críticas sobre su enfoque o representación. Sin embargo, su mérito indiscutible reside en haber instalado una conversación incómoda, pero fundamental.
Desde una perspectiva sociológica, conceptos como el aprendizaje social (cómo se adoptan normas y comportamientos observados), el etiquetado (cómo una designación puede influir en la autoimagen y la conducta), la teoría de la desviación social (cómo la frustración ante metas bloqueadas puede generar desviación) y el interaccionismo simbólico (cómo construimos significados a través de la interacción y los símbolos) ayudan a desentrañar la compleja interacción entre individuo y estructura social, que la serie expone en la era digital.
Adolescencia no ofrece respuestas fáciles, pero su valor radica en su capacidad para funcionar como un catalizador. Nos confronta con la urgencia de comprender mejor los mundos (online y offline) que habitan nuestros jóvenes, de fomentar la alfabetización digital y emocional, y de asumir una responsabilidad colectiva en la construcción de entornos más seguros y saludables para las nuevas generaciones. Es un espejo que devuelve una imagen dura, pero cuya contemplación crítica es, hoy más que nunca, imprescindible.