Arzobispo Jaime Spengler: «¡El tema del Sínodo es la Iglesia!»

El presidente del CELAM expresa a Mensaje algunas de sus expectativas ante el encuentro de octubre: «Lo que está en juego es, de alguna manera, la capacidad de la Iglesia para dialogar con todas las culturas y presentar su mensaje de manera comprensible».

En mayo el arzobispo de Porto Alegre, Jaime Spengler, fue elegido presidente hasta el año 2027 del Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (CELAM). Y una de sus actuales tareas es lograr una participación provechosa de obispos, religiosos y laicos —con precursora y esperanzadora participación de mujeres— en el Sínodo de la Sinodalidad convocado por el papa Francisco para realizarse entre el 4 y el 28 de octubre en el Vaticano.

Como ya se ha destacado en anteriores ediciones de Mensaje, este encuentro tendrá características no registradas antes en sínodo alguno, por lo cual se lo considera de rango histórico: lo será, en tanto buscará modificar aspectos centrales de la conducción de la Iglesia católica, desde las bases hasta los niveles más altos, con el objetivo de institucionalizar un ejercicio compartido en la toma de decisiones. Como ha señalado en esta misma revista el teólogo Rafel Luciani, se trata de un desafío abierto por el axioma «lo que afecta a todos debe ser tratado y aprobado por todos»(1). Asume cuestiones enfatizadas por el Concilio Vaticano II, aunque ahora ante la pregunta de qué significa ser Iglesia en el tercer milenio.

Iniciado en mayo de 2021, este proceso sinodal ha cumplido sucesivas fases de consulta y reflexión a nivel diocesano, episcopal y continental, para pasar finalmente a la fase universal. Así, tras dos años de trabajo se realiza ahora la Primera Sesión de la Asamblea Sinodal. Sus 370 participantes, teniendo a la vista los documentos preparatorios y el Instrumentum Laboris que contienen las materias a abordar y el procedimiento de trabajo, abordarán la cuestión general del Sínodo: «¿Cómo se realiza hoy en los diversos niveles (desde el local al universal) ese «caminar juntos» que permite a la Iglesia anunciar el Evangelio de acuerdo con la misión que le fue confiada; y qué pasos nos invita a dar el espíritu para crecer como Iglesia sinodal»?(2). Como «tres temas prioritarios» se señalan Comunión, Misión y Participación. Las propuestas finales serán trabajadas durante el próximo año, realizándose una Segunda Sesión en octubre de 2024.

Monseñor Splenger estuvo a fines de agosto en la reunión del CELAM en la que representantes de una veintena de episcopados latinoamericanos prepararon su participación en el Sínodo:

—El encuentro en Bogotá, en la sede del CELAM, fue una oportunidad privilegiada para que, como participantes de esta primera etapa del Sínodo, nos conozcamos y, al mismo tiempo, no solo entendamos su dinámica y metodología, sino que también realicemos un ejercicio de esta. Los días en que estuvimos reunidos fueron como un «aperitivo» para el Sínodo en Roma.

¿Cuáles son, a su juicio, los principales retos en la Iglesia latinoamericana en cuanto a avanzar efectivamente a un camino sinodal?

América Latina está marcada por realidades sociales, económicas, políticas y eclesiales muy diversas. La fe es ciertamente un fuerte elemento unificador de diferentes culturas. Por tanto, teniendo en cuenta los tiempos de cambio que estamos viviendo, es necesario promover itinerarios de iniciación a la vida cristiana, de inspiración catecumenal, para promover, especialmente en adolescentes y jóvenes, experiencias de encuentro con la persona de Jesucristo. Junto a esto, me atrevería a decir que sería conveniente seguir impulsando comunidades pequeñas; es decir, lograr que las parroquias se conviertan en redes de comunidades, comunidades donde la Palabra sea verdaderamente luz para los pasos que se den y el Cuerpo del Señor sea un alimento para caminar. Vale recordar que la Iglesia no está constituida únicamente por quienes se reconocen creyentes, sino sobre todo por quienes pueden ser discípulos y discípulas de Cristo-Resucitado.

América Latina y el Caribe está marcada por expresiones de piedad popular. Esta realidad es, ciertamente, una riqueza. Sin embargo, es necesario promover tiempos y lugares para la profundización de la fe.

FRUTOS ACTUALES DEL CAMINO SINODAL

Puede suponerse que en la Iglesia latinoamericana hay una natural disposición a abrirse a la sinodalidad. ¿Lo cree Ud. así?

Quisiera tocar un punto delicado. No faltan las críticas y los temores respecto del camino sinodal, que no es nuevo en la historia de la Iglesia. Lo que tenemos quizás es una nueva manera de proponer el camino. En este contexto no faltan opiniones. Y esto es muy bueno, aunque algunas opiniones revelen insuficiente conocimiento.

La sinodalidad significa caminar juntos, participar activamente en la vida de la comunidad y estar dispuestos a compartir con cualquiera la experiencia de la fe. No sería exagerado decir que, de alguna manera, en muchas realidades, el espíritu sinodal hoy está presente. Allí donde los consejos de pastoral parroquial, de asuntos económicos, de sacerdotes, de diáconos, de formación, etc., están de alguna manera activos, se está promoviendo la sinodalidad. Aún más: en aquellos lugares donde los ministros ordenados no pueden estar siempre presentes y donde los religiosos y religiosas laicos, ejerciendo diferentes ministerios, cuidan, guían y promueven colegialmente la vida comunitaria de fe, también se vive la sinodalidad. Esta es una realidad en la vida de muchas comunidades de América Latina y el Caribe.

¿Cuáles son los principales frutos que, hasta el momento, ha dado el camino sinodal impulsado por el papa Francisco?

El hecho de que se promueva en los diferentes ámbitos de la vida de la Iglesia el ejercicio de encontrarse para orar, reflexionar y escucharse unos a otros, con la voluntad de responder a las inspiraciones provenientes de la naciente comunidad de fe, para afrontar los desafíos del tiempo presente, en visión de un proceso evangelizador que promueva la Vida, presente la Verdad a todos, e indique el Camino para que la Iglesia sea fiel a la misión que recibió de su Fundador, el Redentor, son los frutos de la ruta deseada por el papa Francisco.

RECONOCER EL RETRASO

¿En qué sentido concreto ha declarado recientemente Ud. que comparte las palabras del cardenal Carlo Maria Martini de que «la Iglesia lleva 200 años de atraso»?

¡La adhesión personal a la fe por tradición parece tener los días contados! En amplios sectores de la sociedad crece la indiferencia ante una realidad que ya no parece significativa ni inspiradora. Los signos de esto son inocultables. Es un proceso cuyas raíces se encuentran en un pasado más o menos distante. Debemos reconocer que la Iglesia encontró serias dificultades para comprender las implicancias culturales de la transición, por ejemplo, de la Edad Media a la modernidad; más todavía, de la modernidad a lo que se ha denominado posmodernidad. Como ejemplo, podríamos mencionar la cuestión del idioma: ¿es comprensible hoy el lenguaje utilizado en la liturgia, en amplios sectores de la reflexión teológica y espiritual?

Los escándalos recientes, el declive de las prácticas y vocaciones religiosas y el secularismo persistente son también signos de una crisis. Ahora bien, la Iglesia debería considerarse constantemente en crisis. ¡La tensión permanente entre su naturaleza original y su condición empírica es saludable! Una crisis es el punto en el que se encuentra el peligro, pero también las oportunidades. La crisis es una gran maestra que nos obliga a tomar conciencia de la realidad y a abandonar las ilusiones, exigiendo una lectura sincera de diferentes aspectos que marcan la vida en sociedad; en este caso, una lectura iluminada por la fe cristiana. La Iglesia, ante tal situación, parece haberse dedicado más a defenderse que a comprender verdaderamente lo que estaba —¡y está!— sucediendo.

Me atrevería a decir que experimentamos una especie de angustia, ya que los intentos de responder a los desafíos del tiempo presente siempre parecen llegar un poco «tarde». Lo que está en juego es, de alguna manera, la capacidad de la Iglesia para dialogar con todas las culturas y presentar su mensaje de manera comprensible.

Reconocer el retraso es el primer paso para encontrar formas de superar la crisis.

«Lo que está en juego no es la Iglesia del pasado ni del presente. ¡La pregunta es qué Iglesia queremos dejar como herencia a las nuevas generaciones!».

FUTURO DE LA IGLESIA, EN NUESTRAS MANOS

En relación con el Sínodo de octubre, ¿qué le diría Ud. a un católico latinoamericano que hoy puede estar un poco desesperanzado por la crisis de la Iglesia?

¡Le diría que el tema del Sínodo es la Iglesia! Por eso, debemos estar atentos a lo que Jesucristo pide a sus discípulos de todos los tiempos, a las preciosas indicaciones de la hermosa y rica tradición de la Iglesia, a los avances del Concilio Vaticano II y de las Asambleas Generales del Episcopado latinoamericano. Debemos reconocer que el futuro de la Iglesia y del cristianismo mismo está en nuestras manos ¡Por eso, es un privilegio participar activamente en este momento histórico!

Lo que está en juego no es la Iglesia del pasado ni del presente. ¡La pregunta es qué Iglesia queremos dejar como herencia a las nuevas generaciones! Involucrarse en los diferentes espacios de diálogo, dedicarse a comprender siempre más y mejor la identidad y misión de la Iglesia, suplicar al Espíritu Santo que conceda a los fieles un espíritu de sabiduría y discernimiento, y alimentar la comunión, así como orar por los pasos a seguir en las diversas instancias de la vida eclesial, caracteriza a todo bautizado que se reconoce miembro de la Iglesia y corresponsable de ella.

(1) Ver «Sínodo sobre la sinodalidad: Ser y hacer Iglesia, hoy», Rafael Luciani. Mensaje n° 721, agosto 2023, pp. 44-48.
(2) Ver «Puntos clave del Instrumentum Laboris del Sínodo», Mensaje n° 721, agosto 2023, pp. 42-43.

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