Así viene el 2023

La guerra en Ucrania, las tensiones sobre Taiwán y Medio Oriente, así como las consecuencias de la pandemia del COVID, la inminente recesión y la insuficiente acción ante el cambio climático son algunas de las marcas del año que se ha iniciado.

El año que despunta anticipa retos inquietantes en el campo internacional. Son muchos los países que, fragilizados por la disrupción de las cadenas de abastecimiento causada por el COVID-19, enfrentan procesos recesivos. Ello, sumado a situaciones de precariedad económica anteriores, fomenta una creciente inestabilidad política que alimenta una diversidad de situaciones sociales de alta explosividad. Entre ellas, destacan los movimientos migratorios y el auge de corrientes políticas contrarias a los sistemas democráticos.

Un método ancestral para ponerse a cubierto de las incertidumbres fue el utilizado por los oráculos griegos. Este consistía en la ambigüedad de la redacción del vaticinio. Según la puntuación, variaba el sentido de lo que esperaba a quien consultaba. Así, cada cual podía hacer su propia lectura según su inclinación. Esta técnica revela que desde antiguo pronosticar qué espera a los mortales es un cometido azaroso.

Una de las preguntas urgentes es cómo evolucionará la guerra ruso-ucraniana que, contra todas las expectativas iniciales, ya cumplirá un año de duros combates que han cobrado la vida de decenas de miles de vidas. ¿Se avizora un fin a los enfrentamientos, que no han hecho más que escalar en letalidad con el correr del tiempo? El vaticinio ha de ser que no se vislumbra un cese de las hostilidades. Ni siquiera una tregua para explorar las posibilidades de un acuerdo de paz. Ni Moscú ni Kiev están dispuestos a congelar las hostilidades en las circunstancias actuales. Rusia aún confía en que su supremacía bélica terminará doblegando a sus adversarios. Ucrania, por su parte, recibe un siempre creciente flujo de armas y respaldo económico de las potencias occidentales. Su presidente, Vlodymyr Zelensky, incluso rechazó un cese del fuego por 36 horas propuesto por Vladimir Putin con motivo de la celebración de la Navidad ortodoxa el 7 de enero. Se consolida así la perspectiva de una larga guerra de desgaste mutuo con un resultado incierto. Occidente provee la ayuda suficiente a Ucrania para evitar su derrota, pero no para permitirle una victoria. Con ello logra neutralizar y debilitar a Rusia, un adversario estratégico. Esta es la premisa que anticipa una lucha sin salida a la vista.

TENSIONES QUE PODRÍAN ESCALAR

La guerra ruso-ucraniana repercute en todos los rincones del planeta. No solo porque sus dos protagonistas son productores claves de granos y otros insumos agrícolas. Cada conflicto envía señales sobre las capacidades y debilidades de sus participantes. No es habitual que un país anticipe que está dispuesto a iniciar una guerra. China, sin embargo, ha declarado desde hace décadas que recurrirá a la fuerza militar para impedir la independencia de Taiwán. Esta isla, que fue parte de China continental, se autonomizó tras el triunfo de la revolución comunista en 1949. Desde entonces Taipéi coincidió con Beijing en que había una sola China. Cada cual se reclamaba la auténtica. Actualmente, en Taipéi prospera una fuerte corriente que busca la independencia formal de la isla.

Ante semejante posibilidad, Beijing podría bloquear o, directamente, invadir Taiwán. Ello obligaría a Estados Unidos a interceder para proteger, como lo ha hecho hasta ahora, a la isla que por sí sola es improbable que pudiera repeler el ataque. Para no dejar dudas sobre sus intenciones, Xi Jinping, con motivo en agosto del año pasado de la visita de Nancy Pelosi, la presidenta del Congreso estadounidense, despachó decenas de aviones de combate hasta la frontera entre ambos países. Las consecuencias de un enfrentamiento en el estrecho de Taiwán serían imprevisibles. Ello, a tal punto que ambas partes confían en que la otra considerará que el riesgo es demasiado alto y se abstendrá de cumplir con sus amenazas. Sin embargo, esta es una consideración racional que bien no puede coincidir con los cálculos político estratégicos de los involucrados.

Siempre en Asia subsiste la tensión entre las dos Coreas. Pion Yang y Seúl siguen enfrentados y cada tanto crece la tensión entre Corea del Sur, que cuenta con pleno respaldo de Estados Unidos, y la del Norte, que ha continuado perfeccionando sus programas nucleares y de cohetes.

Otra latitud donde abundan los conflictos es el Medio Oriente. En particular cabe temer una agudización de las fricciones israelo-palestinas. Dado el discurso ultranacionalista del nuevo gobierno de Benjamín Netanyahu, es previsible un escalamiento de hostilidad que, como en el pasado, puede derivar a la Franja de Gaza y al sur del Líbano controlado por la organización chiíta Hezbolá. La situación más crítica, en todo caso, puede tener lugar entre Irán e Israel, que desde hace muchos años libran un sordo y soterrado conflicto. Israel ha denunciado que Teherán está empeñado en la producción de un arma nuclear. Israel, por su parte, ya dispone de ella y de los medios para colocarla en un blanco.

COVID-19

La pandemia del COVID, que irrumpió precisamente hace tres años, a finales de enero de 2019, ha restado más 6,7 millones vidas a lo largo del planeta. Cada gobierno debió desarrollar su propia estrategia para enfrentar el reto sanitario. Algunos países, como India, Estados Unidos y Brasil, optaron por minimizar los riesgos. El resultado fue un altísimo número de muertes. China, en cambio, adoptó el enfoque de «COVID cero», que por años mantuvo las pérdidas humanas en cotas mínimas. Ello fue logrado cerrando el país a visitantes y aislando, por largos períodos, a ciudades y provincias a medida que se detectaban brotes infecciosos. El costo económico de las drásticas cuarentenas fue formidable.

El aislamiento drástico y prolongado del grueso de la población se tornó intolerable. Apenas concluido el XX Congreso del Partido Comunista de China (PCCh), en octubre del año pasado, estallaron protestas sin precedentes en un país gobernado con mano de hierro. La señal del masivo malestar, en diversos puntos del país, alarmó a la jerarquía política, que temió que el conjunto del sistema político podría estar en juego.

Un rasero por el cual son evaluados gobiernos, a lo largo del mundo, es su éxito o fracaso para enfrentar el embate del COVID. La respuesta tradicional de países como China e India, con vastas superficies y numerosa población, ha sido cerrar las fronteras y, cuando ha sido posible, vacunar a la población. La estrategia china de «COVID cero» implicó un arduo debate sobre los enormes costos económicos y sociales de aislar grandes masas de personas. El lema del PCCh para las circunstancias fue: «El pueblo primero, la vida primero». Al momento del XX Congreso, Beijín reconocía alrededor de 15 mil muertes a causa de la pandemia.

La hora de la verdad para China está próxima. El 22 de enero celebra el año nuevo de acuerdo con su calendario. Es por lejos la mayor festividad nacional. Entonces, cientos de millones de personas vuelven a sus hogares. Muchos son jóvenes que han dejado sus hijos al cuidado de los abuelos. Es el mayor movimiento festivo de personas en el planeta. Esta vez será sin restricciones, sin exámenes de control y sin cuarentenas. Algunas proyecciones ominosas creen que podrían registrarse entre un millón y 1,7 millones de muertes a causa del COVID entre enero y abril.

Un tercio de la población mayor de 60 años ha recibido tres dosis de las vacunas producidas en el país. Pero, entre los mayores de 80 años, más de la mitad no ha recibido su tercera dosis. Es prematuro juzgar la eficacia o fracaso del enfoque de Beijing. El gobierno chino carece de la legitimidad que otorgan las urnas. A cambio, busca exhibir resultados positivos. En el caso del COVID, el presidente Xi proclamó: «La pandemia muestra, una vez más, la superioridad del sistema socialista con características chinas». El tiempo dará su veredicto.

ECONOMÍA

Dada la condición de China como una de las principales locomotoras de la actividad económica mundial, su recuperación es algo que atañe a todos los países. Los pronósticos más optimistas señalan que China podría alcanzar un crecimiento anual de su producto interno bruto (PIB) del 5%. Las estimaciones del crecimiento del PIB para el recién concluido 2022 son insólitamente bajas en relación con décadas anteriores: un mero 2,8%. La desaceleración económica resultante de la estrategia «COVID cero» contribuyó al viraje a la actual política de cuidarse y convivir con el COVID, como lo hace el grueso de los países. Beijing ya ha preparado inversiones en infraestructura y estímulos para el consumo ciudadano.

Kristalina Georgieva, la directora ejecutiva del Fondo Monetario Internacional (FMI), avizora un panorama complejo: en 2023 más de un tercio de los países estarán en recesión mientras que otros experimentarán avances mínimos. El pesimismo del FMI se basa en que prácticamente todos los indicadores son preocupantes. En primer lugar, se registra una inflación que afecta al grueso de los países. Desde una perspectiva social, se encienden luces rojas: los precios aumentan a un ritmo muy superior al de los ingresos. La consecuencia natural es la reducción del poder adquisitivo. Para la mayoría de los ciudadanos, ello obliga a apretarse el cinturón. Nuevas restricciones tras años de las limitaciones causadas por la pandemia podrían ser combustibles para una creciente conflictividad social. Muchos países aumentaron su deuda sacando provecho de las bajas tasas de interés y ahora enfrentan la subida de estas. Llega a su fin un largo período de inflación moderada y estabilidad económica. Una recesión mayúscula se perfila en varias latitudes.

En 2023, más de un tercio de los países estarán en recesión mientras que otros experimentarán avances mínimos. El pesimismo del FMI se basa en que prácticamente todos los indicadores son preocupantes.

El COVID no ha terminado. Científicos advierten que pueden surgir nuevas variantes. Pero, como es lógico, la atención de las autoridades apunta a la mayor amenaza. El peligro radica en que se ignoran los peligros subyacentes como el cambio climático. El año pasado, masivas inundaciones en Pakistán afectaron con severidad a 33 millones de personas. Nuevos desastres, consecuencia del calentamiento global, afectarán distintas regiones, como se ha observado cada vez con mayor frecuencia e intensidad. Los gobiernos se verán enfrentados a difíciles opciones entre un mercado energético inestable en que la tentación de consumir petróleo, postergando la transición energética, estará siempre presente. Asimismo, la inflación aumentará la gravitación de las deudas nacionales. Para los ciudadanos, el aumento de los precios de los alimentos será especialmente gravoso, cuadro preocupante para muchos países que ya tienen dificultades de diversas índoles. Además, debe sumarse a los eventuales cisnes negros, como se denomina a las calamidades mayores que aparecen sorpresivamente. Dada la incapacidad colectiva para enfrentarlos, por la ausencia de una gobernanza mundial, es posible adelantar que el 2023 será un año interesante. Lo de interesante es el eufemismo chino para aludir a las dificultades. Con todo, también cabe esperar nuevos avances científicos y mejoras en las condiciones de vida.

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