BRICS: Del anticolonialismo al anti hegemonismo

El mundo busca un foro representativo en el que las naciones puedan defender su soberanía y cooperar por un bien común, pero esta instancia creada el año 2009 enfrenta una serie de dilemas (también disponible en audio).

Garantizar un orden multipolar que impida un mundo regido por una o dos superpotencias. Terminar con el dólar como moneda internacional para disminuir la influencia dominante de su país emisor. A cambio, reemplazarlo por una divisa común que asegure los intercambios horizontales sin el control del código SWIFT, utilizado para las transacciones bancarias internacionales. Medidas para enfrentar las recurrentes sanciones económicas y comerciales de Estados Unidos y sus aliados contra los países que no se ajustan a sus dictados. Un foro sin derecho a veto, como el existente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, en que los cinco Estados vencedores de la Segunda Guerra mundial —China, Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y Rusia— pueden bloquear las mociones que estimen lesivas a sus intereses. Estos son algunos de los temas que fueron debatidos en la décimo sexta Cumbre de los países integrantes del BRICS.

Reunidos en Rusia, entre el 22 y el 24 de octubre, en medio de su guerra con Ucrania, los jefes de Estado de los países del conglomerado conocido como BRICS, que en inglés significa ladrillos, expusieron sus reivindicaciones frente al orden internacional vigente. En rigor, hoy corresponde hablar de los BRICS+, pues se han sumado varios países, como Egipto, Etiopía, Irán, Emiratos Árabes Unidos, en tanto que Arabia Saudita analiza la posibilidad de sumarse. Hay, además, una treintena de Estados que han expresado su interés por engrosar la agrupación. El acrónimo BRICS en todo caso, deriva de las iniciales de sus países fundadores: Brasil, Rusia, India, China y, algo más tarde, Sudáfrica.

Tras la Segunda Guerra mundial, con el debilitamiento de los grandes países colonizadores, vino el auge de un poderoso movimiento de emancipación a través de luchas contra las potencias coloniales. En algunos casos, como el de India, Londres reconoció la futilidad de una guerra contra los independentistas. En otros, como Francia en indochina y Portugal en África, se libraron largas y sangrientas guerras.

El mundo cambió en 1945. Entonces se contaban 75 Estados soberanos, en tanto que en la actualidad son 193 los que tienen un sillón en la Asamblea General de Naciones Unidas. El movimiento anticolonial triunfó, pero ello no significó que las esferas de tutelaje desaparecieran. El viejo colonialismo fue sustituido por un mecanismo más sutil de dominación: el hegemonismo. Este consiste en la capacidad de ciertas potencias de ejercer su supremacía sobre otros Estados.

Así, para buscar su propio camino, sin tener que abanderizarse con uno u otro campo, una gran cantidad de naciones adhirió al Movimiento de Países No Alineados, liderados por India, Yugoslavia y Egipto, entre otros. El Movimiento llegó a contar con 120 países miembros que ejercieron, en su conjunto, una influencia importante en el campo internacional. Pero, con el correr de las décadas, en parte por su heterogeneidad, la organización fue perdiendo vigencia.

Las naciones más industrializadas del Norte global, por su parte, sufrieron el impacto del embargo a las ventas de petróleo impuesto por la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) como consecuencia de la guerra árabe israelí de 1973. La medida provocó serias turbulencias en la economía mundial. En respuesta, en 1975, los líderes de Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania, Japón, Francia, Italia y Canadá (que se sumó, al poco tiempo) conformaron la agrupación, denominada Grupo de los Siete (G7), para debatir sus políticas macroeconómicas en citas anuales. En rigor, es un foro donde cotejan sus políticas respectivas, pero que no dispone de un secretariado permanente. El G7 se constituyó para actuar como el núcleo de coordinación de políticas económicas de las potencias más gravitantes en la esfera capitalista. Los presidentes de los bancos centrales y los ministros de Hacienda concurren cada año para determinar lineamientos macroeconómicos. Con el tiempo la agenda fue ampliada para incluir temas como los volúmenes de la deuda de ciertos países, materias de seguridad que van desde el cambio climático y la seguridad sanitaria, entre otros.

Ante la insatisfacción por la ausencia de un punto de encuentro para ventilar las diferencias entre las principales naciones, surgió una nueva iniciativa conocida como el Grupo de los Veinte, el G20, que generó esperanzas que podría convertirse en el foro más relevante entre el Norte global y el Sur global. El G20 debutó en 1999, para reunir a los países más industrializados y los más gravitantes entre los emergentes. Por América Latina fueron invitados Brasil, Argentina y México. Como es habitual, se destacaron estadísticas imponentes: el conjunto, los países participantes en el G20 reúnen el 66 por ciento de la población mundial y el 85 por ciento del producto bruto mundial. En la práctica, asumió la tarea de brindar una tribuna internacional para los presidentes de bancos centrales, para intercambiar ideas sobre como asegurar la estabilidad financiera internacional, convirtiéndose, por un tiempo, en el principal espacio de deliberación política y económica del mundo.

Inicialmente, el G20 mostró resultados prometedores al abrir el diálogo a más naciones y enfrentar dificultades de liquidez en la economía mundial y, por esa vía, estimular la demanda global. Hasta cierto punto, el G20 fue un administrador eficaz en tiempo de crisis. Pero, en otro plano, resultó decepcionante para los países emergentes, pues no alteró en nada las desigualdades estructurales entre las economías. La apabullante hegemonía financiera de las naciones más industrializadas se mantuvo intacta. Tampoco ayudaron las crecientes tensiones que en distintos momentos enfrentaron, por razones diferentes, a China y Rusia con Estados Unidos y sus aliados.

LADRILLO A LADRILLO

Los BRICS realizaron su primera cumbre en junio de 2009, en la que participaron los presidentes de Brasil, China, India y Rusia. Entre las primeras metas del grupo, destacó el llamado a conceder «una representación y voz creciente en las instituciones financieras internacionales y que sus autoridades fueran electas de manera abierta y transparente». Una alusión directa al Banco Mundial —cuyos presidentes son, invariablemente, estadounidenses— y al Fondo Monetario Internacional (FMI), cuya máxima autoridad recae sobre un europeo. En el plano político postularon una reforma del sistema de Naciones Unidas: «Reiteramos la importancia que asignamos al estatus de India y Brasil en los asuntos internacionales, y entendemos y respaldamos sus aspiraciones a jugar un papel más relevante en las Naciones Unidas». Una referencia al deseo de ambos países para integrar de manera permanente el Consejo de Seguridad del organismo. En los BRICS coexisten aspiraciones diversas entre sus países miembros y la treintena de Estados que han expresado interés por engrosar sus filas. De una parte, tanto India como Brasil temen que una expansión masiva terminará por diluir el impacto de sus respectivos planteamientos internacionales. En lo que a Rusia y China concierne, su aspiración apunta a establecer un balance a nivel mundial que equipare la influencia de las naciones que conforman el G7.

Los países miembros de los BRICS suman, en su conjunto, el 45 por ciento de la población mundial y sus países acumulan el 35 por ciento de la economía global. Aunque es difícil estimar cuál es su gravitación política internacional entre sus integrantes, existe la convicción de que están subrepresentados en los órganos de toma de decisiones, especialmente en lo que toca a la economía y las finanzas por lograr mayor representatividad. Para cargar la balanza a su favor, buscan alterar elementos del statu quo. La gran convocatoria de los BRICS pone de manifiesto el descontento e insatisfacción de numerosas naciones del Sur global. La percepción generalizada en esta esfera es que al Sur está obligado a competir en una carrera cuyas reglas favorecen a las naciones hegemónicas. Frente a esta realidad de privilegios y ventajas del Norte global, los BRICS se proyectan como una institucionalidad alternativa que puede aliviar algunas de las fricciones ocasionadas por el sistema comercial y financiero mundial.

La gran convocatoria de los BRICS pone de manifiesto el descontento e insatisfacción de numerosas naciones del Sur global.

Rusia, como país anfitrión de la cumbre de los BRICS, consiguió romper el cerco que le ha impuesto Occidente. Mientras Ucrania, Estados Unidos y el grueso de los países miembros de la Unión Europea hacen lo que está a su alcance por aislar Moscú, Putin dio la bienvenida a 36 mandatarios. La presencia de varios jefes de Estado no significaba necesariamente un reconocimiento de las posturas rusas en el conflicto con Kiev. Pero los asistentes desestimaron los esfuerzos por impedir la reunión. El Kremlin señaló que el encuentro es «uno de los eventos de política internacional de mayor escala realizado en el país». En marzo del año pasado Putin vio frustrada su asistencia a una reunión de los BRICS en Johannesburgo, Sudáfrica. Ello, ante la requisitoria de la Corte Penal Internacional que dictó una orden de arresto contra Putin por presuntos crímenes de guerra en Ucrania. Como firmante del Estatuto de Roma, Sudáfrica podría haberse visto obligada a detener a Putin si llegaba al país.

Un elefante en el centro de la reunión en Kazán fue la guerra ruso-ucraniana. El tema no podía obviarse y Brasil y China promovieron un plan de paz que ya había sido presentado a la Asamblea General de Naciones Unidas. En la ocasión fue desechada por el presidente ucraniano Volodymyr Zelensky. La propuesta contempla el reconocimiento por parte de Kiev de las nuevas realidades establecidas en los campos de batalla. Ello implica renunciar a la parte oriental del país.

Un logro de los BRICS fue aprovechar la presencia de sus miembros más populosos con más de 1.400 millones de habitantes cada uno: China e India. El primer ministro indio Narendra Modi y el presidente chino Xi Jinping sostuvieron una reunión especial, al margen de las plenarias. Allí ratificaron un acuerdo de patrullar en forma conjunta zonas fronterizas en disputa.

Un tema en que no se logró progreso es el interminable y siempre variable conflicto en el Medio Oriente. El reciente bombardeo masivo por parte de Israel, en represalia a uno realizado con anterioridad por Irán, es un eslabón más de una cadena interminable de agresiones recíprocas. Desde la Franja de Gaza al Líbano, de Irán a Yemen, e incluido el propio Israel, se multiplican ataques que cobran vidas y destruyen patrimonios. Rusia y China han criticado a Israel por sus prolongadas operaciones militares en la Franja de Gaza y han llamado a un cese al fuego.

El mundo busca un foro representativo en que todas las naciones puedan defender su soberanía y, a la vez, cooperar por un bien común. Los BRICS+, como organizaciones anteriores, enfrentan un dilema: expandir su membresía y así lograr mayor gravitación internacional. Pero aumentar el número de países miembros significa importar, al seno de la organización, una variedad de intereses que pueden resultar contradictorios. Un ejemplo de ello es la postura de los países productores de petróleo frente a los Estados que sufren las consecuencias del calentamiento global. Reducir las emisiones de dióxido de carbono es vital para desacelerar el calentamiento global que devasta grandes regiones del planeta. Todo indica que la búsqueda de una instancia que garantice una gobernabilidad mundial tiene un largo camino por recorrer.

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