China y Estados Unidos enfrentan posiciones en la lucha ante el calentamiento global, en el marco de la conferencia mundial anual que busca disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero. El negacionismo de la administración Trump despeja el camino a la nación asiática para asumir un liderazgo indisputado, avalado por una creciente gama de tecnologías de energías limpias. [También disponible en audio]
La pugna entre China y Estados Unidos se proyecta a todos los ámbitos. Cabía suponer, sin embargo, que la salud del planeta es de interés común a todos los que lo habitan. Podrían, en consecuencia, encontrarse puntos de cooperación entre las naciones más allá de sus posturas políticas. En anteriores Conferencias de las Partes (COP), auspiciadas por Naciones Unidas, surgieron debates sobre los grados de responsabilidad que cabía a cada país por el evidente calentamiento global y los costos que ello acarrea. Con frecuencia se recurrió a la imagen de que todos navegamos en el mismo buque y que, si se hunde, ya se sabe qué ocurrirá.
En la COP30 en la ciudad de Belém, del 30 de noviembre al 12 de diciembre, en el amenazado nordeste amazónico brasileño, chocan dos visiones diametralmente opuestas. Hasta hace poco existía cierto consenso mundial en que el cambio climático, ocasionado principalmente por las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), constituía una amenaza que debía enfrentarse colectivamente. Esto, aunque había divergencias sobre los niveles de responsabilidad de cada cual. Con todo, de COP en COP, se realizaban progresos. Pese a que eran insuficientes para contener el avance de las temperaturas y sus devastadoras consecuencias, se mantenía la esperanza de revertir un proceso que amenaza la vida en vastas regiones del planeta, en especial, en islas y zonas costeras.
Las cosas cambiaron en forma abrupta con la segunda presidencia de Donald Trump. Ya en su primer mandato había manifestado su escepticismo ante lo que consideraba una maniobra de otras naciones para socavar las industrias carboníferas, petroleras y gasíferas estadounidenses. A fin de cuentas, el siglo XX fue el siglo del auge sin contrapeso de Washington. Buena parte de su bonanza y poderío descansaba en los hidrocarburos, de tal forma que Trump, en una evocación algo nostálgica, proclamó su famoso «Drill, baby drill», un llamado a la perforación petrolera y gasífera. Era una luz verde para que los combustibles fósiles siguieran asegurando la grandeza económica y militar norteamericana. Todo esto, estimulado, claro está, por el muy gravitante lobby de industrias que van desde hidrocarburos a la infinidad de empresas químicas que emplean derivados del crudo y, por cierto, la vasta industria automotriz y el masivo consumo de los usuarios de vehículos a combustión.
¿Cuál es el cuadro de las energías alternativas frente a los hidrocarburos? En lo que toca a las energías renovables no convencionales, se aprecia una clara ventaja de la energía solar, que representó la mayor parte de estas, cubriendo el 83 por ciento del incremento de la demanda de electricidad. Esto la convierte en la mayor fuente de nueva electricidad a nivel mundial durante tres años consecutivos, gracias a sustantivas reducciones de costos. La energía solar ha visto caer sus precios casi en un cien por ciento desde 1975. Los costos de las turbinas eólicas, en cambio, no han disminuido en la misma proporción. Solo han bajado en cerca de un tercio la última década. Como es sabido, el viento no es constante y en ciertas zonas es necesario contar con fuentes de energía de reserva, algo que encarece la construcción y operación del sistema.
Trump fue categórico en su reciente pronunciamiento en la última Asamblea General de Naciones Unidas, al sentenciar que el calentamiento global era «la mayor estafa jamás perpetrada en el mundo». En términos más generales, ha calificado como «Green New Scam» («la nueva estafa verde») las iniciativas que promueven las energías renovables destinadas a reducir las emisiones de GEI. El mandatario estadounidense tiene una aversión particular contra las turbinas eólicas, al parecer, causada por la instalación de algunos molinos de viento en las proximidades de una de sus canchas de golf. Trump, además ha dicho que China construye las turbinas, las que destina a la exportación, pues no las utiliza en su territorio. Esa es una afirmación sin fundamento. En los últimos quince años, China lidera el mundo con una producción de más de 100 millones de kilowatts, según el China Electricity Council. Su postura pro hidrocarburos es replicada en numerosas reparticiones y, hasta el momento, se han cancelado proyectos de energías renovables por 22 mil millones de dólares. En este rubro las inversiones están en su punto más bajo en una década.
Otro plano en que se expresa la defensa de Washington al crudo fue la reciente conferencia de gobiernos y empresas navieras en Londres, a la que concurrió más de un centenar de países. En ella debía labrarse un acuerdo para reducir las emisiones de los buques cargueros, que representan cerca del tres por ciento de las emisiones globales. Todo un hito: el sector adoptaba una medida sin precedentes fijando normas legales internacionales, obligatorias y verificables en esta materia. Pero todo quedó en nada. Trump calificó la propuesta de «estafa verde» y amenazó a los países que lo firmaran con aplicarles aranceles. Marco Rubio, el Secretario de Estado, por su parte, declaró que el resultado era «una enorme victoria». La postura de Washington fue que el cambio de combustibles elevaría el precio de las importaciones para los consumidores. El acuerdo preveía que los armadores utilizarían combustibles menos contaminantes a partir del 2028 para no ser penalizados con multas. La meta era lograr emisiones netas cero para el 2050.
En lo administrativo, la Casa Blanca ha iniciado una drástica poda de las agencias que estudian el cambio climático. A la cabeza de ellas, figura la National Oceanic and Atmospheric Administration (NOAA), que es la responsable de la predicción climática y de recopilar antecedentes sobre las condiciones atmosféricas. Según el Environmental Data and Governance Initiative (EDGI), se ha suprimido más de un centenar de sitios web federales encargados de informar sobre el cambio climático. En los planes presupuestarios para la NOAA, se contempla un recorte de 1,6 mil millones de dólares, el que representa una disminución del orden de 26 por ciento. Las contrataciones de personal están congeladas y se estimulan los retiros anticipados. En la actualidad, la NOAA ya ha perdido dos mil empleados. Estas medidas fueron anticipadas por la derecha dura por boca de la Heritage Foundation que en su comentado documento «Project 2025» destacaba a la NOAA «como uno de los principales promotores de la industria alarmista del cambio climático». Y que, en consecuencia, era «dañina para la prosperidad futura de Estados Unidos».
Hay quienes estiman que los ahorros proyectados resultarán muy onerosos. Según Robert Atlas, exdirector del Atlantic Oceanographic and Meteorological Laboratory, «los costos económicos podrían resultar entre veinte y cincuenta veces mayores a los ahorros». Ello, porque estima que la pérdida de precisión de la NOAA podría redundar «en una pérdida de 20 a 40 por ciento en la precisión de los pronósticos». Según estudios recientes, se estima que desde el año 2007 el avance y exactitud de los pronósticos ha ahorrado, en promedio, unos dos mil millones de dólares por huracán.
En lo que toca a la diplomacia climática, al Departamento de Estado, a través de la Oficina de Cambio Global, le correspondía llevar adelante las negociaciones diplomáticas sobre el calentamiento global. Consecuentemente con la visión negacionista, la repartición fue disuelta. En abril algunos de sus funcionarios fueron cesados y otros, transferidos a otras destinaciones. Sus integrantes debieron haber representado a su país en Brasil en la COP30.
A lo largo de la historia moderna, el que controla la energía suele ejercer la hegemonía política y económica. El petróleo ha sido un factor determinante en el grueso de las guerras del siglo pasado. La gran interrogante en nuestros días es cuál será la fuente y la tecnología que moverán al mundo. China, sin abandonar los combustibles fósiles, apuesta en grande por las energías renovables. Este rubro figura entre los objetivos estratégicos del Estado chino. El año pasado la construcción de fuentes solares y eólicas duplicó al conjunto del resto del mundo. El auge de estas tecnologías ha permitido multiplicar las exportaciones en este rubro. El año pasado las cuatro principales empresas abastecedoras de turbinas de viento eran chinas. Un cuadro similar se observa en las exportaciones de autos eléctricos y baterías. En la actualidad China produce más de 80 por ciento de los módulos fotovoltaicos solares y domina las cadenas de abastecimiento en el rubro, cuadro que lleva a Li Shuo, director del China Climate Hub, a afirmar: «Hay un solo jugador. Estados Unidos ni siquiera está en el salón. Yo tengo plena confianza que esta dinámica continuará».
A lo largo de la historia moderna, el que controla la energía suele ejercer la hegemonía política y económica. La gran interrogante en nuestros días es cuál será la fuente y la tecnología que moverán al mundo.
El vertiginoso desarrollo de las energías renovables, en todo caso, no ha redundado en el abandono del consumo del carbón, que muestra cierto auge en los últimos años. El lobby carbonífero de las empresas chinas subraya el impacto del combustible para la seguridad nacional, lo cual quedó de manifiesto durante la sequía que afectó al país entre 2021-2022, que afectó las fuentes hidroeléctricas. Ello causó escasez y numerosas autoridades locales autorizaron la construcción de centrales termoeléctricas de carbón. Aun así, las energías renovables avanzan más rápido. La utilización de combustibles fósiles en la generación eléctrica ha descendido de dos tercios, hace una década, a la mitad.
El enfoque chino no apunta tanto a las metas de reducción de las emisiones de GEI. El objetivo de Beijing es lograr el control de las cadenas de abastecimiento que determinarán la economía mundial de la era post combustibles fósiles. Los primeros cinco meses del año ilustran el derrotero del gigante asiático: sumó 46 gigawats de capacidad eólica, al mismo tiempo que aprobó la construcción de 25 gigawatts en nuevas plantas carboníferas. Está a la vista que China tiene una estrategia dual: de una parte, busca su desarrollo industrial, garantizando la seguridad energética mientras crea las condiciones para la descarbonización. Xi Jinping, presidente del país y secretario general de Partido Comunista de China, postula que el país debe sextuplicar la producción de energía desde los niveles del año 2020.
El negacionismo del cambio climático de la administración Trump le despeja el camino a China para asumir un liderazgo indisputado. Ello le otorga la posibilidad de proyectarse desde su perspectiva multilateral, avalada por su gama de tecnologías de energías limpias. Las consecuencias ya se aprecian en Asia y África, donde proliferan los proyectos de energías renovables provenientes de China. Chile entra en este cuadro como el país que ha desplegado la mayor cantidad de buses eléctricos chinos.
En Belém, China buscará ampliar la penetración de sus tecnologías y productos de energías renovables. Es posible que se firme un contrato para la construcción de una planta de paneles solares en Brasil. Ello se sumaría a la planta de automóviles eléctricos de la empresa BYD concebida para producir 150 mil vehículos anuales a partir de finales del 2026. Un signo de los tiempos: la planta operará en una fábrica que perteneció a Ford, y dará empleo, en sus inicios, a un millar de operarios. La propuesta china va acompañada con la compra de los derechos mineros para explotar yacimientos de litio de la región, que son indispensables para la fabricación de baterías.
Washington, por su parte, asistirá a la COP en rol de observador con una agenda más disruptiva que propositiva, algo que quedó en evidencia con el retiro de Estados Unidos de los Acuerdos de París del 2015. En el ámbito diplomático se estima que Estados Unidos le está dejando la mesa servida a China y que ello puede acarrearle consecuencias de grandes proporciones. Ello, en la medida que un número creciente de países enfrenta las consecuencias del cambio climático y carece de recursos para mitigarlos.
Muchos analistas estiman que el cambio climático es la mayor amenaza que pesa sobre el conjunto de la especie humana. Ello, al punto que se ha acuñado el concepto de Antropoceno para caracterizar la era actual, caracterizada por el quehacer humano como el factor de cambio central. Así como los combustibles fósiles han sido un recurso estratégico determinante, hoy las energías renovables son un recurso capital que también puede alterar los balances de poder a nivel internacional.
El papa León XIV ha criticado, sin dar nombres, a los que «ridiculizan a quienes hablan de calentamiento global». En una ceremonia para celebrar una década de la recordada encíclica ecológica Laudato Si’ del papa Francisco, en Roma, ante más un millar de representantes de pueblos indígenas y ambientalistas, expresó su esperanza de que en la venidera COP «se escuchará el grito de la tierra y el grito de los pobres».