Esta debería ser nuestra súplica en este tiempo: que Dios nos dé la gracia de estar con Su Hijo. Contarle todo nuestro dolor, sentir que nos acoge, que oye nuestro grito de desahogo; y, que nos cobija y estrecha en su corazón con misericordia y ternura.
Tengo la impresión que como sociedad hemos iniciado un año con sentimientos encontrados o, más bien, fragmentados. Los acontecimientos vividos en el verano permitieron que las cicatrices volviesen a abrirse en nuestra vida de cristianos católicos, haciéndonos sentir como réplicas de terremotos que se viven al interior de una Iglesia herida por el pecado de muchos. Ya es tiempo de sanar y para sanar hay que abrir la herida, sacar la infección y tratarla con la medicina correcta. Mientras este proceso ocurre, ¡qué difícil encontrar la dirección a seguir en el camino de confianza y del liderazgo!
El Papa Francisco ha dicho en su visita de enero a nuestro País: «La peor de las tentaciones es quedarse rumiando la desolación. Estamos desolados y no nos faltan motivos para esto, son duros los momentos que estamos pasando y pesan sobre nuestros corazones: la pena de la injusticia, de la deslealtad, la desconfianza. Es real el sufrimiento, la pérdida de sentido, de rumbo, ¿en quién y quienes creer?».
Es verdad que frecuentemente nos es más fácil mirar el vaso medio vacío, que valorar el contenido que hay dentro de él. ¿No estaremos perdiendo la capacidad de ver lo bello y bueno que pasa en nuestro entorno, que ya no seamos capaces de sentir consolación? Ha sido tanto el dolor y la decepción que sentimos, que nos quedamos estancados en la herida y ya nada nos conmueve, solo nos rebela. Tenemos muchas grietas abiertas por los terremotos sufridos y sabemos que es lento el proceso de restauración. Quizás la petición que hizo san Ignacio de Loyola a 15 kilómetros de Roma, en la capilla de La Storta, a Dios Padre, hoy puede hacer que en cada uno de nosotros regrese la consolación. «Ponme con tu Hijo». Ignacio sintió tal mutación en su alma y vio tan claramente que Dios Padre lo ponía con Cristo, su Hijo, que no se atrevería a dudar de esto… (Autobiografía, 96). Esta debería ser nuestra súplica en este tiempo: que Dios nos dé la gracia de estar con Su Hijo, poder hablarle como un amigo habla con su amigo y contarle todo nuestro dolor, sentir que nos acoge, que oye nuestro grito de desahogo; y, que nos cobija y estrecha en su corazón con misericordia y ternura.
Solo estando con Jesucristo podemos encontrar sentido para nuestra fe, orientación para seguir el camino, reconciliación con las personas que cometen errores y nos provocan la desconfianza que decepciona. Dios es fiel y no decepciona.
Si lo Seguimos a Él, no podemos perder el horizonte.
En la grieta abierta, puedo tener dos actitudes: quedarme mirando la superficie abierta, el daño causado, o mirar más allá y ver la luz del sol que entra por ella.
Dios está en la puerta del corazón esperándonos. Él desea entrar. Permitamos que Él nos sorprenda con su amor, su creatividad innovadora; no permitamos que el mal ofusque su presencia, su imagen entre nosotros.
Tengamos como cristianos el deseo de mirar el mundo con sus ojos, ojos de ternura, de misericordia y de justicia. Seamos artistas de la bella obra de arte del año que estamos iniciando, reviviendo nuestros sueños, anhelos e inspiraciones profundas de bien; armemos el mosaico de la esperanza y confianza, donde podemos unir las piedras que traemos y formar una pieza de arte, de distintos colores y matices, donde nadie se sienta abandonado en el camino. La obra de arte se hace estrechando relaciones y provocando encuentros, que nacen en el estar con Jesucristo que revitaliza la vida cristiana y devuelve las ganas de ser y actuar en este mundo.
Como Ignacio, busquemos transformar el mundo desde el encuentro con Dios y generar lo nuevo en nuestro entorno. MSJ