Ecología integral en tiempos de catástrofe (I): Aportes cristianos frente a la crisis ambiental

Este es el primero de tres artículos en los que Mensaje reflexiona sobre ciertas claves tanto religiosas como específicamente cristianas para afrontar la catástrofe ambiental debida al calentamiento global. Estas no son las únicas pistas, pero sí ofrecen caminos de acción y reflexión, para actuar, desde nuestra fe, frente al desafío más grande de nuestra generación*.

El 24 de febrero de 2022 es una fecha que ni Europa ni el mundo olvidarán fácilmente. En el amanecer de ese día de invierno, tropas rusas penetraron las fronteras de Ucrania para invadir a un país que consideraba una seria amenaza para su propia seguridad. Esa misma noche, Ucrania decretaría la ley marcial, convocando, al mismo tiempo, a las filas de su ejército a todos los hombres de entre 18 y 60 años. Se inauguraba así un nuevo conflicto bélico en Europa.

No solo la geopolítica mundial se sacudiría fuertemente con la invasión rusa. De acuerdo con el instituto británico Chatham House, durante los primeros siete meses de la guerra las batallas despidieron más de 100 millones de toneladas de carbono a la atmósfera. Como efecto de los combates, además, en septiembre se produciría la más grande liberación puntual de metano jamás registrada tras el sabotaje y explosión de dos gasoductos en el mar Báltico(1). A todo esto se sumaría la drástica subida de los precios de los alimentos en gran parte del mundo. Con ello, millones de personas fueron enviadas a las mazmorras de la inseguridad alimenticia. Y, en consecuencia, muchos países de Europa, además de experimentar grandes tensiones ante la mayor ola de refugiados europeos después de la Segunda Guerra Mundial, desempolvarían muchas plantas de producción energética basadas en combustibles fósiles. Estas plantas, hasta entonces, estaban suspendidas por los procesos de descarbonización a propósito de las políticas de mitigación y adaptación llevadas por sus gobiernos para frenar el cambio climático(2).

Estos hechos, propios de la contingencia de la política internacional, revelan cuán frágiles pueden ser los esfuerzos mundiales para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Un esfuerzo que, por lo demás, resulta cuestionado, al menos en la práctica, con acciones que contradicen lo que debiera ser una respuesta unívoca y decidida ante la urgencia climática. En marzo de 2023, por ejemplo, el presidente de Estados Unidos, el demócrata Joe Biden, aprobó la construcción de una gigantesca iniciativa petrolera en Alaska: el Willow Project. Este proyecto se desarrollará en un área que supuestamente alberga más de 600 millones de barriles de petróleo, los que serían puestos en el mercado en varios años más en un contexto global que —por lo menos, así lo declara— quiere alejarse cada vez más de la energía producida por los combustibles fósiles(3).

LA CUESTIONABLE FUERZA DE LA POLÍTICA INTERNACIONAL Y DE LOS DATOS CIENTÍFICOS

Frente a lo recién descrito, se observa un insuficiente poder de acción por parte de la política global para abordar con intensidad, multidimensionalidad y transversalidad las tareas requeridas por la crisis climática. En plena pandemia, el secretario general de Naciones Unidas, el portugués António Guterres, remarcaba la gravedad de la situación actual en un discurso pronunciado en la Universidad de Columbia, en Nueva York.

«Para decirlo en palabras sencillas, el estado del planeta es que está “quebrado, roto”. La humanidad está peleando una guerra contra la naturaleza. Esto es suicida. La naturaleza siempre responde, y lo está haciendo cada vez con mayor fuerza y furia. La biodiversidad está colapsando. Un millón de especies están en riesgo de extinción. Diversos ecosistemas están desapareciendo ante nuestros ojos. Los desiertos se están expandiendo, los humedales se están perdiendo. Cada año, perdemos más de 10 millones de hectáreas de bosques. Los océanos están sobreexplotados y asfixiados por desechos de plásticos. El dióxido de carbono que absorben está acidificándolos. Los arrecifes de coral se blanquean y mueren. La contaminación del aire y del agua está matando a nueve millones de personas al año, más de seis veces el número actual de víctimas de la pandemia. Y con la invasión de los hábitats animales y la alteración de los espacios salvajes por parte de las personas y el ganado, podríamos ver cómo más virus y otros agentes patógenos saltan de los animales a los seres humanos. No olvidemos que el 75% de las enfermedades infecciosas humanas nuevas y emergentes son transmitidas por animales»(4).

Ya no existen palabras lo suficientemente duras para despertar la conciencia de los tomadores de decisión. Un año después de este discurso, Simón Kofe, ministro de Relaciones Exteriores de las islas polinésicas de Tuvalu, se presentó en video ante la audiencia de la cop26 en Glasgow, Escocia. Kofe estaba, literalmente, con el agua hasta las rodillas. «No podemos esperar a los discursos mientras el nivel del mar sube a nuestro alrededor sin parar».

Así como los clamores de países especialmente vulnerables a los efectos del cambio climático o las declaraciones de las máximas autoridades de la política mundial no resultan efectivos, tampoco los datos parecen muy rigurosos.

Lo que sigue son algunas de las conclusiones del sexto informe de evaluación del IPCC, publicado el recién pasado 20 de marzo de 2023(5).

— La temperatura del planeta fue 1,09 ºC más alta en el período 2011-2020 que en el período 1850-1900. Ha aumentado más rápido desde 1970 que en cualquier otro período comprendido al menos en los últimos dos mil años.
— En 2019, las concentraciones de CO2 atmosférico (410 partes por millón) fueron más altas que en cualquier otro momento de los últimos dos millones de años, así como las concentraciones de metano (1866 partes por billón) y de óxido nitroso (332 partes por billón) fueron más altas que en cualquier otro momento de los últimos 800 mil años.
— El 10% de los hogares con el mayor ingreso per cápita en el mundo (donde se cuentan, ciertamente, hogares chilenos) contribuye entre un 34 y un 45% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero basadas en el consumo por hogares. Mientras, el 50% de los hogares con menor ingreso per cápita contribuyen entre un 13 y un 15% de estas emisiones.
— Entre 2010 y 2020, la mortalidad humana debido a inundaciones, sequías y tormentas fue quince veces más alta en regiones altamente vulnerables comparadas con regiones con muy baja vulnerabilidad.
— Modelos predictivos consistentes con las NDC(6) anunciadas antes de la COP26 hasta el 2030 y que suponen un nulo aumento en la ambición de las metas, llevarían a una mediana del calentamiento global de 2,8 ºC al 2100 (nivel de confianza medio).
— Sin fortalecer las actuales políticas, el calentamiento global llegaría a 3,2 ºC para el 2100 (nivel de confianza medio).
— Con niveles de calentamiento sostenidos de entre 2 ºC y 3 ºC, las capas de hielo de Groenlandia y la Antártica Occidental se perderán casi por completo y de forma irreversible a lo largo de varios milenios, provocando un aumento de varios metros del nivel del mar (evidencia limitada).
— Superar los 1,5 ºC provocará impactos adversos irreversibles en ciertos ecosistemas con baja resiliencia, como los ecosistemas polares, montañosos y costeros, afectados por el deshielo de los glaciares o por la aceleración y el aumento comprometido del nivel del mar. En este ámbito, podemos fijar nuestra atención en Chile, extendido a lo largo de los Andes, con más de 4 mil kilómetros de costa, y con un vasto territorio Antártico.
— Pese a la gravedad de los datos, el estudio del IPCC ofrece algo de esperanza, aunque dramática: con un nivel de confianza muy alto, afirma que existe una ventana de oportunidad para asegurar un futuro habitable y sostenible para todos. Sin embargo, esa ventana —sentencia el IPCC— se estaría cerrando rápidamente. No es poco lo que está en juego.

EL POTENCIAL ROL DE LA RELIGIÓN EN MEDIO DE LA CATÁSTROFE

No parece exagerado hablar de catástrofe cuando leemos estos datos. La teóloga británica Carmody Grey, en la Hook Lecture 2021 del Leeds Institute, contaba: «Hace unas semanas estuve en un encuentro mundial de líderes religiosos en el Vaticano. Allí estaba el Presidente de la Academia Pontificia de las Ciencias, quien nos informó que su nieta de un año probablemente llegará a ser grande en un mundo inhabitable. Cuando era niña, tiritaba de horror al pensar en la certeza de que un día el Sol explotaría y se devoraría a la Tierra. Eso ocurrirá dentro de unos 4.000 millones de años. Ahora vivimos en un mundo en el que lo que está en juego es si este será habitable dentro de una generación»(7).

El pronóstico es sombrío. Lo sabemos. Grey remata su ponencia con otros testimonios expertos: «El climatólogo James Hansen considera que un calentamiento de 2 grados es una receta para un desastre a largo plazo. Este desastre a largo plazo es actualmente el mejor escenario posible (…) Robert Watson, exdirector del IPCC, sugiere que 3 grados de calentamiento global es el mínimo realista. Este escenario es, más bien, un desastre a corto plazo. En este desastre veremos la pérdida de la mayoría de las ciudades costeras», concluye.

¿Qué es lo que ocurre en la humanidad que ni los datos científicos ni los impulsos de organismos internacionales parecen dar respuesta ante un horizonte que se vuelve cada vez más nítido, a la vez que cercano? De hecho, las medias anuales de emisiones de Gases de Efecto Invernadero durante 2010-2019 fueron superiores a las de cualquier década anteriormente registrada. En otras palabras, a pesar de tener más información que nunca del daño que estábamos provocando, nunca habíamos enviado más dióxido de carbono a la atmósfera. Muchos cristianos podríamos recordar a san Pablo, cuando decía en su Carta a los Romanos: «No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero»(8).

No hay respuestas claras o unívocas. Ciertamente, el dinero, la rentabilidad, y los modelos imperantes en el sistema económico global tienen una responsabilidad indiscutida(9). Sin embargo, más allá de poner los ojos en estructuras, es igual de importante cuestionarse por el modelo de ser humano que se encuentra detrás de esa estructura, y que ha construido este modo de organizar nuestra vida social.

Hoy es especialmente necesario hacerse esta pregunta al recordar las palabras del IPCC, que hablan de una ventana de oportunidad que se está cerrando. Desde una perspectiva religiosa, podríamos hablar de un kairós, de una época decisiva, de un tiempo particularmente más «denso» que «extenso»; un momento que es oportuno para tomar decisiones. Un tiempo profundo que requiere, de parte nuestra, de una respuesta igualmente profunda.

La pregunta sobre cómo provocar un cambio que tanto personal como socialmente nos permita estar a la altura del desafío, implicaría asumir la necesidad de aquella «conversión socioambiental» a la que nos llamaba el papa Francisco en su encíclica Laudato Si’ sobre el Cuidado de la Casa Común (2015).

Una conversión de nuestros hábitos, sin embargo, requiere no solo datos, sino también afectos. Son ellos los que tienen un rol fundamental en nuestras decisiones cotidianas. Ante la impotencia que transpira san Pablo en su epístola frente a la incapacidad de cambiar de actitud, quizás sea pertinente ensayar una respuesta ante esta constatación con otra afirmación bíblica de gran sabiduría. Ésta se encuentra en el Evangelio de Mateo, capítulo 6, versículo 21: «Allí donde está tu tesoro, allí estará tu corazón». ¿Dónde está el tesoro de la humanidad? ¿Dónde están puestos sus afectos?, ¿dónde está puesto su corazón? A fin de cuentas, ¿qué es aquello que a la humanidad le importa verdaderamente? (10).

Una conversión de nuestros hábitos, sin embargo, requiere no solo datos, sino que también afectos. Son ellos los que tienen un rol fundamental en nuestras decisiones cotidianas.

Desde otra perspectiva, más vinculada a la moral, la preocupación por el medioambiente ya no es una opción voluntaria para aquellos que sienten un particular interés por el tema. Tampoco, desde el punto de vista religioso, constituye una opción profética, pues ya nos encontramos atravesando la crisis que hace años se venía anunciando. Desde ahí que adquiera aún mayor relevancia preguntarse cómo todas las dimensiones de nuestra vida social responden ante esta situación. Las religiones, en general, y el cristianismo, en particular, llevan años ponderando esta inquietud y, a la vez, tienen un gran potencial debido al alcance que tienen sus propuestas vitales.

Primero que nada, porque las respuestas y acciones que nos demanda la situación actual deben ser de carácter colectivo. Hoy ya no basta con la conversión individual o familiar. Ésta debe ser sistémica. Aún más ante la impotencia de los individuos frente a un orden social y económico ante el cual parecen no poder influir. Las religiones, en este sentido, tienen una amplia experiencia al respecto. Sin ser esto una definición exhaustiva, las religiones son sistemas de creencias y prácticas que dan forma a maneras específicas de ser y estar en el mundo. Las religiones se ponen en práctica en la vida diaria, en hábitos concretos que distinguen al fiel, que activan su pertenencia a un colectivo determinado, dándole una coherencia y sentido a su respectiva vida.

Es por esto que las religiones, en general, pueden ser de gran ayuda para coordinar respuestas concertadas. En un reporte global del Pew Research Center, centro de investigación mundialmente reconocido por sus estudios en religión, el 84% de la población declaraba pertenecer a una tradición religiosa (2017). Sería un despropósito, ante la urgencia de la situación, descuidar a la religión como un agente fundamental para abordar socialmente la crisis medioambiental.

La religión configura marcos éticos, sugiere modos de conducción en la vida que impactan y se reflejan en la vida social del individuo. Además —al menos, idealmente— no lo hacen por imposición, sino por una adhesión profunda al conjunto de valores que una creencia implica. Es decir, buscan respuestas desde nuestros «corazones», desde lo que de verdad nos importa. Es en esta línea que son mecanismos movilizadores que podrían ser fundamentales para la situación que hoy experimentamos.

Se trata entonces de poner la mirada en cómo esos principios y valores se reflejan en nuestro modo de ser cristianos en el día a día: como diría el sociólogo jesuita Gustavo Morello, mirar nuestra religión vivida(11).

Esto no significa inventar, por ejemplo, nuevas virtudes, nuevos hábitos para hacer el bien. Es decir, un nuevo catálogo de virtudes ecológicas. Más bien, se trata de hacer más evidente y explícito cómo las tradicionales virtudes que las religiones promueven no pueden soslayar la preocupación por el medioambiente.

El teólogo moral Nicholas Austin, por ejemplo, toma el concepto de frónesis, recogiendo la tradicional sabiduría práctica de Aristóteles, e incorpora la conciencia medioambiental a la teología de la virtud tomista, la que, a través un razonamiento ético, incorpora la deliberación y el discernimiento, intentando llevar a todos los seres vivos (y no solo a los seres humanos) a su florecimiento en el encuentro con Dios(12).

Pensar que en Chile una Iglesia como la católica sea un faro que ilumine un marco ético de vida podría ser considerado una ilusión o una ironía. Hemos visto cómo masas de ciudadanos dejan de vivir su fe sintiéndose parte de la «comunidad de la Iglesia», sobre todo debido a los delitos y escándalos de abusos sexuales y de conciencia cometidos por clérigos. La Iglesia pareciera estar atravesando una severa crisis de autoridad moral. Hoy son muchos los que dan un paso al costado de la religión organizada y mantienen y cultivan la fe a nivel íntimo o personal. En la última encuesta Bicentenario UC (2022), por ejemplo, el 73% de los chilenos dicen creer sin dudas en Dios y el 15% a veces sí y a veces no. Al mismo tiempo, solo el 48% se declara parte de la Iglesia católica. Vemos aquí trazos de lo que la socióloga de la religión Grace Davie llamó el «creer sin pertenecer».

No hay motivo para bajar los brazos. Las religiones pueden contribuir a una conversión socioambiental de vida entre sus fieles, la que colabore en esta dirección con otros miembros de la sociedad. En las últimas décadas se han levantado numerosísimas iniciativas al respecto, tanto a nivel independiente como potenciadas a través del diálogo interreligioso. Dentro de las controversias que a nivel dogmático pueden surgir entre los distintos credos, aquí existe una preocupación consensuada, que, además, se comparte con una sociedad seria y activamente preocupada —y ocupada— por la crisis medioambiental, sin ser necesariamente es creyente. Las religiones pueden interpelar a una gran parte de esos 8 mil millones de seres humanos que hoy compartimos el planeta, promoviendo una tan necesaria conversión socioambiental estructural(13).

Las religiones pueden interpelar a una gran parte de esos 8 mil millones de seres humanos que hoy compartimos el planeta, promoviendo una tan necesaria conversión socioambiental estructural.

NUESTRA CONVOCATORIA

El diagnóstico es inapelable. Sin embargo, las fuerzas parecen no estar aún a la altura del desafío. En los siguientes artículos en esta revista se propondrán algunas pistas de reflexión y acción que, desde el cristianismo, puedan reaccionar a la impotencia de san Pablo y preguntarse por cómo «nuestro tesoro» —allí donde está nuestro corazón—, puede hacerse lo suficientemente grande para acoger una «herida y devastada Tierra» (Laudato Si n°2).

La violencia que sufre el planeta en muchos casos ha sido silenciosa y poco visible. Un fenómeno que el profesor de la Universidad de Princeton, Rob Nixon, acertadamente calificó como «violencia lenta», pues transcurre tanto a escalas temporales como espaciales tan amplias que el ser humano, debido en parte a sus características biológicas, tiene dificultad en aquilatar(14). Una expoliación, además, que daña particularmente a la población más vulnerable de nuestro planeta: a millones de personas sin los recursos económicos (principalmente, debido a las mismas características del sistema socioeconómico que ha generado esta situación medioambiental) como para poder sortear el complejo panorama que el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático ha dibujado para la sociedad global. Serán ellos los primeros derrotados cuando ya no sea posible afirmar un futuro habitable para toda la humanidad.

Ante todo eso, únicamente puede parecer esperanzadora alguna fuerza moral, compartida y vigorosa, que se contraponga a las inercias destructivas que observamos hoy. ¿Cómo hacer para que los valores y virtudes compartidos por los diversos credos religiosos sean una inspiración efectiva en los esfuerzos ante las señaladas amenazas? ¿Cuáles podrían ser los primeros pasos para un diálogo interreligioso en tal sentido? ¿Cómo lidiar con el antropocentrismo cristiano y el lugar del ser humano en el cosmos? ¿Qué rol podemos tener los cristianos de a pie para contribuir en estas tareas?

(*) Este autor estudia un Doctorado en Antropología Socioambiental, Universidad de California-Davis. Máster en Estudios de la Religión, Universidad de Oxford, y Magíster en Sociología, P. Universidad Católica de Chile. Licenciado en Comunicación Social y Bachiller en Teología PUC, y Bachiller en Filosofía U. Alberto Hurtado. Este artículo corresponde a una reedición de la presentación que el autor realizó el 6 de mayo de 2023, para la Jornada de Formación del Sector Colaboración de la Provincia Chilena de la Compañía de Jesús.
(1) https://www.npr.org/2022/10/04/1126562195/the-nord-stream-pipelines-have-stopped-leaking-but-the-methane-emitted-broke-rec
(2) https://www.chathamhouse.org/2023/03/how-russias-war-ukraine-threatening-climate-security
(3) https://www.cnn.com/2023/03/13/politics/willow-project-alaska-oil-biden-approval-climate/index.html
(4) https://www.un.org/sites/un2.un.org/files/2020/12/sgspeech-the-state-of-planet.pdf.Traducción realzada por el autor.
(5) El Informe del IPCC utiliza cinco calificadores para medir los niveles de confianza de sus predicciones (muy baja, baja, media, alta, muy alta). Los datos que se presentan a continuación están calificados de alta o muy alta confianza (salvo de que se indique lo contrario). Todas las traducciones son del autor de este artículo.
(6) Las NDC o Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (Nationally Determined Contribution por sus siglas en inglés), son reducciones previstas por países de las emisiones de gases de efecto invernadero en virtud de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático.
(7) Se puede acceder a esta presentación en: https://www.youtube.com/watch?v=dieqeg3irm4. La traducción es del autor.
(8) Rom 7, 19.
(9) La encíclica Laudato Si’ apunta, sobre todo, al paradigma tecnocrático imperante. En términos de rentabilidad económica, entre 2010 y 2019, según el Informe citado del IPCC, los costos unitarios de energía solar han descendido un 85%; de energía eólica un 55%; las baterías de litio, en un 85%. Sin embargo, como hemos visto, sería una fantasía asumir que eso es suficiente para generar un cambio radical en el patrón de consumo energético.
(10) Ignacio era muy lúcido con respecto a esto y, por ello, su espiritualidad es una espiritualidad de deseos, de «movimientos del espíritu». Una espiritualidad que se preocupa del «sentir». La espiritualidad ignaciana, sin duda, no es una que desecha la razón, sino una que la pone en diálogo, intentando ofrecer una respuesta compleja que articule con el mayor alcance posible la pluralidad de ámbitos desde donde respira el alma humana.
(11) Más sobre religión vivida en Ammerman, n. t. (2021) Studying Lived Religion: Contexts and Practices. New York: New York University Press. Morello, G. (2021) Lived religion in Latin America: an enchanted modernity. New York, NY: Oxford University Press.
(12) No me puedo extender en esto, pero la referencia es: Austin, Nicholas. «The Virtue of Ecophronesis: An Ecological Adaptation of Practical Wisdom». Heythrop Journal 59, N° 6 (2018): 1009-1021.
(13) En un ámbito más académico, destaca el trabajo del Foro en Religión y Ecología inicialmente vinculado a la Universidad de Harvard y actualmente en la Universidad de Yale (https://fore.yale.edu/). En Chile, se pueden encontrar diversas iniciativas de reflexión, oración e incidencia, como la Coalición Ecuménica para el Cuidado de la Creación (CECC).
(14) Nixon, Rob. 2013. Slow Violence and the Environmentalism of the Poor. Cambridge: Harvard University Press.

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