Desplegada en la Sala Matta del Museo de Bellas Artes, la exposición «El canon revisitado» reúne más de setenta piezas pertenecientes a las colecciones de ese recinto del Parque Forestal y del Museo Nacional de San Carlos de México, y ha sido articulada a partir de una interrogante fundamental: ¿Qué hacen en espacios de exhibición latinoamericanos obras producidas en Europa?
No hay una sola respuesta, sino varias. La muestra va proponiéndolas al espectador a medida que este se desplaza por la exhibición, que explora el rol asignado al arte en la conformación de nuestros parámetros sobre belleza física y deber ser.
«Nos preguntamos por los procesos culturales, expansivos y colonizadores, así como por los proyectos republicanos que dieron lugar a la presencia de estas obras», explica el equipo mixto de curadores del montaje, que abarca entre los siglos XVI y XVIII, y consta de originales y copias, la mayor parte pinturas.
«Mediante esta muestra queremos invitar no solo a disfrutar de grandes creaciones artísticas, sino también a mirar e interpretar qué nos dicen, qué valores intentan transmitir, cómo se insertan en una matriz de ideas y sistema de principios que dan forma al canon occidental, definido y potenciado por la circulación de imágenes como el más eficaz instrumento de la colonización ideológica», agrega el grupo de profesionales.
UN MODELO ILUSTRADO DE LAS BELLAS ARTES
Realizados por autores como Zurbarán, Tintoretto, José de Ribera y Andrea Vaccaro, los cuadros de la selección corresponden a retratos y escenas que, en general, recrean pasajes bíblicos y episodios de la mitología clásica. Cómo llegaron hasta las entidades que las conservan es una curiosidad que puede resolverse en la primera parte de la exposición, organizada en torno a cuatro grandes temas.
La historia de ambas colecciones da comienzo al recorrido y relata que el Museo de Bellas Artes y el de San Carlos —la sede de este último se encuentra en la capital mexicana— se fundaron en 1880 y 1968, respectivamente, y albergaron en sus comienzos obras donadas por particulares o que permanecían en las academias de pintura de los dos países. Estos centros educativos fueron los que instauraron «un modelo ilustrado de las bellas artes», regido por los ideales de la antigüedad clásica.
La muestra va desgranando esa premisa en diferentes aspectos. El siguiente capítulo aborda cómo el arte impuso parámetros de virtud colectiva e individual, tanto en lo que concierne a la conducción de las sociedades como a las relaciones dentro de la familia, institución que, desde la Colonia y de acuerdo con la evangelización católica, se cimentaba en el matrimonio entre un hombre y una mujer.
«De forma paralela, el concepto del gusto definía los niveles de civilidad de las naciones y sus habitantes. Su legitimación, especialmente durante el siglo XVIII y en adelante, se sustentaba en una serie de reflexiones y teorías estéticas que situaban la belleza y el buen gusto como criterios poéticos y morales de un orden superior. Esto significaba que, mientras más cercano a las bellas artes se encontraba un pueblo, más civilizadas eran las sociedades que lo conformaban, en contraposición a aquellos grupos considerados bárbaros y moralmente cuestionados», describen los curadores.
En este apartado destacan piezas, pinturas, sobre todo, que retratan a la Sagrada Familia, al igual que aquellas que presentan a mártires, anacoretas y ascetas como ejemplos de abnegación, contemplación y sacrificio.
LAS DIFERENCIACIONES SOCIALES
En el tercer segmento, en tanto, la atención se dirige al arte que refleja las diferenciaciones morales orientadas por la clase social, el género y la procedencia racial. «Los cuerpos blancos se asocian a la pureza, a la santidad», afirman los curadores, mientras el resto —entiéndase aborí- genes, mestizos y negros— encarnan la perversión y el vicio, rasgos también vinculados a figuras mitológicas y a las manifestaciones comunitarias —entre ellas, las festivas— de los sectores populares. Aparece el culto a lo masculino, perfecto en la medida en que sea blanco, y la equivalencia entre la feminidad —representada por figuras como Salomé, Cleopatra y Dalila— y el erotismo y el engaño.
El recorrido concluye con un apartado que da cuenta de la importancia que tuvo la copia tanto en la formación de futuros artistas como en la difusión de los valores heredados por América Latina de la Europa colonialista.
«Ante la ausencia de originales y la precariedad de los medios de reproducción técnica existentes hasta mediados del siglo XIX, las copias fueron el modo de acercar el canon estético europeo y todo su aparataje discursivo. En Chile, la necesidad de contar con calcos y reproducciones fue un asunto que corrió en paralelo a los esfuerzos por instalar una academia de pintura. Una vez que se estableció una política de pensiones estatales para la continuidad de la formación artística en Europa, se debía enviar reproducciones de obras canónicas a modo de retribución», reseña el equipo curatorial.