La izquierda y el progresismo chileno: un nuevo comienzo

La derrota del pasado 17 de diciembre ha obligado a los partidos a un proceso de redefiniciones ideológicas y programáticas, así como de reconstruir identidades y proyectos. Hoy se observa que continuará la pugna entre quienes sostienen que nuestro país necesita un nuevo pacto social y político para superar el modelo, y quienes creen que la legitimidad de este se puede reconstruir sin tocar sus pilares.

En política, las derrotas son parte de su naturaleza. Pero las hay de distinto tipo, unas más profundas que otras. La del pasado 17 de diciembre (2017) fue de aquellas que obligan a quienes la enfrentan a entrar en una fase de reflexión y definiciones sobre aspectos que tocan su identidad y proyecto, sus estrategias y políticas de alianzas. Son situaciones que traen consigo un insoslayable periodo de introspección en la dirección de producir definiciones de mediano y largo plazo.

En la pasada elección confluyeron, a lo menos, dos procesos de rango histórico que modificaron el escenario político. Por un lado, el fin del sistema electoral binominal que permitió un sinceramiento del estado de las fuerzas políticas. Por otro, se zanjó con un triunfo conservador un ciclo político abierto a partir de las masivas movilizaciones de 2011 que significaron la primera gran impugnación del modelo neoliberal. Posteriores movimientos, como NO+AFP, se pueden considerar como parte de este mismo ciclo, así como la segunda administración Bachelet, que se articuló con un programa que recogía en parte este malestar social y que intentó, con más o menos éxito, realizar reformas estructurales que tocaban cimientos del modelo actual.

El claro triunfo de la derecha en segunda vuelta —precedido de un resultado en primera vuelta que apuntaba en la dirección contraria— ha dejado abierta la interrogante de si el proceso de impugnación del modelo neoliberal iniciado en 2011 ha quedado en definitiva clausurado y si lo que viene es un largo y exitoso periodo de consolidación del modelo neoliberal, o bien, si el malestar social es más profundo y subterráneo y reaparecerá durante la segunda administración Piñera.

En definitiva, lo que se avizora es la continuación de la brega entre aquellos que sostienen que Chile necesita un nuevo pacto social y político posneoliberal (tesis hoy en la oposición) y, aquellos, que creen que la legitimidad del modelo se puede reconstruir sin tocar sus pilares básicos (tesis, hoy, en el Gobierno). Que los problemas de legitimidad del neoliberalismo se solucionan por dentro y no por fuera de este. La conformación del nuevo gabinete del presidente Piñera parece estar hecho pensando que lo que viene es una gran batalla política y cultural en esta dirección.

NO HUBO BIG BANG, PERO CASI…

Las pasadas elecciones no produjeron un cambio drástico en el actual sistema de partidos —el anunciado big bang de la política chilena— pero sí se generaron movimientos profundos que, de consolidarse —por ejemplo, en las próximas elecciones municipales, regionales y parlamentarias— están llamados a producir un cambio significativo del sistema político.

Un primer aspecto a observar es la profundización de la declinación electoral de la Democracia Cristiana (DC) y con ello un vaciamiento de la representación del tradicional centro político. El fenómeno puede ser estructural, tanto desde el punto de vista de un cambio en la sensibilidad y subjetividad de las clases medias adscritas al centro como de una disputa por este espacio —dominado por décadas por una opción socialcristiana—, por parte de nuevas fuerzas de raigambre laica y liberal. Tampoco es ajena a esta declinación de la DC la crisis de legitimidad que ha vivido, en los últimos años, la Iglesia católica.

La crisis y pérdida de peso de la DC no solo afecta a dicho partido, sino que interroga la tesis sobre las alianzas políticas con las que se construyó la salida a la dictadura, la transición y los gobiernos posteriores: el acuerdo entre la DC y los sectores socialistas constituía una condición para generar gobiernos de mayoría y, muy especialmente, gobernabilidad. Según los recientes resultados electorales, estas fórmulas de alianza ya no son suficientes para constituir mayorías electorales y políticas (la experiencia de la Nueva Mayoría y su intento de crecer hacia la izquierda parece dejar como conclusión para la DC que no es viable políticamente a futuro su coexistencia con el PC en una misma alianza). En definitiva, la elección del pasado 17 de diciembre ha puesto en entredicho el supuesto de las alianzas hasta ese momento existentes en el campo del centro y la izquierda.

La otra gran novedad de la reciente elección fue la emergencia del Frente Amplio (FA), alianza heterogénea, que recoge las demandas e impulsos de los movimientos por la educación de 2011 y que, con sus propias contradicciones internas, ha venido desarrollando un perfil programático anti neoliberal. En su interior conviven fuerzas que se definen claramente de izquierda y que hoy compiten y jaquean a la izquierda histórica, con otros sectores menos definidos ideológicamente que van desde la derecha liberal hasta humanistas pasando por grupos verdes, ecologistas y feministas. El movimiento tiene un fuerte componente generacional, lo que le da también una impronta de renovación y circulación de las elites.

Entre medio del declive de la DC y la emergencia del Frente Amplio, se ubican fuerzas que también evidenciaron debilidad o estancamiento en las recientes elecciones (PPD, PR y PC). La única fuerza que parece mostrar aun fuerza y capital simbólico es el PS, reforzado con la obtención de las presidencias de la Cámara y el Senado. Sin embargo, una mirada más atenta a los resultados del PS permite constatar una declinación electoral lenta, aunque sostenida.

En síntesis, la derrota del pasado 17 de diciembre no solo ha obligado a los diversos partidos a entrar en un proceso de redefiniciones ideológicas y programáticas, sino que también ha afectado las posibilidades de alianzas. Estas no se avizoran en el corto plazos. Parecen que serán el resultado de un periodo de reconstrucción de identidades y proyectos. Más bien el final del camino que su inicio.

RECONSTRUCCIÓN DE IDENTIDADES Y PROYECTOS

Si pudiera caracterizarse la situación actual de las fuerzas que van desde el centro a la izquierda se podría destacar su dispersión y fragmentación. Casi no existen precedentes históricos para el actual nivel de fragmentación en la izquierda, por ejemplo. Sumados, estos diversos sectores tienen una fuerza relevante, pero ello hoy es una imaginaria aritmética electoral sin un correlato político. Lo anterior tiene que ver con una bifurcación de diagnósticos y de proyectos que se ha hecho patente con la reciente elección y con el balance que deja la reciente administración de La Moneda.

En efecto, si algo puso en evidencia el segundo Gobierno de la presidenta Michelle Bachelet fue que su intento por «correr el cerco» y realizar reformas estructurales que tocaran ciertos pilares del modelo, tenía importantes detractores dentro de la propia coalición gobernante. Se podría resumir la situación en términos que la Concertación no pudo pasar a su fase de Nueva Mayoría —con un programa más avanzado socialmente y la inclusión del PC— quedando neutralizada políticamente, sumida en sus contradicciones, no siendo un eficaz sustento político para el Gobierno y sus reformas. Las actuaciones de ciertos ministros ahorran mayores comentarios al respecto. También la falta de claridad y las contradicciones programáticas que estuvieron presentes en la candidatura presidencial del senador Alejandro Guillier son expresión de ello.

¿Qué subyace en el fondo de esta situación?

Lo que quedó patente fueron las diferencias existentes al interior de las fuerzas políticas que un día formaron la Concertación y, más recientemente, la Nueva Mayoría, en términos que no existía el acuerdo suficiente sobre el contenido de las reformas ni sobre sus modos de implementación. La alianza que permitió la salida de la dictadura, la transición y cuatro gobiernos de la Concertación no fue capaz de resistir unida el desafío que implicaba hacer frente al neoliberalismo. Se evidenció que para ello ya no existía la misma capacidad de ponerse acuerdo. Otro tanto puede decirse, aunque más atenuado, en torno a la llamada agenda valórica y de cómo entender la autonomía de las personas en el marco del pluralismo moral.

Los diagnósticos se bifurcaron y se polarizaron entre aquellos que ven el Chile actual como un ejemplo de modernización capitalista exitosa, con malestares propios de este proceso, pero cuya demanda es finalmente por integración, versus aquellos que han diagnosticado que el experimento neoliberal chileno ha sido extremo, generando desigualdades y abusos estructurales, y que lo que el país requiere es un nuevo pacto social y político postneoliberal, incluida una nueva Constitución Política. De alguna manera, es la reedición de la vieja disputa entre «autocomplacientes» y «autoflagelantes», que no termina por resolverse y que se polariza, de paso, con lecturas distintas sobre el significado y valor de la transición chilena y de los gobiernos de la Concertación.

Por su parte, el Frente Amplio como nuevo actor aparece más cohesionado, pero su evolución futura resulta una gran incógnita. Su fuerte irrupción en el ámbito parlamentario constituye una oportunidad de desarrollo, pero también sus mayores responsabilidades institucionales conllevan el riesgo de la burocratización y el predominio de las rutinas, y el peligro de que su heterogeneidad termine en diferencias políticas cada vez más difíciles de conciliar. El otro riesgo es que, en aras de privilegiar su propia identidad y crecimiento, termine postergando indefinidamente una política de cooperación y acuerdos con las restantes fuerzas del campo de la izquierda y de la centroizquierda, facilitando con ello una larga permanencia de la derecha en el poder. No parece estar claro dentro del FA lo que podríamos llamar una política de «competencia con cooperación» con otros sectores de la izquierda y del progresismo. Y parece estar presente la tentación de un camino propio que enfatice lo identitario, lo que puede dificultar enormemente futuras alianzas en el campo de la centroizquierda y la izquierda.

EN SÍNTESIS

La pasada elección del 17 diciembre ha dejado a la izquierda y el progresismo con la insoslayable tarea de revisar a fondo su proyecto político en esta nueva etapa. La segunda administración Bachelet dejó en evidencia el techo de entendimiento que las fuerzas de la otrora Concertación y Nueva Mayoría. El tiempo político para esta introspección que se anuncia en los distintos partidos no es eterno, en un par de años vienen las elecciones municipales y de gobernadores regionales las que presionaran por un acuerdo. La posibilidad de una nueva alianza política entre la izquierda y el centro o dentro de la propia izquierda no están en el horizonte próximo. Ella solo será posible a partir de los procesos que vivan cada una de las organizaciones políticas y los procesos de dialogo y de prácticas comunes que se puedan ir creando en este tiempo en la base social. Volver a lo social parece ser un imperativo, especialmente para aquellas fuerzas políticas fuertemente gubernamentalizadas en sus lógicas de funcionamiento interno. Definirse frente al modelo neoliberal, acercar visiones sobre la historia reciente, pensar en un modelo de desarrollo que satisfaga las expectativas de la ciudadanía, y adentrase mejor en el conocimiento de las nuevas subjetividades sociales parecen ser algunas de las principales tareas que tiene la izquierda y la centroizquierda en el corto y mediano plazo, con vistas a construir una alternativa unitaria y competitiva frente a una derecha que ha llegado con la expectativa y la estrategia de quedarse en el gobierno por un largo tiempo. MSJ

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