Comentario del mes a discos destacados.
El lugar de la música en la vida de todos nosotros está íntimamente ligado a la experiencia de la fidelidad. Por de pronto, de parte de las creaciones musicales que han acompañado momentos importantes de nuestra existencia y que, así, adquieren una significación que suele mantenerse en el tiempo. Incluso cuando escuchamos una melodía que nos conecta con vivencias pretéritas y que, sin embargo, parece que se ha desvanecido en ella la carga emocional que tuvo en su momento, sigue siendo una conexión importante con ese pasado. Y muchas veces esa intensidad se mantiene, imperturbable, con el paso de los años. La música misma es, pues, en muchos casos, la protagonista o el sujeto de esa experiencia de fidelidad. Pero también nosotros ponemos de nuestra parte, atesorando las piezas musicales que han ido construyendo lo que solemos llamar la «banda sonora» de nuestra vida. Los artistas que nos han brindado esa experiencia se transforman en verdaderos compañeros, en amigos. Y la amistad verdadera exige fidelidad.
Durante mucho tiempo pensé que las personas sumamos amigos hasta cierta edad. Para mí, a más tardar en los tiempos universitarios. Pero la vida me ha contradicho con la experiencia gratuita, con el regalo, para ser más exacto, de grandes amigos que han llegado a mi existencia en los últimos años, sin invitación y, por supuesto, sin buscarlos. Ellos saben quiénes son y se sentirán aludidos. Massimo Colombo es, mutatis mutandis, un amigo relativamente reciente, que ha «insistido» en hacer múltiples apariciones musicales en mi vida. Eso no solo refleja su gran prolificidad artística, sino también su tremenda capacidad para impresionarnos en cada aventura discográfica.
Este disco de piano solista me impacta desde el comienzo: solo un gran músico puede iniciar su performance con semejante construcción melódica y armónica. Es de esos discos cuya audición no puede suspenderse una vez que se ha iniciado. No hay opción, sino dejarse llevar hasta la última nota, con una sensación de creciente interés musical, que a la vez es una vivencia de cautiverio, de un estar atrapado en una red de sonoridades que se va desplegando, sin que podamos desprendernos de ella. Sería inútil intentar describir lo que hay en este disco. Solo les recomiendo hacer un acto de confianza y entregarse al regalo de Colombo, este casi viejo amigo. La confianza es condición de posibilidad de una amistad fiel.
Si hablamos de fidelidad, debo ser franco, pero también claro. No ha sido lo mismo, de ninguna manera; no se compara con lo que ha significado Olivia Newton John para mí. Pero debo reconocer que mis afectos musicales y artísticos han tambaleado y, en ocasiones, con cierta fuerza, como cuando un viento repentino, impredecible, sacude una veleta. Algo así me ha pasado desde que Suzanne Vega llegó a mi vida en 1987, con ese cassette de su segunda producción, Solitude Standing, que recibí como regalo de cumpleaños. Me conmovió su música, claro, sus composiciones. Pero también ella: la elementalidad de su voz, su estilo, su aire de niña de Santa Mónica avecindada en New York, con el agregado de su lado latino, que heredó de su padrastro y se profundizó en sus años de infancia en el barrio hispano de Harlem. Todo esto está en su música, que refleja una combinación de esos orígenes con un sabor también muy estadounidense. Creo que desde allí hay que entender su carrera artística, la cual, salvo por un puñado de canciones de rankings, no ha sido arrolladora, sino más bien de nicho, aunque con un nivel de aceptación que le ha permitido sostenerse como una estrella hasta hoy. Esta artista, de modo semejante a la inolvidable Olivia, ha acompañado momentos fundantes de mi vida; tal vez, en parte, porque no he dejado de seguir con un interés inclaudicable toda su producción discográfica.
Este último disco de estudio me ha exigido un cierto esfuerzo de asimilación, lo que experimento como un acto de perseverancia, que es parte esencial de la fidelidad. Es un disco que nos pone en contacto con las diversas versiones de Suzanne Vega que se han ido manifestando a través de los años, una producción con multiplicidad de estilos: desde canciones folk que nos recuerdan las de su primer disco, hasta aquellas más parecidas a las de corte pop, como «Luka», su tema sin duda más célebre, pasando por aquellas en que se ha aventurado con sonoridades más electrónicas… Todo esto, en el espíritu de su propuesta más identitaria: aportar canciones que ayudan a valorar lo cotidiano y el transcurrir de la vida en la ciudad. Este disco es un testimonio de persistencia y de fidelidad al propio proyecto musical. Y yo lo acojo fielmente, sin que eso afecte en lo más mínimo la memoria de la bella Olivia.