La baja en la natalidad es habitualmente examinada mediante variables sociológicas o económicas, y no desde la psicología. Resulta esencial tener presente que la decisión sobre la maternidad/paternidad implica también un discernimiento personal, íntimo, que involucra preguntas trascendentales.
«Ojitos de pena/ carita de luna,/ lloraba la niña/ sin causa ninguna./ La madre cantaba,/ meciendo la cuna:/ “No llore sin pena,/ carita de luna”»… Aunque probablemente para los literatos el motivo principal de este poema sea algún tópico del estilo «el sufrimiento femenino», quienes recuerden esta poesía de Max Jara entenderán que la hayamos rescatado para introducir una reflexión en torno a la baja de la natalidad. En efecto, en las estrofas siguientes, la niña que lloraba en la cuna es madre y mece a su hijita y, en la última, es la nieta quien consuela a la abuela en su senectud.
Así, el autor ilustra un ciclo vital que, hasta hace pocas décadas, era lo propio del ser mujer. La mujer que no tenía vocación a la vida religiosa era madre y formaba familia; sin embargo, desde hace un tiempo no tan remoto, esta forma de vida no se da por descontado y la gran consecuencia es la baja en la tasa de natalidad.
Las cifras son elocuentes. En Chile, la tasa de hijos nacidos por mujer en edad fértil ha disminuido a 1,3.
Esta disminución se relaciona con la percepción de que la maternidad no es necesariamente un bien de la vida humana y, si lo es, se contrapone con otros bienes que para la mujer son tanto o más importantes y, además, no compatibles con la maternidad. Surge la sensación de que para ser madre es necesario cumplir con una serie de exigencias económicas, físicas, emocionales, personales y/o educacionales que, muchas veces, dejan a la mujer al borde del burn out. De este modo, se decide no tener hijos o se posterga su llegada hasta haber alcanzado otros bienes de la vida, sin considerar que luego puede ser tarde para concebir.
La investigación académica atribuye esta situación a una serie de factores ambientales que no determinan, pero sí condicionan, la decisión de la maternidad. Estos factores, que se adquieren en las experiencias íntimas y familiares, permean el contexto cultural y social de la mujer. Así, la maternidad se convierte en una pregunta existencial, por lo tanto, también en motivo de consulta para el psicólogo. La bibliografía suele reportar estos factores de manera un tanto desordenada y heterogénea. Por eso, vale la pena proponer una clasificación ordenada de los factores que condicionan la decisión de las mujeres de no tener hijos, así como una reflexión a la luz de una comprensión de la psicología que mire a la persona de forma integral.
Ahora bien, es necesaria una precisión: si bien la decisión de formar familia involucra al hombre y a la mujer, la mayor parte de la investigación académica está escrita por mujeres y se refiere a las mujeres. Es urgente considerar también a los hombres, para así no quedarnos exclusivamente en una perspectiva de género y reconducir el tema hacia la familia y la paternidad.
El modelo ecosistémico que el psicólogo ruso Urie Bronfenbrenner propuso en la década de los ochenta explica el desarrollo humano según una serie de ecosistemas que grafica en círculos concéntricos, como las capas de una cebolla o las muñecas rusas. Así como la muñeca grande contiene a las más pequeñas, y las más pequeñas dan forma a las más grandes, los distintos niveles del ecosistema se influyen entre sí.
Siguiendo este paradigma, los factores que influyen en la decisión de no ser madre se entienden desde cada uno de los ecosistemas. Además, es interesante relacionar los factores de un mismo nivel y, más aún, descubrir las constantes que atraviesan los niveles del ecosistema.
Dentro del microsistema —es decir, el círculo interior—, se ubican los factores biológicos y aquellos asociados a las relaciones interpersonales íntimas, tanto las propias de la familia de origen durante la infancia como la que se establece con la pareja durante la adultez.
En el meso-exosistema se incluyen factores asociados a sistemas con los que la mujer interactúa cotidianamente, aunque no son necesariamente parte de sus vivencias íntimas; a saber, el sistema de salud, el sistema educacional o el mundo laboral.
Finalmente, el macro-sistema incluye factores de corte sociocultural y contextual, que influencian la forma en que la mujer se relaciona con los diferentes sistemas mencionados.
Entre los factores biológicos ubicados en el microsistema, se encuentran el reloj biológico y la anticoncepción. Aún cuando algunas investigaciones consideran la anticoncepción como un factor que influye en la baja de la natalidad solo en cuanto disminuye la probabilidad del embarazo, ciertos estudios de corte feminista analizan el uso de procedimientos de anticoncepción desde otra perspectiva: plantean que eventualmente la alteración de los ciclos hormonales, tal como repercute en las experiencias emocionales de la mujer, puede influir en su deseo de ser madre.
Algo similar sucede respecto del reloj biológico, que puede ser entendido solo como una ventana de fertilidad en la vida de la mujer. Sin embargo, cabe preguntarse: ¿cómo se modifica, a nivel emocional, el deseo de ser madre según el modo neurobiológico en que funciona el cuerpo hacia el final del período reproductivo y cómo ello influye en las decisiones familiares?
En el microsistema, hay además dos factores que hablan de las experiencias infantiles en el núcleo familiar. Estas son las vivencias de parentalización, es decir, son las que vivieron niñas que debieron asumir el cuidado de sus hermanos menores o que crecieron en un núcleo familiar con relaciones parentales conflictivas en las que ellas percibieron una subyugación de la mujer al hombre, o bien desigualdades en la distribución de las tareas de cuidado y las labores familiares. En la investigación, muchas mujeres declaran que estas vivencias de la infancia las predispone negativamente a la idea de ser madres.
Al analizar cómo estructuran sus relaciones de pareja las mujeres que deciden no tener hijos, aparece un factor que hemos denominado «concepto de pareja idónea». Este agrupa varias ideas, siendo la más significativa la distinción que las mujeres hacen respecto del hecho de estar en pareja con el fin de mantener una relación con un posible padre. De esta forma, se disocian dos elementos en la relación de pareja: una cosa es tener un compañero de vida y, otra muy distinta, es que este hombre sea valorado como un padre adecuado para tener hijos. En consecuencia, hay mujeres que deciden no tener hijos porque su pareja no cumple con los requisitos para ser buen padre.
Otro factor que pertenece a este mismo nivel son los «acuerdos de pareja» o «pactos fundamentales» sobre los cuales se sustenta la relación, que se orientan a satisfacer el bienestar subjetivo de los miembros de la pareja y, por lo mismo, se pueden modificar dependiendo de la etapa vital. En este ámbito, la elección de la maternidad es uno de los pactos fundamentales. No obstante, un cambio en un pacto fundamental condiciona la estabilidad de la relación; por consiguiente, cambiar de opinión respecto de la idea de tener o no tener hijos puede poner en riesgo el vínculo.
Un último factor del microsistema es el reparto del trabajo doméstico. Este condicionante surge del temor de la mujer a experimentar prácticas micromachistas al llegar los hijos, si el hombre no asumiera en igualdad de condiciones las tareas de cuidado.
En tanto, en el meso-exosistema se encuentran factores como la relación de la mujer con el trabajo remunerado, que no solamente da cuenta de la posibilidad de adquirir bienes económicos suficientes para el cuidado de sí misma y de los hijos, sino que, además, se relaciona con la autorrealización y la autonomía, siendo esta última un factor macrosistémico que influye directamente en la decisión. Es relevante considerar el modo como se trabaja en el mundo moderno, que, a pesar de su flexibilidad, en ocasiones dificulta la complementariedad de los roles femeninos.
Por otra parte, cabe destacar las transformaciones en las últimas décadas de la familia extendida. En efecto, las familias extendidas son cada vez más pequeñas y prestan menor soporte a las tareas de cuidado de los hijos, ya sea porque los tíos y abuelos viven lejos o porque aún son parte del mundo laboral. Otro elemento reportado en este nivel es el aumento del costo económico de ser madre y, junto con ello, la relación que establece la mujer con el sistema de salud. Ambos factores disponen negativamente hacia la posibilidad de tener hijos, puesto que la mujer recibe el mensaje de que la maternidad es una realidad dolorosa y peligrosa, tanto en los aspectos biológicos como en las tareas que implica.
En el macrosistema se ubican factores como la autonomía, que habla de la importancia que socialmente adquiere la posibilidad de determinar la propia vida. Además, en este nivel aparecen factores como el concepto de familia y de pareja, que dan cuenta de un cambio cultural asociado a otro factor reportado por la investigación, a saber, el cambio en el sistema de creencias. En efecto, el cambio en el sistema de creencias implica la modificación de una serie de paradigmas de bien y mal, producto de una secularización cultural que transforma la idea de familia y de pareja. Otro factor influyente del macrosistema es el feminismo y su desarrollo en tres olas, que ha ido proponiendo distintos acentos en las creencias socioculturales. El cambio de la vida rural a la urbana y el contexto de pobreza, son dos condicionantes más que inclinan la decisión de la mujer hacia la opción de no ser madre. Finalmente, el concepto de «crianza intensiva» merece mención especial. Esta idea, que ha ido tomando fuerza en los últimos años, da cuenta de la demanda que se asocia a la posibilidad de ser madre, de forma tal que criar adecuadamente a un hijo requiere una serie de talentos casi sobrehumanos.
Ordenar los factores que inciden en la decisión acerca de la maternidad clarifica, sin duda, el fenómeno. No obstante, es posible avanzar un paso más. La investigación académica atribuye la baja de la natalidad a factores ambientales. Por consiguiente, se estima pertinente que las políticas públicas se centren en intervenir el contexto que propicia la baja natalidad. Esto es asimilable a las prácticas reproductivas de animales y plantas en que el hábitat determina la reproducción. Mas, dada la naturaleza del ser humano, no es suficiente intervenir únicamente el contexto ambiental. Es necesario mirar al interior de la persona, es decir, atender a la pregunta existencial que está tras la opción de tener hijos, preguntándonos cómo lee los factores ambientales la mujer que enfrenta esta decisión existencial.
Ordenar los factores que inciden en la decisión acerca de la maternidad clarifica, sin duda, el fenómeno. No obstante, es posible avanzar un paso más.
Desde una comprensión integral de la persona que asuma su unidad substancial y las facultades del alma, los factores biológicos afectan las facultades vegetativas que, a su vez, pueden inclinar los apetitos y la razón. En este sentido, las experiencias infantiles disponen la afectividad, condicionando el modo en que la persona se relaciona en el presente, pues afectan especialmente al apetito concupiscible e irascible. En consecuencia, dependiendo de cuán gratas hayan sido las relaciones de cuidado experimentadas, surge el temor o la audacia según cuán arduo o peligrosa resulte la idea de ser madre, lo que redunda en deseo o rechazo frente a la decisión. A nivel del meso-exosistema, se produce una doble lectura respecto de la posibilidad de ser madre. Los factores meso-exosistémicos informan respecto de las condiciones que acompañan una posible maternidad, dando una idea de cuánta ayuda recibirá la mujer o, por el contrario, cuántos obstáculos enfrentará. Así se genera cierta disposición en el apetito irascible. Al mismo tiempo, los elementos contextuales dan cuenta de la valoración que el entorno otorga a la decisión de la maternidad, pues los factores macro-sistémicos hablan de la idea de bien instalada en la sociedad.
Es necesario mirar al interior de la persona, es decir, atender a la pregunta existencial que está tras la opción de tener hijos, preguntándonos cómo lee los factores ambientales la mujer que enfrenta esta decisión existencial.
En suma, la comprensión del tema desde las facultades humanas permite individualizar las influencias ambientales en la decisión de no ser madre. Esta comprensión antropológica, junto al modelo ecosistémico, sirve al ejercicio del psicólogo para pesquisar aquellos elementos que influencian a cada mujer, incluso si ella no es del todo consciente de los elementos ambientales que condicionan su decisión. En efecto, mirar el mapa de los factores condicionantes de la decisión de no ser madre y el modelo de Bronfenbrenner a la luz de la naturaleza humana abre espacio a una nueva comprensión del fenómeno de la baja en la natalidad: invita a ordenar las influencias, objetivando la realidad. Al modo de quien dispone una serie de elementos sobre el mesón antes de cocinar una receta, la lectura, a la luz de la naturaleza humana, de los factores que influyen da cuenta del orden en que se integran los ingredientes y sus cantidades, así como los utensilios necesarios para una preparación adecuada. Ahora bien, el dilema de la maternidad nos enfrenta a una preparación única, pues pone en juego la vida personal.
Así, la respuesta al fenómeno de la baja de la natalidad exige abordar las influencias ambientales que condicionan la decisión, aunque teniendo presente que lo central es el proceso de discernimiento personal que despliega quien toma en serio sus preguntas trascendentales.
En este punto, cabe considerar el rol de la psicología frente al fenómeno de la baja de la natalidad. La tarea del desarrollo planteada por Erik Erikson para la adultez joven se refiere a la intimidad, es decir, a la capacidad de estar profundamente conectado con otros seres humanos, de poner en marcha un proyecto de vida coherente con la propia identidad que permite establecer relaciones de apoyo, cuidado y satisfacción mutua. En palabras de Freud, «ser, amar y trabajar».
En este sentido, el terapeuta debiera estar disponible para acompañar a la mujer joven en la resolución de esta crisis del desarrollo, ayudándola a visualizar los caminos que se le presentan como medios para alcanzar la intimidad y el desarrollo del proyecto de vida. De esta manera, el terapeuta facilitará la integración de la pregunta existencial respecto de la maternidad, considerando los condicionantes ambientales como telón de fondo que acompaña el proceso de discernimiento. No obstante, el psicólogo debe tener claro que la decisión de no ser madre pasa, en primera instancia, por un modo de funcionar del cuerpo, por una serie de experiencias afectivas que se generan frente a la realidad que nos rodea y que influyen visible e invisiblemente en las ideas de la mujer sobre la posibilidad de tener hijos, que inclinan la voluntad a una decisión que traza un camino que puede acercarla o alejarla de su fin último, la felicidad.