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Su exclusión en puestos de liderazgo y del ministerio ordenado sigue siendo prueba evidente de que falta mucho camino por recorrer para que la Iglesia sea efectivamente una comunidad de seguidores y seguidoras de Jesús con igual responsabilidad y dignidad. Es necesario que las mujeres legitimen su sexualidad en una Iglesia que se ha acostumbrado a tratarlas como si fueran una amenaza a su estado celibatario o al «orden» de las cosas: ellas, por el contrario, pueden abrir grandes horizontes de libertad y humanización. La Iglesia latinoamericana no ha asumido debidamente «la igualdad de derecho y de hecho» de la mujer respecto del hombre, como ya en los años sesenta del siglo pasado preconizó el Concilio Vaticano II.