La tierra hierve

Frente a la grave amenaza del cambio climático, todos somos conminados a responder colectivamente. Rara vez, sin embargo, se menciona que existe una enorme disparidad de responsabilidades entre los causantes y las víctimas del calentamiento.

En el mundo científico hay consenso: el cambio climático es la mayor amenaza que enfrenta la humanidad. Sería más preciso apuntar a la causa del fenómeno y hablar del calentamiento global, que provoca las alteraciones que devastan el planeta. A la hora de describir su impacto sobre la tierra, se habla de nuestra «casa común» y se echa mano a la metáfora de que todos navegamos «en el mismo barco». Es decir que, ante un naufragio, todos correremos la misma suerte. El muy representado hundimiento del Titanic muestra hasta qué punto sus pasajeros corrieron suertes muy dispares, según la clase de las cabinas en que viajaban. Cuánto pagaron por sus respectivos pasajes, marcó su suerte. De la misma manera, los moradores de la «casa común» tendrán destinos muy diferentes según dónde se encuentren en el mundo y, más importante aún, el nivel que ocupen en sus respectivas sociedades.

A lo largo de decenios se ha librado una soterrada batalla para determinar quiénes y en qué grado son responsables del calentamiento global. Desde temprano el siglo pasado, las empresas carboníferas y petroleras tenían conciencia de contarse entre las principales emisoras de dióxido de carbono (CO2). Pese a que sus estudios pioneros los señalaban sin ambigüedad, optaron por una primera línea de defensa: sembrar la confusión negando la evidencia. En el mejor de los casos admitían una remota e hipotética posibilidad, pero buscaron sembrar las dudas. El cambio climático podía obedecer en mayor grado a otras causales. La raíz del fenómeno podía radicar en cambios en la radiación solar que explicaba alteraciones históricas. Además, podía tratarse de fenómenos transitorios.

Una vez que el negacionismo de las causas del calentamiento fue rebatido por la evidencia científica, las petroleras se replegaron a una segunda línea: relativizar los hechos. Al respecto, a Rex Tillerson, que fue presidente ejecutivo de ExxonMobil (2006-2016), le consultaron sobre el calentamiento global. Su respuesta fue: «¿Qué quieren hacer si pensamos que el nivel de los mares au­mentará en cuatro o seis pulgadas? ¿Cuáles son las áreas afectadas, qué quieren hacer para adaptarse a eso? Como seres humanos, como especie, es la razón por la que todavía todos estamos aquí. Hemos pasado toda nuestra existencia adaptándonos, ¿ok? De manera que nos adaptaremos a esto. Cambios climáticos que obligan a mover plantíos de una región a otra, nos adaptaremos a eso. Es un problema de ingeniería y habrá una solución de ingeniería».

«Adaptaremos» es un concepto muy amplio, que tiene significados muy diferentes para un ejecutivo estadounidense y otro muy distinto para un campesino centroamericano o egipcio. Frente a la amenaza, somos conminados a responder colectivamente. Rara vez, sin embargo, se menciona que existe una enorme disparidad de responsabilidades entre los causantes y las víctimas del calentamiento.

Rechazando toda responsabilidad, Tillerson pasa a la ofensiva y culpa a la prensa por el rechazo a las explotaciones petroleras: «La nuestra es una industria construida sobre la base de tecnología, ciencia y matemáticas, y como tenemos una sociedad que es analfabeta en estas áreas, lo que nosotros hacemos es un misterio para ellos y les asusta… Esto crea oportunidades para los adversarios del desarrollo, las organizaciones activistas que fabrican el miedo». Y, cómo no, una queja tradicional hacia los medios de comunicación: «No nos ayudan particularmente en nuestros esfuerzos los medios de gran circulación, porque es harto más sexy escribir sobre temas que causan temor que escribir sobre cómo enfrentamos la situación».

LA AMENAZA DEL CALOR

Las advertencias por los peligros que representa el cambio climático se multiplican. Ello, a tal punto que el humorista estadounidense Jay Leno aprovechó de bromear con el tema: «De acuerdo a un nuevo informe de Naciones Unidas el cuadro provocado por el calentamiento global es mucho peor que lo anticipado. Ello es preocupante, dado que el informe anterior vaticinaba la destrucción del planeta».

Una golondrina no hace verano, pero en Chile ya se vive una secuencia de años en que el calor veraniego va en aumento. Este 2023 no fue la excepción y ha batido un nuevo récord de calor entre el 21 de diciembre y el 21 de marzo. Las olas de calor son una de las mayores causas de mortalidad humana.

Las grandes ciudades son las más amenazadas. Se estima que durante este siglo las cinco ciudades más pobladas del mundo podrían experimentar alzas de temperatura de hasta ocho grados. Tres cuartas partes de la humanidad estarán expuestas a olas de calor potencialmente letales antes de concluir el siglo. El grueso de las víctimas son y serán de la tercera edad. Los mayores de 65 años son más vulnerables, pues el total del agua corporal disminuye con la edad. Además, los mayores transpiran menos que los jóvenes, disminuyendo así un elemento clave en la regulación de la temperatura. Al no sentir sed, muchos ancianos no ingieren la cantidad de líquido que el cuerpo requiere día a día, lo que termina costándoles la vida.

La mortandad en los países pobres es a otra escala. La sequía en Somalia durante el 2011 mató de hambre a doscientas cincuenta mil personas. Hasta ahora estas son consideradas como fenómenos cíclicos, pero todo indica que ya es un problema crónico y se pronostican temperaturas mayores. Un clima más cálido implica más sequías, más inseguridad alimentaria, más hambre, más desplazamientos masivos tanto de humanos como de animales y tampoco quedarán atrás enfermedades propias de hábitats más cálidos. Por otra parte, ya se registran masivos incendios forestales.

El sol brilla para todos, pero el calor afecta de manera disímil según las condiciones de urbanización. En Santiago basta con subir al cerro San Cristóbal para constatar la dramática discriminación en áreas verdes entre los barrios altos y el resto. En el mundo hay vastas regiones en que la subsistencia humana se torna difícil. Una de ellas es Centroamérica, donde la vida de más de tres y medio millones de personas se ha visto seriamente afectadas por una seria sequía que comenzó en 2014. En Guatemala, Honduras y El Salvador más de medio millón de personas han padecido de desnutrición debido al bajo rendimiento de tierras yermas por la ausencia de lluvias. Esta difícil situación es atribuida, en parte, a la más frecuente aparición de los ciclos de La Niña. Según modelos predictivos del Banco Mundial, hacia 2050 en las naciones de la región podrían desplazarse unos diecisiete millones de individuos a causa del estrés climático. ¿Dónde irán estas personas? Según Abraham Lustgarten, estudioso de los movimientos migratorios en Estados Unidos motivados por el cambio climático, hasta unos 30 millones de centroamericanos se verían impulsados a alcanzar la frontera meridional de Estados Unidos. Pero, claro, mucho dependerá de la situación política centroamericana y la de Estados Unidos.

Más allá de la situación específica de ciertas regiones, muchos climatólogos advierten que cientos de millones de personas podrían verse forzadas a abandonar sus lugares de residencia habituales, dando origen a éxodos nacionales e internacionales sin precedentes. Ya se avizoran en diversas latitudes los enormes impactos sociales de semejantes desplazamientos. El Banco Mundial estima que para 2050 en la región africana del Sahel se podrían desplazar más de 80 millones de individuos.

Más allá de la situación específica de ciertas regiones, muchos climatólogos advierten que cientos de millones de personas podrían verse forzadas a abandonar sus lugares de residencia habituales, dando origen a éxodos nacionales e internacionales sin precedentes.

NINGÚN RINCÓN ESCAPA AL CALENTAMIENTO

Los últimos diecinueve años son los más calurosos desde que existen registros. En junio de 2020 se registraron temperaturas insólitas en el Ártico. En la localidad siberiana de Verjoyansk, el mercurio subió hasta los 38 grados. Este récord absoluto en la gélida zona ártica da pie a ominosos pronósticos. Los fenómenos ejercen influencias mutuas, están concatenados, por lo cual se habla de retroalimentación positiva, algo que ocurre cuando cada factor nutre al siguiente, configurando un efecto de cascada.

La pérdida de las grandes capas de hielo en el Ártico, en Groenlandia, en la Antártica, además de la desaparición de grandes glaciares, tiene varias consecuencias devastadoras, puesto que los hielos reflectan alrededor del 80 por ciento de los rayos solares. La vegetación lo hace en una magnitud de solo 20 por ciento. Este fenómeno es conocido como albedo. Al derretirse los hielos, los rayos solares penetran en las aguas oceánicas y elevan su temperatura, lo que acelera aún más la desaparición de las superficies blancas. El calentamiento en la región ártica afecta la capa de permafrost (permahielo), que libera grandes cantidades de dióxido de carbono y metano. Estos gases, a su vez, agudizan el efecto invernadero, que genera temperaturas aún más altas Todo un círculo vicioso.

Así, cada año el Ártico se achica en verano y crece con los fríos invernales. Pero, tal como van las cosas, está en vías de desaparecer por completo hacia 2060. Desde 1980 ha perdido 8,5 por ciento de su superficie en cada década. El hielo derretido aumentará el nivel de los mares, así como la composición de las aguas. Uno de los efectos sobre los océanos es la circulación termohalina: la densidad del agua de mar está determinada por la temperatura y la salinidad. Estos factores provocan movimientos de agua, con las menos densas en la superficie y las más densas en las profundidades. La corriente del Golfo se genera en el trópico, en las aguas superficiales del océano Atlántico. Enormes masas oceánicas se desplazan hacia el Polo Norte, donde reciben el impacto de vientos gélidos, provenientes de los hielos árticos, que las enfrían (efecto termo) y ello las vuelve más pesadas. Además, la evaporación causada por los vientos aumenta su concentración de sal (efecto halino), lo cual empuja estas aguas hacia las profundidades. Es una condición importante del estado climático oceánico, pues permite el intercambio de calor y gases de efecto invernadero a través del interior del océano. Con los deshielos árticos y de Groenlandia, las aguas se enfrían menos y los flujos de agua dulce reducen el efecto halino. Desde mediados del siglo pasado, se detectó una reducción estimada en un 15 por ciento en la corriente del Golfo, y ello repercute en otras corrientes, como las de la Niña y el Niño, así como en regímenes de vientos. Al igual que con otras corrientes, las alteraciones repercuten en lluvias torrenciales en algunas regiones y sequías en otras, lo que impacta al conjunto de los ecosistemas. En cuanto al derretimiento de los glaciares, que en muchas zonas andinas son la principal fuente de agua dulce, amenaza con privar a cuarenta millones de personas de agua. Esta situación ya es perceptible en numerosas comunidades agrícolas altiplánicas. En todo el mundo, el impacto sobre la agricultura del aumento de las temperaturas ha agudizado conflictos sociales e incluso ha contribuido al estallido de guerras.

«UN ACTO DE BRUTAL INJUSTICIA»

Desde una perspectiva ética, cabe evocar al papa Francisco que en 2019 señaló que no reducir los GEI es «un acto de brutal injusticia hacia los pobres y las próximas generaciones». Instó a una «transición energética radical» e impugnó que nuestros descendientes «deban pagar los costos por la irresponsabilidad de nuestra generación».

De último momento: al cierre de este artículo buena parte del sudeste asiático vive la mayor ola de calor para el mes de abril desde que existen registros. En vastas zonas de India, China, Tailandia y Laos, las temperaturas se acercan o superan los 45 grados.

Un dato: viene de ser publicado El libro del clima por la editorial Lumen. Es una obra de 468 páginas en la que más de un centenar de ensayistas, entre los que destacan científicos, activistas, autoridades y personalidades relevantes del tema ambiental, escriben dos a tres páginas sobre los aspectos más relevantes de la materia. Cada sección es prologada por Greta Thunberg. Una sólida contribución a la mejor comprensión de los desafíos climáticos.

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