Comentario del mes a lo más destacado de la música.
Cualquier instrumento musical mal tocado es insoportable al oído. Pero los peores, en mi apreciación, son el violín y la trompeta. Francamente enervantes. Los principiantes en ellos deberían aislarse, hasta alcanzar algún nivel mínimo de dominio del instrumento. En este caso, no se trata, ciertamente, de un principiante o de un diletante, sino de un talentoso trompetista de Islandia a quien he tenido el gusto de conocer, precisamente, por este par de discos lanzados este año: el primero, Melodies for us, en enero; y el segundo, Melodies for you, en febrero. Ambas producciones están torpemente catalogadas como «easy listening» o «música tranquila», aunque es evidente (ya lo hemos comentado) cuán ofensivo y simplista puede ser (como lo es en este caso) este tipo de encasillamientos. Me parece, más bien, que el proyecto refleja una buena idea del músico y del equipo de producción: desafiar a un instrumentista a generar buenos covers de música «de la radio», es decir, de aquella música que ha marcado nuestra existencia cotidiana en el pasado y que, por ello, nos conecta con momentos fundantes (o demoledores) de ese pasado. El concepto musical del disco se basa en esta idea, y los acompañamientos han sido arreglados en consecuencia: con suma sutileza. El principal aliado es el piano, y solo en algunos temas aparecen otros instrumentos propios de una base rítmica, en un conjunto muy sobrio, o bien en solitario.
Lo primero que habría que decir es que no me ha quedado claro por qué el músico decidió lanzar este y el siguiente disco por separado, incluso cronológicamente, y no como una sola obra en dos partes, como suele hacerse. Tampoco he logrado entender, ni tampoco averiguar, cuál ha sido el criterio para distribuir los temas entre uno y otro disco. ¿Qué tendrá cada uno de especial para ser considerado una melodía «para nosotros» o simplemente para un «tú» indeterminado? Dejo estas preguntas abiertas, a la espera de que los oyentes puedan esbozar su propia hipótesis. En todo caso, lo importante es la música en sí y, por tanto, mi invitación es a escucharla y a relevar los temas que para cada cual la hacen merecedora de su atención. En este registro, a mí personalmente me ha impactado el primer corte: siempre he pensado que Lovely day es una canción maravillosa. Su versión original es de 1977, a cargo de su autor y cantante estadounidense Bill Withers. Un sueño no compartido ha sido recrearlo alguna vez con mi grupo de jazz favorito, Jazzorius. Es una canción bellísima, que invita a una mirada positiva y agradecida de la vida, del día a día; pero lo hace no de modo meloso, sino a través de una melodía y de una rítmica genuinamente vital. Varios grandes covers le siguen, y yo me quedo con ellos: «Stars», de Simply Red; «How Can You Mend a Broken Heart», de Barry Gibb; la inolvidable «Shape of My Heart», de Sting. Ustedes elijan las suyas, y que las disfruten mucho.
En febrero pudimos continuar con este ejercicio de memoria auditiva y afectiva, que hace tan bien, sobre todo si estamos con tiempo y tranquilidad para hacerlo. Como decía, ahora dedicados a un tú específico, pero de quien no se hace precisión alguna (muy de estos tiempos), se suceden temas muy en continuidad con los del anterior disco. Mi selección parte con el segundo corte, «Save The Best For Last» (1991, Vanessa Williams) que llegó para quedarse como un ícono de las baladas anglo de la música popular estadounidense. A continuación, Bragi Kárason nos sorprende con un salto a Latinoamérica, con «Aguas de Março», de Tom Jobim (1972), y que se hiciera célebre en 1974 en la versión a dúo con Elis Regina. Completando un mosaico bastante variopinto, pero perfecto en cada uno de sus fragmentos, cómo no destacar la gran canción «God Only Knows», compuesta en 1966 por Brian Wilson, fundador y director musical de The Beach Boys, enorme grupo estadounidense que revolucionó la música popular con la genialidad de sus arreglos vocales y la calidad de sus composiciones. Y termino (¡aunque el disco sigue!) con la indicación reverente de «Always And Forever», que el gran Pat Metheny incluyó en el que considero el mejor disco de su carrera: Secret Story (1992). En definitiva, un par de discos que ya por su selección de temas merece ser escuchado, no solo con atención, sino más bien con la fruición y el respeto de su intérprete por esa música.