Música para recordar y, a la vez, contemplar el horizonte

Comentario del mes a lo más destacado de la música nacional e internacional.

Esta vez he decidido transgredir mi propio precepto de comentar discos de reciente aparición. No quería caer en el cliché de que recordar es repasar algo por el corazón, pero no he podido evitarlo. Intento compensarlo con una cierta perspectiva de futuro: retomar un par de viejos discos, importantes en momentos fundantes, pero escucharlos contemplando el ancho horizonte, como frente a la inmensidad del mar, a ver si atisbamos en esa dirección el hilo que deberíamos seguir en un futuro que, aunque siempre incierto, hoy en día está teñido por una expectativa de vida insoportablemente generosa.

SILVIO RODRÍGUEZ: TRÍPTICO III (1984)

Ha sido difícil elegir uno de los tres volúmenes de esta notable trilogía de Silvio Rodríguez. Los chilenos tuvimos un problema adicional: la obra fue conocida entre nosotros por la edición, en formato cassette, del legendario sello Alerce, que, no sé por qué razón, no respetó la distribución original de los temas entre los volúmenes. A mí, por ejemplo, me gusta especialmente la canción «Leyenda», que figuraba en el volumen I en cassette, pero en realidad pertenece al volumen III. Da lo mismo, pero esa posición me ha ayudado ahora en la elección final. Recuerdo haber escuchado muchas veces «Leyenda», en un lejano invierno, en una pequeña habitación dentro de una pequeña vivienda en el sector poniente de la ciudad. Sus arpegios iniciales y sus primeros versos solían transportarme: Al amanecer/ Algunos ojos ya eran de la oscuridad/ Y huyeron hacia las tinieblas del ayer/ Con un puñado de semillas por sembrar/ Con un puñado de promesas por crecer. Me identificaba con esa imagen de un amanecer ya teñido de oscuridad y de huida a las tinieblas. Es sabido que la gente deprimida tiende a magnificar las emociones, sobre todo, claro, las negativas. Porque la misma canción dice, comenzando la siguiente parte: Pero salió el sol/ Y se elevó sobre la tierra siempre más/ Secando el frío nocturnal dando calor… Y no recuerdo que estos versos me hayan impresionado especialmente. El contexto histórico en Chile, el momento biográfico y la música y textos de un Silvio Rodríguez no especialmente luminoso, invitaban a una vida taciturna, aunque no resignada. Era un tiempo «a favor de los pequeños», como dice otra canción del trovador cubano; un tiempo de esperanza, de propósitos históricos, propósitos colectivos y también personales. Recuerdo todo eso como un período de permanente melancolía, pero extrañamente sostenida por la certeza profunda de que «la era está pariendo un corazón»; un corazón grande y resuelto, en búsqueda de lo siempre nuevo, que, se suponía, sería también siempre mejor.

COLDPLAY: A RUSH OF BLOOD TO THE HEAD (2002)

Este notable segundo disco de Coldplay nos pone en el umbral de los 2000, en un momento muy distinto a los legendarios ochentas. Fue el regalo de cumpleaños de mi familia ese mismo año. Entonces no tenía mucho conocimiento de este destacadísimo grupo británico, formado en 1996. Decir que A Rush of Blood… me gustó, sería mezquino. Me encantó, me cautivó. Y, como me ha pasado en otras ocasiones, de esta segunda producción pasé a la primera, Parachutes (2000), también soberbia, aunque sin el mismo nivel del disco que la seguiría. Todos estos recuerdos surgen cuando acaba de concluir una serie de cuatro conciertos de la banda, con lleno completo cada vez, en el Estadio Nacional de Santiago. Esa efervescencia del paso de Coldplay por Chile me ha hecho recordar cómo y cuánto me impactó su sonido hace ya veinte años. Este es uno de los pocos discos que es posible describir como «redondo», es decir, bueno de principio a fin; sin ripios ni material que podría haberse pensado para el desecho. ¿Tal vez, con todo respeto, «Politik», al comienzo del disco? ¡Porque todo lo que sigue es una producción con un sonido y un modo de tocar tan poderosamente originales y tan cautivantes! Creo que cada vez cuesta más cautivar con la música; pero ser, además, original en la propuesta y en el sonido final, resulta aún más dificultoso. Coldplay lo logra aquí plenamente. «In my place», el segundo corte, es una canción «oreja», es decir, con una estructura y una melodía que se fijan fácilmente en el oyente. Pero tiene, además, una fuerza que la pone en otro nivel, abriendo así la puerta al resto del disco, que es una colección de canciones poderosas, profundas y con una carga emocional tan enorme, que nos mueve a volver una y otra vez a ellas. Grandes discos; grandes momentos. ¿Con qué nos hemos quedado de todo ello?

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