El escritor húngaro ha nutrido sus obras —escasamente traducidas hoy al español— con su visión de los autoritarismos y sus experiencias de viaje que le permitieron conocer diversas filosofías y cosmovisiones. Al rol central que en sus novelas tiene una atmósfera opresora, se le suma una peculiar manera de escribir: frases infinitas, en las que el narrador parecer abandonarse a sus meditaciones.
Cada año, la Academia Real Sueca entrega junto con el nombre del ganador del Nobel de Literatura, una motivación para su decisión. La de este año, para honrar al escritor húngaro László Krasznahorkai, expresa que lo ha elegido «por su obra convincente y visionaria que, en medio del terror apocalíptico, reafirma el poder del arte». Considerando el clima político que experimenta el mundo en general y Europa en particular, es un mensaje apropiado, pero —teniendo en mente que la elección del ganador debe obedecer tanto a criterios literarios como «humanistas», como lo formuló Alfred Nobel— la argumentación seguramente despierta la curiosidad del lector. Entonces, ¿quién es László Krasznahorkai?
Como ya ha ocurrido en varias ocasiones en los últimos años, el autor premiado no es necesariamente un autor de bestsellers internacionales y puede (antes de recibir el premio) ser poco conocido para el lector no especializado, pero el caso de László Krasznahorkai parece llamativo incluso en este contexto. Es un autor de difícil acceso para el lector, y, específicamente para el mundo hispanoparlante, de tardío descubrimiento. Si bien ha publicado e incluso se dio a conocer fuera de Hungría a partir de la segunda mitad de los años ochenta, la primera traducción al castellano no tiene lugar sino hasta 2001, y lo fue de una novela escrita en 1989 (Melancolía de la resistencia), estando la mayoría de sus traducciones disponibles desde 2008. Hasta la fecha, una importante parte de su catálogo se encuentra sin traducir. En primer lugar, los cuentos breves, pero también las novelas publicadas en los últimos años —la traducción más nueva es El barón Wenckheim vuelve a casa (original de 2016, traducción de 2024)— mientras que en el original húngaro se han publicado tres novelas más. Queda por ver si esta dinámica se acelera un poco con el Nobel. Aunque Krasznahorkai ha sido galardonado con múltiples premios, no ha recibido ninguno en el ámbito hispanoparlante.
Pese a las particularidades de su obra literaria, su biografía es un ejemplo bastante típico de los intelectuales postotalitarios de su generación. Nace en 1954 en la pequeña ciudad húngara de Gyula, que cuenta con unos 30 mil habitantes hoy en día. Hijo de una familia de clase media, estudia primero Derecho y luego Literatura, en varias ciudades húngaras y publica su primera obra, un cuento breve, en 1977, todavía siendo estudiante. Su familia era de ascendencia judía por parte de su padre, algo que no se le reveló hasta la edad de 11 años, pues, pese a los eslóganes oficiales, el antisemitismo seguía formando parte de la vida cotidiana en la Europa oriental de la posguerra. Es muy posible que aquella muy peculiar sensación de estar en peligro, de una amenaza no bien verbalizada pero omnipresente, que se puede rastrear a lo largo de toda su obra, tenga su origen en este episodio de su infancia.
Publica las dos novelas que lo consagran en la segunda mitad de los años ochenta, es decir, cuando todo el sistema soviético se empieza a debilitar, ofreciéndole esto una apertura al mundo que antes era impensable. Después de una primera estadía becada en Berlín a fines de esos años, ocupa mucho de la década siguiente viajando. Escribe poco (publica solo dos novelas en los años noventa). Explora intensivamente Mongolia, China y Japón; viaja por toda Europa, reside en Italia, Nueva York, en la Hungría rural… Curiosamente, estos frecuentes cambios de residencia no modificaron decisivamente su estilo peculiar ni su manera de percibir el mundo, aunque sí influyeron hacia una apertura hacia otras filosofías y cosmovisiones, y su integración a su universo literario.
En los últimos años, se ha mostrado muy crítico con el gobierno autoritario de Viktor Orbán y su actitud en la guerra de Ucrania, y lo ha sido hasta tal punto que legó en vida su archivo personal al Archivo Nacional de Austria y no de Hungría.
Su primer novela, Tango satánico, publicada en húngaro en 1985 y disponible en traducción castellana desde 2017, sigue siendo, pese al título algo provocador, su obra más accesible. Su estilo caracterizado por un flujo lento de frases largas ya está presente, pero no llega todavía al, a veces, extremo ensimismamiento de sus obras posteriores, y los cambios en perspectiva y saltos temporales no dificultan seguir la trama. Ambientada en un anónimo y empobrecido pueblo de la provincia húngara, cuenta la llegada de un personaje misterioso, un estafador, quien procede a manipular a sus habitantes. Por primera vez, aparece así una metáfora de las dictaduras y totalitarismos que el autor explorará de una u otra manera en sus futuras novelas. Muchas veces (aunque no siempre) ambientada en la provincia húngara, su obra analiza la naturaleza humana y los efectos que la violencia, verbal u otra, tiene en ella. Como él mismo dijo en una entrevista a The Paris Review en 2019, siempre quiso escribir una sola novela y, no contento con la(s) escrita(s), sigue escribiendo, buscando la expresión lo más perfecta posible de sus visiones, aunque sean visiones pesadillescas pobladas de monstruos y fantasmas conjurados por la psique humana. A veces, como en Guerra y guerra (1999 en húngaro, 2009 en castellano), la pesadilla sigue al protagonista incluso al otro continente: de Hungría a Nueva York. Es justamente en esta encarnación donde reside su reputación como maestro de lo lúgubre, absurdo, pesadillesco, un «maestro del apocalipsis», como lo calificó la escritora y filósofa estadounidense Susan Sontag.
Un rol central en esta atmósfera opresora de sus novelas, incluso más que la trama, tiene su peculiar manera de escribir. Frases infinitas, capaces de extenderse por varias páginas sin más interrupción que unas comas o un guion ocasional, permiten un flujo de texto casi ilimitado, un ejercicio en la inmersión extrema en la corriente de conciencia en la literatura. El yo interior del narrador se abandona a sus meditaciones, solo para aferrarse a un detalle, aparentemente de poca relevancia, para describirlo lo más detenidamente posible, para luego soltarlo y seguir. Es tarea del lector formar sentidos e ideas en este vaivén lento pero imparable, y el efecto puede oscilar entre onírico y opresivo, algo que el autor explora con mucha habilidad.
No obstante, y aunque su reputación reside principalmente en sus novelas distópicas, la obra de Krasznahorkai no se limita a pesadillas postsoviéticas. Sus viajes extendidos, sobre todo por el Este de Asia, han introducido no solo nuevos lugares a su obra, sino también aperturas temáticas y filosóficas introducidas con más sutileza. Un buen ejemplo es Y Seiobo descendió a la tierra (2008 en húngaro, 2015 en castellano). El título se refiere a la versión japonesa de la Reina Madre del Occidente, divinidad china dispensadora de longevidad, prosperidad y felicidad que aparece brevemente en uno de los capítulos. Escrita en su habitual estilo de frases larguísimas, su flujo narrativo esta vez resulta hipnótico en lugar de amenazante y claustrofóbico, como ocurre en sus narraciones más oscuras. Cada uno de los capítulos de la novela —por lo demás, no directamente conectados entre sí y ambientados en diferentes países y épocas entre Japón a Italia, de la antigüedad a nuestros días—, presenta una meditación sobre la naturaleza y el significado de la belleza y el arte y sus interconexiones. Esta novela, (como algunas más, escritas en el siglo XXI) muestra la versatilidad del autor y su capacidad de adaptar su estilo narrativo personal a temas de muy distinta índole.
Krasznahorkai es, por lo demás, consciente de sus interconexiones en el universo literario. Sus obras distópicas han sido comparadas con Kafka, Dostoievski o con Gogol; todos, maestros de la pesadilla perturbadora. Integra alusiones a artistas y escritores más diversos a lo largo de todas sus creaciones literarias, lo que es bastante visible en Seiobo…, si bien es algo que puede ser encontrado en todos sus libros. En Persiguiendo a Homero, una novela corta ambientada (presumiblemente) en la época moderna, un narrador anónimo, escapando de unos perseguidores igualmente anónimos, recorre los paisajes homéricos del Adriático, creando una conexión inesperada entre el presente y el origen de la cultura europea. En Trabajos de pico y pala para un palacio: entrando en la locura de los demás, otra novela corta, un bibliotecario retrata los pasos de su ídolo por la ciudad de Nueva York y sueña con construir la biblioteca más completa y completamente cerrada del mundo, un proyecto absolutamente borgiano. El barón Wenckheim vuelve a casa, por su parte, contiene ciertos ecos de La visita de la vieja dama del suizo Friedrich Dürrenmatt.
Aunque su reputación reside principalmente en sus novelas distópicas, la obra de Krasznahorkai no se limita a pesadillas postsoviéticas.
Desde los inicios de su carrera como autor, Krasznahorkai también experimentó con la fusión de la literatura con otras artes. En seis ocasiones ha colaborado como guionista en las películas del cineasta húngaro Béla Tarr, con quien comparte una sensibilidad estética muy parecida, que involucra una predilección por la introspección, un ritmo lento y planos largos, realizados con diferentes medios: visuales para Tarr, narrativos para Krasznahorkai. Dos películas están basadas en sus propias novelas, otras son obras originales o basadas en novelas de otros autores. También trasciende los límites de la literatura en su propia obra, pues en el ya mencionado Persiguiendo a Homero combina la narrativa con ilustraciones y una pista sonora, accesible para cada capítulo a través de un código QR, lo que es un experimento interesante de la interconexión de tecnologías digitales con el arte milenario de la literatura.
Entonces, ¿quién es László Krasznahorkai? Un autor que indaga obsesivamente en un tema central para él, hasta conseguir la obra perfecta… Un experimentador intrépido entre varias artes que, sin embargo, mantiene un estilo reconocible durante décadas… Un viajero curioso… Un intelectual público que no tiene miedo de criticar a su gobierno…
Como en los años anteriores, parece llamativamente adecuado que el Comité Nobel de Literatura, precisamente en un año marcado por la oscuridad e inseguridad política, haya optado por alguien como él, quien combina el estudio de la oscuridad con un instinto absoluto de la presencia de luz y belleza en la vida.