Un aporte de gran interés en este tema formula el filósofo canadiense Charles Taylor, al poner el acento en cómo a través de la historia el hombre ha ido cambiando su valoración acerca de lo que le es «mejor» moral y espiritualmente. El nuevo ateísmo es la manifestación reciente de una serie de cambios históricos registrados en muy diversos ámbitos, en un escenario de mucha complejidad y densidad.
El neoateísmo es un testimonio acerca de lo actual que es la polémica siempre viva entre ciencia y fe cristiana, que es la base usada por los nuevos ateos para impugnar la religión. A ese tema se refirieron Joseph Ramos y Sergio Micco en su artículo publicado en la reciente edición de enero-febrero de revista Mensaje(1). Tal línea de pensamiento —y también de acción— es representado sobre todo, como ambos autores señalan, por Richard Dawkins (1941), Daniel Dennett (1942), Sam Harris (1967) y Christopher Hitchens (1949-2011). El primero es etólogo, zoólogo y biólogo evolutivo, Harris es neurocientífico y Dennett, filósofo de las ciencias cognitivas. En las siguientes líneas deseo proponer, también esquemáticamente, otro punto de vista para situar a este nuevo ateísmo.
En 2007, el filósofo canadiense Charles Taylor publicó una obra importante(2). En ella, plantea la siguiente pregunta: «¿Por qué en nuestra sociedad occidental era virtualmente imposible no creer en Dios en el año 1500… mientras que en el 2000 eso no solo es fácil para muchos de nosotros, sino incluso inevitable?»(3). El ámbito geográfico al que se circunscribe su interrogante es el de las costas del Atlántico norte, es decir, las regiones de Dawkins, Dennett, Harris y Hitchens. Un término usual para dar cuenta del cambio religioso ocurrido entre el Renacimiento y hoy es el de «secularización». Taylor está de acuerdo en continuar usándolo, pero «¿qué significa afirmar que vivimos en una era secular?»(4). ¿Qué es la secularización?
En su libro, Taylor lucha contra la interpretación del proceso de secularización como si este fuera una sustracción(5). Las teorías de la sustracción, más o menos, sostienen lo siguiente: la razón moderna desarrolla comprensiones y estructuras que terminan por sustraer las comprensiones y estructuras religiosas. Se trata fundamentalmente de concepciones sobre el universo, la evolución y el orden social, económico, ético y político. La razón desplaza a la fe, la ciencia a la religión. Taylor piensa que estas teorías no logran dar cuenta de lo ocurrido: se trata de una comprensión parcial, pues el proceso de secularización es mucho más complejo. La gran pregunta que hay que responder no es cómo sucede la sustracción de Dios, sino cómo llega a surgir la alternativa de una vida plena sin referencia a Dios. Por de pronto, diversas formas de vida creyente, cristiana, juegan un papel fundamental en dicho proceso. Taylor desarrolla, entonces, una larga narrativa, un relato de los cambios, porque para interpretar el presente es necesario comprender el pasado que late bajo su piel.
LA IMPORTANCIA DE LOS IMAGINARIOS SOCIALES
El relato de Taylor pone el foco en los cambios que se van produciendo en lo que denomina los «imaginarios sociales». Se trata de precomprensiones compartidas por grupos más o menos amplios en el nivel moral-espiritual. Es lo que sentimos o estimamos inmediatamente como más o menos valioso, mejor, real. Taylor busca hacer un mapa de la experiencia, para mostrar cómo fueron cambiando sus condiciones.
El nivel moral y espiritual se refiere, sobre todo, a aquello que valoramos como plenitud de la vida humana, elementos que tendrían que estar presentes en una vida lograda o mejor. Para el creyente, Dios o una referencia trascendente forma parte de esta plenitud: para el ateo, no. Todos, creyentes y ateos, tenemos experiencia de momentos más o menos plenos, y, en contraste con ellos, de situaciones de exilio, de lejanía respecto de dicha plenitud. La vida cotidiana suele desarrollarse en un estado intermedio estabilizado y su sentido, es decir, lo que la sostiene, tiene que ver con encaminarse a mayor plenitud.
Es interesante esta atención de Taylor a los imaginarios morales sociales, a lo que las personas estiman como mejor de manera «espontánea». Lo interesante es que no pone el foco central de su atención en las teorías y afirmaciones de científicos y filósofos. Haber puesto el foco unilateralmente en ellas ha llevado a sostener que lo fundamental del proceso de secularización es que la ciencia se opuso a la fe y que la razón desplazó a la religión. Por supuesto que el desarrollo de las ciencias modernas afectó a los modos de creer. Pero el punto es otro. Cuando una persona convertida desde la fe al ateísmo relata que la ciencia la ha liberado de una ilusión, ¿es adecuada esta interpretación que hace del proceso? Atendiendo al nivel de las ideas, ¿no está marginando de su análisis el nivel de las precomprensiones, supuestos, prácticas y sentires? ¿No tendría que atender a este nivel también, para hacerse una idea mejor de su conversión? Esto es lo que busca hacer Taylor respecto del proceso moderno de secularización: un relato de los cambios que van ocurriendo al nivel de los imaginarios compartidos. Taylor piensa que el nivel moral-espiritual es el decisivo, y que los imaginarios son los «lugares» de integración vital (de sentimientos, ideas, prácticas, supuestos, valoraciones, etc.), y, sobre todo, las fuentes de las motivaciones que movilizan.
UN RELATO DE CINCO SIGLOS
Recorre cinco siglos en su relato, recogiendo elementos, entre otros campos, del arte visual y la literatura, de la filosofía moral y las ciencias naturales, de la economía y la política, de la espiritualidad religiosa y la estética modernas. Va mostrando qué cambios van ocurriendo en las condiciones de la experiencia. Es un relato largo y complejo, sugerente y aproximativo, consciente de sus límites; no podría ser de otra manera, tratándose de una tarea tan amplia.
¿Cuáles son las influencias que explican los comienzos del proceso de secularización? Van apareciendo, entre otros, el humanismo del Renacimiento, la revolución científica, el surgimiento del Estado policial y la sociedad disciplinaria, la Reforma protestante. Taylor destaca la importancia y significación de «la tendencia a la reforma»(6), manifestada ya, al menos, desde el siglo XII, viva en diferentes movimientos espirituales medievales y, luego, en proyectos de reforma civilizatoria y cristiana. Luego aparece la influencia del neo-estoicismo y el establecimiento del orden moral moderno, con sus principios de libertad y beneficio mutuo, y la disputa con sus críticos.
Todos estos procesos están conectados con la modificación de los imaginarios sociales. La aparición del deísmo providencial es un hito significativo, porque antecede inmediatamente al desarrollo del humanismo exclusivo, es decir, sin referencia trascendente (siglo XVIII). Se ha producido ya a esta altura un cambio importante en las condiciones de la experiencia y, de ahora en adelante, las modificaciones van a afectar las condiciones, no solo del creer, sino por igual del no creer. Se produce entonces un efecto de complicación y pluralización del proceso, cuya consecuencia es el surgimiento de otras alternativas, tanto de creer como de no creer, y cambios interconectados entre sí, donde hay influencia de los entusiasmos y de los malestares de la modernidad.
El relato sigue luego con el influjo del Romanticismo y su estética, las formas decimonónicas del ateísmo y de la espiritualidad cristiana, la primera y segunda guerras mundiales, y la era de la autenticidad, que es como Taylor denomina a la cultura surgida y difundida a través de los medios desde la década de los 60 del siglo XX.
QUÉ ES LA SECULARIZACIÓN MODERNA
A la luz de esta narración maestra, esboza una respuesta a la pregunta sobre qué es la secularización moderna. En primer lugar, ella se refiere a los espacios públicos: «En nuestras sociedades seculares, es posible participar plenamente en política sin encontrarnos nunca con Dios»(7). Esta secularidad 1 implica en general un fundamento secular de las instituciones políticas, y, por tanto, la separación entre el Estado y las iglesias. En segundo término, la secularización es pérdida de fe y desafiliación: «Consiste en el declive de la creencia y las prácticas religiosas, en el alejamiento de Dios por parte de la gente y en la no concurrencia a la Iglesia»(8). La secularidad 2 es un hecho en el contexto geográfico estudiado por Taylor, mayor en algunos países europeos que en Estados Unidos, pero de ninguna manera significa que la fe religiosa no siga viva y siendo una posibilidad real para muchos. En tercer lugar, la secularización es un proceso de cambio bien profundo en las condiciones del creer (y del no creer). Para Taylor, este es el sentido más importante, la secularidad 3: «El paso de una sociedad en la que la fe en Dios era incuestionable y, en verdad, estaba lejos de ser problemática, a una sociedad en la que se considera que esa fe es una opción entre otras, y con frecuencia no las más fácil de adoptar»(9).
No es posible aquí, por espacio, presentar resumidamente los cambios principales en las condiciones de la creencia ocurridos entre los años 1500 y 2000(10). Lo que sí cabe recoger es que una consecuencia de lo sucedido es el debilitamiento de las posiciones: quien cree, sabe que otros no creen, y no puede simplemente estimar esas posiciones como injustificadas. Lo mismo sucede, por su parte, a quienes no creen, respecto de las posiciones creyentes. Además, hay formas distintas y variadas, tanto de creer como de no creer. En ambos grupos, es verdad, hay quienes no reconocen que hay versiones valiosas y razonablemente justificadas de creencia y no creencia, junto a otras más superficiales(11). Pero creo que es posible, por lado y lado, ir superando los ideologismos. Esto es importante, pues unos y otros comparten las condiciones de la experiencia y enfrentan presiones y dilemas contrapuestos. «La ingenuidad ahora no está disponible para nadie, ni para los creyentes, ni para los no creyentes»(12).
Desde el punto de vista aquí esbozado, el nuevo ateísmo resulta ser una hebra reciente de un tejido histórico, en un telar muy complejo, con muchas agujas, hilos y niveles. El mismo listado de nueve afirmaciones de este nuevo ateísmo, que recoge el artículo comentado, así lo muestra. MSJ
(1) Ramos, J., y Micco, S., «Las maldiciones y las bienaventuranzas del neoateísmo», Mensaje, enero-febrero 2018, 38-41.
(2) Taylor, Ch., A secular age, The Belknap Press of Harvard University Press, 2007 (La era secular, Gedisa, 2 tomos, 2014-2015).
(3) Taylor, Ch., La era secular, tomo I, p. 55. Charles Taylor es un filósofo creyente, católico.
(4) Ibídem, p. 19.
(5) En nuestro medio, el libro de Cristóbal Bellolio, Ateos fuera del clóset (Planeta, 2014), comprende la secularización como sustracción.
(6) Taylor, Ch., La era secular, tomo I, p. 110.
(7) Ibídem, p. 20.
(8) Ibídem, p. 22.
(9) Ídem.
(10) Taylor menciona cuatro fundamentales: el desencantamiento (paso de un yo poroso a un yo impermeabilizado), el eclipse de la antiestructura, el cambio en la concepción vivida del tiempo, el paso del cosmos al universo.
(11) Creo que así ocurre con la frase de Chesterton recogida en el artículo de Ramos y Micco: «Cuando se deja de creer en Dios, enseguida se cree en cualquier cosa». A mi juicio, la frase no es justa.
(12) Taylor, Ch., La era secular, tomo I, p. 49.