Prensa bajo fuego

Gaza ha sido especialmente mortífera para los corresponsales de guerra. La casi totalidad son palestinos, pues Israel impide el ingreso de periodistas extranjeros al diminuto territorio. Cinco periodistas y camarógrafos murieron, víctimas de un ataque israelí, en un hecho que fue un recordatorio de los riesgos que asumen quienes cubren los conflictos bélicos. [También disponible en audio]

Anas Al Sharif, corresponsal de Al Jazeera fue asesinado en Gaza junto a cuatro colegas. El ejército israelí asumió la responsabilidad por la muerte de los periodistas y camarógrafos. Acusó a Al Sharif de ser un militante activo de Hamás, imputación que es desmentida por sus empleadores de la cadena televisiva catarí. Los asesinados se suman a la larga lista de personal de prensa que han perdido la vida en la actual guerra en la Franja de Gaza, recordatorio fatídico de los riesgos que asumen quienes cubren los conflictos. También subraya el hecho de que, a menudo, las fuerzas combatientes consideran a los reporteros como parte del campo de batalla. Tampoco escapa el personal de organizaciones humanitarias: 265 de sus trabajadores han muerto en la Franja en lo que va corrido del año.

Gaza ha sido especialmente mortífera para los corresponsales de guerra. Apenas días después de la muerte del grupo señalado, otros cinco reporteros perdieron sus vidas en lo que se denomina un «bombardeo de doble toque» ejecutado por Israel. Es una técnica que consiste en lanzar un primer dispositivo explosivo. Su estallido convoca al personal de primeros auxilios y a los periodistas que cubren la escena. Minutos más tarde, en medio del rescate y del reporteo, cae y detona un segundo artefacto. En esta oportunidad el vocero militar israelí se limitó a la fórmula habitual diciendo que se investigaba lo ocurrido.

Ya a comienzos de año, el International Press Institute señalaba que la guerra representaba «la peor matanza que hemos observado en una zona de conflicto desde que nuestra organización fue fundada hace 75 años». Por su parte, el Watson Institute for International and Public Affairs consigna la muerte de un promedio de trece periodistas al mes, lo que arroja un total de 232. Tal cifra convierte «a Gaza en el mayor campo de muerte para trabajadores de la prensa jamás registrado». El informe señala que no es claro si los periodistas fueron blancos especiales o «cuántos de ellos fueron simplemente víctimas, al igual que decenas de miles de civiles, de los bombardeos israelíes».

En lo que toca a Reporteros sin Fronteras, desde su sede en París, hasta finales del 2024 registra 35 casos en que considera que es muy probable que los militares israelíes dieron muerte a los corresponsales a causa de sus coberturas.

Los periodistas suelen ser, a nivel internacional, una de las principales fuentes de información sobre el curso de las hostilidades. Como tales, suelen convertirse en un blanco en la batalla por dominar la narrativa. En rigor, son los medios de comunicación o, si se prefiere, sus propietarios los que definen cómo habrá de cubrirse un conflicto de acuerdo a su orientación política. En el caso de los medios estatales, el interés de quien ejerce el gobierno dicta la línea de la cobertura. En el caso de los medios privados, las afinidades políticas y la conveniencia económica gravitan en el enfoque.

Los periodistas suelen ser, a nivel internacional, una de las principales fuentes de información sobre el curso de las hostilidades. Como tales, suelen convertirse en un blanco en la batalla por dominar la narrativa.

LA BATALLA POR EL CONTROL DE LA NARRATIVA

La prensa despuntó a finales del siglo XVIII. La Revolución francesa creó espacios de libertad insospechados que quedaron plasmados en la Declaración de los Derechos del Hombre, escrita en 1789. En ella se señala: «La libre comunicación del pensamiento y las opiniones es uno de los derechos más preciosos del hombre: todo ciudadano puede, por lo tanto, hablar, escribir, imprimir libremente, pero deberá responder de los abusos de esta libertad en los casos determinados por la ley».

Esas fueron las buenas intenciones republicanas. El poder, encarnado años más tarde por Napoleón, fijó los términos de la relación con la prensa: «Tres diarios adversos son más temibles que mil bayonetas». Y, consecuente con su definición, trató a la prensa como arma enemiga. Ordenó el cierre de numerosos periódicos y con diáfana claridad sentenció algo que muchos gobernantes modernos piensan, pero jamás declararían en público: «No aceptaré que los diarios digan ni hagan nada contra mis intereses».

En lo que toca a los campos de batalla, la primera cobertura periodística ocurrió en la guerra entre Rusia y Gran Bretaña por el control de la península de Crimea, en 1854. Las tropas británicas marcharon comandadas por lord Raglan. En la partida viajaba William Russell en calidad de corresponsal del ya poderoso diario The Times de Londres. Las crónicas de Russell tuvieron un gran impacto en Inglaterra con su descripción de las míseras condiciones de los soldados. Tan desgarradores fueron sus despachos que gatillaron una campaña de donaciones públicas para atender a los heridos. Para ponerse a cubierto de las críticas implícitas en los despachos de Russell, Raglan recurrió a la táctica utilizada, desde entonces, por innumerables oficiales que desean ponerse a cubierto de imputaciones de ineficiencia: lo acusó de poner en peligro la seguridad de sus fuerzas y de colaborar con el enemigo con sus informaciones. Al final, Russell fue el triunfador, pues Raglan y el ministro de Defensa renunciaron mientras continuaban las crónicas provenientes de Crimea.

El ejército alemán, bajo el control nazi, innovó en la batalla por las mentes. En la Segunda Guerra Mundial debutó con las primeras unidades destinadas a las tareas de propaganda. Tal fue la importancia que los nazis asignaron a esta tarea, que la elevaron a lo que denominaron el «cuarto frente» y crearon un tristemente célebre Ministerio de Propaganda. Los teutones dividieron las tareas en dos categorías: la primera, y más importante, fue la llamada «propaganda activa», que buscaba desmoralizar y desorientar al enemigo. Para este objetivo se crearon radioemisoras que operaban muy cerca del frente. La segunda tarea apuntó a levantar los espíritus de las tropas propias, merced a programas informativos.

El concepto moderno, en el mundo anglosajón, para influir en la opinión pública es el denominado «spin doctor». Spin es darle efecto a un balón de manera que se dirija adonde uno desea. El «doctoring» es asegurarse de que será comprendido en el sentido buscado por el autor del mensaje. Y eso es lo que se pretende con la información. La orienta quien la emite para que tenga el efecto deseado. Esta es una práctica generalizada entre las reparticiones de gobierno, instituciones y empresas, pero en temas tan delicados como la guerra recibe atención especial. En realidad, son eufemismos para decir una misma cosa: manipulación informativa.

GUERRA PSICOLÓGICA

La prensa es un medio clave para vehicular las campañas de operaciones psicológicas, que los anglosajones llaman psychological operations y abrevian a Psyops. Es un elemento central en todo conflicto, pues las percepciones públicas están condicionadas por la información que reciben. Las Psyops tienen un blanco que en última instancia define todo comportamiento: la mente humana. El ejército de Estados Unidos maneja esta definición: «La guerra psicológica es la coordinación y el uso de todos los medios […] que tiende a destruir la voluntad del enemigo por alcanzar la victoria y dañar su capacidad de lograrla tanto económica como política; a privar al enemigo de apoyo, asistencia o simpatía por parte de los aliados, asociados o neutrales».

En Vietnam, Estados Unidos sufrió una derrota militar de proporciones mayores. W.C. Westmoreland, el general al mando de las fuerzas estadounidenses en la fase final del conflicto, concluyó que su país no sucumbió en el campo de batalla, ¿dónde perdió, entonces? En los noticieros de la televisión, En su opinión: «Por primera vez en la historia moderna, el desenlace de la guerra no ocurre en los campos de batalla, sino en las pantallas de televisión». En su percepción, los noticieros televisados y la cobertura de prensa negativa fueron el primer eslabón de una cadena que condicionó a sus compatriotas contra la guerra. Esto, con el tiempo, se tradujo en una oposición política que restringió el espacio de maniobra político de los gobernantes. Para los militares significó, a su vez, una serie de limitantes operativas. En definitiva, ello redundó en ventajas o menor presión sobre el enemigo. Como ejemplo, se cita la no autorización para destruir los diques de regadío de los grandes arrozales.

La cobertura mediática, en definitiva, no era más que el reflejo de lo que ocurría. En las palabras del coronel estadounidense Harry G. Summers Jr., autor de un libro sobre la guerra de Vietnam, el asunto es el siguiente: «Existe una tendencia entre los militares a culpar a los medios de comunicación por nuestros problemas en relación al apoyo del público. Esa es una respuesta simplista […] la mayoría de los reporteros que se encontraban en el lugar informaron de los hechos […] mucho de lo que vieron fue horrible, pues esa es la verdadera naturaleza de la guerra. Fue este horror, no los reportajes, el que influyó en el pueblo norteamericano».

EL POOL

Para controlar y lograr los efectos buscados fue desarrollado el pool, o designación de una partida de prensa. Un grupo seleccionado de periodistas dispuestos a acatar las normas y limitaciones, léase censura, impuestas por la autoridad. Los británicos, a través de la Royal Navy, ensayaron en Malvinas el sistema del pool, con el simple expediente de que no había espacio en los buques para más que unos pocos periodistas. Arthur A. Humphries, capitán de fragata de la us Navy, escribió en la revista de la Escuela Naval, en mayo de 1983: «A pesar de la percepción de opciones en una sociedad democrática, la guerra de las Malvinas nos muestra cómo asegurarnos de que ciertas políticas de gobierno no sean socavadas por las formas en que se reportea la guerra». El mismo oficial recomendaba el pool, pues permite «un acceso controlado a los combates, invocar la censura y brindar apoyo con un sentido patriótico tanto en casa como en el campo de batalla».

En la diminuta isla caribeña de Granada, en octubre de 1983, el gobierno norteamericano ensayó las nuevas fórmulas para tratar con la prensa. Allí, por primera vez, Estados Unidos implantó el sistema del pool, que puede ser voluntario, cuando es decisión de los propios medios, u obligatorio, si lo impone la autoridad. La invasión de la isla, bautizada como «Furia Urgente», fue ejecutada en el más absoluto secreto. Nadie se enteró de nada hasta que desembarcaron las primeras tropas y fue vedada la presencia a todo periodista. En definitiva, ningún medio pudo entregar una versión independiente hasta después de 48 horas de iniciadas las acciones. Recién entonces, cuando la situación ya estaba bajo control, fue admitido un pool de periodistas seleccionados por el Pentágono. El episodio envenenó de tal forma las relaciones entre militares y la prensa que fue creada una comisión especial, la National Media Pool, con la misión de permitir un acceso más ecuánime a la información.

En lo que toca a la cobertura periodística occidental de la guerra ruso-ucraniana, esta es realizada en forma casi exclusiva desde una perspectiva territorial y política afín a Kiev. El grueso de los gobiernos europeos respalda la causa ucraniana y percibe a Rusia como un enemigo potencial con ambiciones expansionistas. En lo que toca a los periodistas, los riegos de aventurarse en los frentes de batalla son mayúsculos. La amenaza principal la representan los drones. Miles de estos merodean. Es tal la cantidad que hay una saturación de las ondas que los comandan. Para obviar esta dificultad, ambos bandos emplean aparatos filoguiados que vuelan en todas las direcciones. Es tal el número de ellos —algunos, de observación para dirigir el tiro de la artillería y otros, armados de misiles y explosivos— que el paisaje está cubierto de las fibras ópticas desechadas especialmente sobre árboles. La mayoría de los drones que surcan por los frentes no vuelven a base. Sobre las tropas y civiles, el efecto es que deben permanecer soterrados en túneles y trincheras. En lo que toca a los periodistas, dotados de cascos y chalecos antibalas, igualmente deben permanecer ocultos y realizar brevísimas incursiones furtivas. Desde la altura es difícil diferenciar entre un combatiente y un reportero o camarógrafo. Despunta, así, un nuevo capítulo en la cobertura presencial de los conflictos armados. El número de periodistas palestinos asesinados da testimonio de una realidad que dificulta el acceso del público, en todas las latitudes, a lo que ocurre.

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