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El papa Francisco vivió su propia conversión, que fue paulatina y gradual. Y su diagnóstico, en torno a que el clericalismo sería una de las raíces fundamentales de la crisis, suscitó el inicio de un proceso de reflexión sistémica, necesaria y aún pendiente. Su itinerario en la lucha contra el abuso en la Iglesia, así como sus oscilaciones y resistencias, son un síntoma del estado del proceso de reparación del cuerpo herido de la Iglesia, que sigue teniendo aún un largo trecho por transitar.